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Chato Galante, el azote de la desmemoria

Billy el Niño, “un torturador compulsivo”

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Chato Galante

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“La gente no entiende lo que cuesta poner por escrito tu experiencia. Ya me he acostumbrado, pero estuve años sin decir nada. La primera vez que hablé de lo ocurrido fue durante un acto que montamos mientras Billy el Niño estaba siendo juzgado en la Audiencia. Mi compañera se llevó el disgusto de su vida. No se lo había contado. No había dicho nada a nadie. Cuesta mucho poner negro sobre blanco el dolor de la tortura. Te hace volver a atrás. Te desnuda”.

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Rebeldes salieron los doce hermanos y un Chato con quien el mundo universitario hizo el resto. Empezó Políticas y Económicas, para terminar en Telecomunicaciones, en una Universidad Complutense “digna del tipo de sociedad que teníamos: de una mezquindad aterradora. Era imposible leer, oír música, ver teatro era una aventura, todo estaba censurado hasta el ridículo”.

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Entre 1963 y 1977 pasaron 50.000 personas por los tribunales de Orden Público


Pero, frente a la Formación del Espíritu Nacional, Galante se construyó a sí mismo fuera: en el San Juan Evangelista, en los colegios mayores, en el clandestino Sindicato Democrático de Estudiantes en el que entró en el año 67 y, sobre todo, con el asesinato, bajo custodia de la Brigada Político-Social de Franco, del compañero Enrique Ruano.

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Chato Galante, tras la salida de prisión en 1976.

Billy el Niño, “un torturador compulsivo”

"Aquel idiota había matado gente, iba a seguir matando gente y te podía matar a ti"

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Y esa obsesión llevó a Galante a catar, con sólo 21 años, la maldad que habitaba en la Dirección General de Seguridad. Recuerda su primera detención: “Fueron a buscarme a mi casa, a la casa de mi padre. La DGS era un lugar sórdido hasta el delirio. Las celdas, de azulejo blanco, estaban llenas de todas las cosas que puedas imaginarte. Se veían todos los colores menos el blanco. La celda tenía una colchoneta que era un trozo de goma, envuelto en un hule que estaba prácticamente vivo de los restos que tenía encima”.

PresXos del franquismo. La Comuna

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Tras dos semanas de palos y resistencia, Chato fue trasladado a la enfermería de la prisión de Carabanchel, de la que salió para cumplir el servicio militar en el Regimiento Pavía nº4 de Aranjuez, un batallón de castigo, un nuevo encierro. No claudicó en la lucha clandestina y, en 1973, volvió a Carabanchel -estuvo durante meses en celdas de castigo- y desde Madrid inició un recorrido carcelario por las prisiones de Zaragoza, Segovia y Zamora, hasta la amnistía de 1976.

Reivindica la eliminación de los antecedentes, "porque –y da golpes Chato en la mesa- en España yo sigo siendo un delincuente; a mí me han amnistiado de un delito: oponerse a la dictadura"

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Con la democracia, volvió al trabajo en la Liga Comunista que más tarde se unificaría con el Movimiento Comunista de Eugenio del Río; después ocuparía su vida en la lucha pacifista y ecologista, en AEDENAT o Ecologistas en Acción y, finalmente, en lo que hoy le empeña coraje y energías: las ganas de que termine la impunidad que supuso la Transición a través de La Comuna.

La querella argentina contra los crímenes del franquismo, fue el impulso para que Galante y sus compañeros se constituyeran, en enero de 2011, en La Comuna. Una asociación que hasta la fecha ha conseguido recoger más de 50 demandas y que hoy tiene una única esperanza: el trabajo de la jueza María Servini. Y vuelve a dejar caer el puño en el tablero de madera cuando denuncia: “En España, el Estado de Derecho, no lo es para mí”.

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Tuerce el gesto si se le plantea el discurso de quienes argumentan que es mejor no abrir heridas del pasado. Recuerda entonces a quienes han hecho cruzada política del dolor de las víctimas del terrorismo y se pregunta: “¿Y nuestra sensibilidad? ¿Es que nosotros no somos víctimas? Somos centenares de miles; tenemos, que se sepa, 140.000 personas en fosas; somos el segundo país con mayor número de desaparecidos tras Corea del Norte. Y no se ha hecho nada”.

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