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Así cayó la guerrilla antifranquista: el fin de la legendaria Ciudad de la Selva

La dura represión de la dictadura, que se encarnizó con los enlaces, y las luchas internas por motivos ideológicos acabaron con el mítico cuartel general de la Federación de Guerrillas de León-Galicia.

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Miembros de la Federación de Guerrillas de León-Galicia. — Edicións Positivas

madrid,

Alejandro Rodríguez hace un recuento de los caídos mientras conduce por la N-536, que une las comarcas de Valdeorras y el Bierzo. Es la ruta que cada día lo lleva del trabajo a casa y, en su cabeza, los mojones no son metálicos ni graníticos, sino de carne y hueso. Tampoco cuentan los kilómetros, sino los enlaces apresados por las autoridades, es decir, aquellos guerrilleros del llano que apoyaban a los emboscados que en los años cuarenta soñaban con socavar el franquismo.

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La represión contra la población civil que prestó ayuda a los maquis fue una de las causas de la desaparición de la Federación de Guerrillas de León-Galicia, sobre todo a partir del 5 de junio de 1945, cuando dos enlaces fueron abatidos en una casa de Columbrianos (Ponferrada), donde también perdieron la vida tres guerrilleros. Al volante, el historiador recuerda que en los meses siguientes fueron detenidas y procesadas 132 personas a lo largo del trazado de la antaño N-120, aunque otras fuentes multiplican esa cifra.

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Si Alejandro Rodríguez condujese en dirección contraria, se adentraría en Galicia hasta alcanzar el municipio de Carballeda de Valdeorras, giraría a la izquierda en Sobradelo y, rumbo al sur, llegaría a Casaio, en cuyos montes se asentó la Ciudad de la Selva, territorio indómito y capital legendaria de la guerrilla del noroeste peninsular. Allí, durante años, un campamento disperso por valles y colinas acogió los congresos de la Federación y ejerció de cuartel general de decenas de guerrilleros.

Las fuerzas armadas no se atrevían a penetrar en aquellos montes, hasta que el régimen redobló sus esfuerzos para doblegar a los insurrectos, acosó sin tregua a la población civil y, en un último intento por acabar con el maquis, Franco promulgó en 1947 el Decreto-Ley sobre represión de los delitos de bandidaje y terrorismo. Para entonces, la Ciudad de la Selva ya era historia, aunque paradójicamente quienes escribieron los libros se encargaron de borrar el mítico asentamiento de sus páginas.

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Tampoco figuró en los mapas hasta que los investigadores del proyecto Sputnik Labrego se adentraron en aquel territorio perdido, descubrieron los chozos de piedra y pizarra donde se hicieron fuertes los guerrilleros tras la guerra civil y llevaron a cabo unos trabajos arqueológicos que han permitido descubrir cómo era su vida y su lucha en un espacio inexpugnable. Al menos, hasta que la represión acabó con los enlaces, lo que provocó el aislamiento y la dispersión de los maquis, enfrentados a su vez por cuestiones políticas.

Chozo de la guerrilla situado en un campamento de la Ciudad de la Selva. — Sputnik Labrego

"La Federación se tuvo que mover hacia otras zonas, luego perdió su núcleo central de la Ciudad de la Selva y, finalmente, el Estado Mayor se dispersó y ya no volvería a reunirse. Como consecuencia, la Federación terminaría desarticulándose", explica Rodríguez, quien recuerda los ataques de la Guardia Civil que se iniciaron durante el Congreso de Reunificación en julio de 1946, convocado con el objetivo de reorganizar a una guerrilla que se había agrietado ideológicamente en los meses previos.

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Los guerrilleros de Lugo y A Coruña abrazaron las directrices del PCE y terminarían separándose de la Federación, que se sintió engañada por haber apoyado a la Junta Suprema de Unión Nacional (JSUN), que "se habían presentado como una organización unitaria, en la que estaban presentes todas las organizaciones políticas del exilio, cuando la realidad era muy diferente", pues su vinculación con los comunistas era directa, escribe Rodríguez en el libro Federación de Guerrillas de León-Galicia (Edicións Positivas).

Para restablecer las relaciones entre federados y comunistas, la Ciudad de la Selva sería el escenario del Congreso de Reunificación, pero la Guardia Civil retrasó el cónclave al incendiar un campamento en As Morteiras. Días después, otro ataque provocó la huida de los participantes, que decidieron celebrar el encuentro lejos de allí, al oeste de Casaio, aunque de nuevo sufrirían los efectos de la batida de una brigadilla, que mató a Arcadio Ríos y a Francisco Elvira.

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El primero guardaba una nota en su ropa, según consta en la Causa 403 de 1946: "Respactar su cadáver, es un guerrillero honrrado, Arcadio Rios. Carvallus Siero Asturias. Su último suspiro es mi juramento de venganza. Su hermano C. Rios". Está firmada por César Ríos, quien ya había perdido a sus hermanos Manuel y Silvino, fusilados, así como a su padre, fallecido en un campo de concentración nazi en Francia. Testigo de la muerte de Arcadio fue su gran amor, Chelo Rodríguez, la última guerrillera gallega antifranquista.

"La represión del Estado [que forzó las delaciones de los vecinos], así como las luchas internas y las escisiones entre los grupos ponen fin a la Federación, pero la guerrilla no se acaba con esta, porque en A Coruña atraviesa su momento álgido y continúa durante más tiempo. Sin embargo, en Valdeorras sufre un grave retroceso tras el desmantelamiento de parte de la Ciudad de la Selva", comenta Rodríguez, quien señala que durante los días siguientes fueron localizados y arrasados otros chozos.

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Armas y casquillos hallados en los campamentos guerrilleros de la Ciudad de la Selva. — Sputnik Labrego

Además de la presión ejercida contra la población civil, las autoridades no dudaron en emplear tácticas de guerra sucia para combatir al maquis, como las brigadillas, que podían ser guardias civiles disfrazados de guerrilleros, como señala Rodríguez, o "delincuentes a los que se les daba manga ancha para delinquir impunemente" y luego achacarle los delitos a los emboscados, como apunta Xurxo Ayán, lo que provocaba confusión y desconfianza entre los vecinos.

El arqueólogo e historiador afirma que el franquismo llevó a cabo una "política de exterminio basada en los infiltrados y en la ley de fugas, que permitía matar a la gente in situ" tras la promulgación del Decreto-Ley sobre represión de los delitos de bandidaje y terrorismo. "Hasta quemaban las viviendas con sus habitantes y el ganado dentro", añade Ayán, quien denuncia la "represión salvaje y las tácticas de ocupación para reeducar a la población rural que había apoyado a la República".

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Los testimonios de quienes lo vivieron son elocuentes. "Lo esposaban, lo ataban y le pegaban. Siempre me llevé bien con los guardias [civiles], pero tengo menos confianza en ellos que el agua que baja por el río abajo", aunque "los peores eran los falangistas", asegura Quevedo Vidal Rodríguez, natural de Casaio, en el documental Ciudad de la Selva, dirigido por Miguel Riaño. Los uniformados "no pertenecían a la comunidad local, lo que era muy importante para el franquismo, para que no tuviesen lazos con la gente", razona Carlos Tejerizo-García, arqueólogo y director del proyecto Sputnik Labrego.

La antropóloga Olalla Álvarez Cobián insiste en que "Casaio fue un pueblo muy represaliado" y recuerda que, además de Chelo, hubo otras maquis que participaron activamente en la lucha, como Antonia y Angustias. No obstante, "la sociedad era machista y había pocas mujeres guerrilleras en el monte", matiza en el documental Alejandro Rodríguez, quien recuerda que "su papel fundamental era el de enlace". Una figura sin la que el maquis no podría resistir durante tanto tiempo en un entorno tan duro y que fue objeto de persecución sistemática.

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"Cuando una mujer tenía que escapar, la Federación le buscaba una casa en Madrid o en Barcelona, gracias a enlaces y contactos, y los hombres se quedaban en el monte. Es cierto que, durante algún tiempo, hubo algunas que vivían en los chozos de la Ciudad de la Selva. Y eran auténticas guerrilleras con sus armas", añade el historiador, quien en el libro editado por Positivas relata el destino de los derrotados.

Miembros de la Federación de Guerrillas de León-Galicia, en abril de 1942. — Edicións Positivas

Un primer grupo huiría a Portugal, pero se vería obligado a regresar a la sierra de Cabrera. El segundo se escaparía al Bierzo. El tercero engrosaría las filas de los comunistas en Lemos. Y el cuarto, dirigido por Marcelino Fernández Gafas, jefe del Estado Mayor, pasaría por Lugo y Asturias, desde donde partiría hacia Francia. "Esa dispersión, la no permanencia del Estado Mayor, la desaparición de los cuadros de mando, unido al desmantelamiento de su cuartel general, provocan el verdadero final de la Federación de Guerrillas de León-Galicia".

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Aislados y con una actividad reducida o marginal, "los restos del naufragio quedarían esparcidos por las montañas del Bierzo, Cabrera o Valdeorras, en un largo y penoso final que llevaría al exilio, a la cárcel o a la muerte de quienes protagonizaron el primer intento de organizar la resistencia armada contra la dictadura en el Estado", concluye Alejandro Rodríguez.

La Ciudad de la Selva permanecería durante décadas en el olvido, hasta que los miembros de Sputnik Labrego se empeñaron en desenterrarla. Asistieron a la exhumación de sus restos Miguel Riaño, con su pico de celuloide, y Paco Macías, con su pala de papel.

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