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Las cárceles del franquismo La última lección del maestro republicano: presos ávidos de cultura antes de la muerte

Hacinados, hambrientos y maltratados, los intelectuales encerrados durante la Guerra Civil en la cárcel de Lugo les hicieron espacio a los libros, a la poesía y a las charlas magistrales. Dos exposiciones recuperan aquella "utopía mental" entre rejas.

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Recreación de una celda de la vieja cárcel de Lugo. / FOTO: CARMEN GARCÍA-RODEJA

madrid, Actualizado:


Hacinados, hambrientos y maltratados, los presos políticos de la vieja cárcel de Lugo le hicieron sitio al saber. En calabozos diseñados para una sola persona, encerraban hasta catorce reos, y aún así hubo espacio para los libros, la poesía y las charlas magistrales que impartían los maestros e intelectuales represaliados durante la Guerra Civil. “Cuando alguien cierra la puerta de una celda, en ese mismo instante está abriendo la libertad de una mente, porque la violencia que se ejerce contra el elemento más universal del ser humano provoca que la imaginación busque otra salida”, afirma el poeta Claudio Rodríguez Fer, cuyo padre dio con sus huesos en el presidio lucense tras el golpe de 1936.

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Las puertas de la mente son infinitas e ingobernables, dice el poeta, convencido de que los detenidos “por supuestos delitos de ideas” se fortalecieron en prisión. “Pusieron a trabajar su conciencia para sobrevivir y forjaron una utopía mental en forma de trama política, obra de arte o creación literaria”, añade el hijo de Claudio Rodríguez Rubio, obrero sin estudios, voraz lector autodidacta, técnico molinero cuando lo prendieron. “Ese acto de resistencia explica tanto su supervivencia como su salida con la cabeza alta”.

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Algunos, en cambio, no llegaron a pisar la calle. Condenados a muerte, sorprende su capacidad de abstracción, la voluntad de seguir aprendiendo, el cultivo de la razón entre barrotes. “En los libros buscaban una salvación o un porvenir que les estaban negando”, explica Cristina Fiaño, coordinadora de la muestra O vello cárcere de Lugo. Da guerra á posguerra, organizada por el Concello y la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), que comparte espacio con la exposición artística Dende o panóptico: cada cela unha fiestra. El visitante podrá ver las cartas, las notas, las memorias y los objetos elaborados por los presos, así como la recreación de una celda de la época.


La vida tenía fecha de caducidad. Podían correr los meses o ser cuestión de días. El maestro Gregorio Sanz, en sus memorias Uno de tantos. Cinco años a la sombra (Ediciós do Castro), recuerda cómo los encarcelados “buscaban temas, motivos de discusión, cuanto pudiera servir para deshacer la obligada monotonía de nuestro diario vivir”. En voz baja, los reclusos con más formación dedicaban horas y horas “a sembrar conocimiento, a disipar dudas, a desvanecer supersticiones, a corregir errores de aquellos compañeros, la mayoría semianalfabetos, ávidos de saber”.

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El presidente de la Asociación de Maestros Nacionales de UGT rememora las conversaciones sobre arte, filosofía, literatura, leyes o historia, que pretendió truncar la redención por el esfuerzo intelectual, una medida del régimen aprobada en noviembre de 1940 cuyo objetivo de fondo era desactivar a los presos políticos a través de los beneficios penitenciarios mediante el trabajo. “Fue una manera de institucionalizar algo que hasta entonces se había hecho de forma natural y que ahora perseguía desarmar y absorber ideológicamente a los reos. ¿Cómo? Pues a través de la imposición de los saberes que debían circular en prisión y que pasaban por la religión y la doctrina fascista”, añade Fiaño, autora de la investigación O vello cárcere de Lugo (1936-1946), publicada por el cuaderno monográfico Unión Libre.

La vieja cárcel de Lugo, tras la reforma. / FOTO: CARMEN GARCÍA-RODEJA


La lectura como esperanza. El alcalde de Lugo Francisco Lamas, durante su encierro en el Fuerte de San Cristóbal, subrayó profusamente El origen de las especies, de Charles Darwin. Entre las anotaciones que hizo el médico y fundador de las publicaciones Guión y Yunque figuraban las palabras “porvenir” y “sentido optimista del futuro”. El doctor Rafael de Vega Barrera se aferró a libros de temática religiosa —léase ¡Nosotros!… Dejémosle reinar… Él nos salvará—, aunque tanto él como otros republicanos católicos buscaban, según Fiaño, “las palabras del cristianismo primitivo no contaminado por el fascismo”. O sea, un “consuelo espiritual” con el que proclamaban su “inocencia”.

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Precisamente a Lamas le pide el concejal Ángel Pérez que le facilite algún libro cuando su vida ya expiraba, pues sería ejecutado en octubre de 1936. Las notas corrían entre los presos, que se intercambiaban los ejemplares entre los muros de la vieja cárcel, adonde habían ido a parar intelectuales de toda la provincia: desde el abogado agrarista Lois Peña Novo hasta el poeta y director del semanario Ahora Avelino López Otero. Algunos, como Ánxel Fole o su hermano Desiderio, fueron confinados en otras prisiones y edificios habilitados a tal efecto.


El paredón también se llevó por delante a profesores como José Ramos López, pues la represión se encarnizó con el cuerpo de maestros nacionales. “Los tenían enfilados por su enseñanza laica”, asegura Carmen García-Rodeja, miembro de la ARMH, quien recuerda que cualquier republicano era susceptible de ser represaliado. “El que no se unía al golpe era declarado rebelde. El objetivo era imponer un estado de terror y, en un país que había estado regenerándose mediante la cultura, los intelectuales fueron machacados”.

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Aunque la historiadora María Jesús Souto Blanco ha señalado en sus investigaciones que la mitad de los presos políticos entre 1936 y 1940 se dedicaban a la agricultura y a la ganadería, el porcentaje de maestros es significativo, así como el de políticos y sindicalistas. “Los primeros que caen son las autoridades y quienes ocupaban un cargo”, apunta Fiaño, que se remite a la circular difundida por el general Mola al ejército franquista antes del golpe: “Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Desde luego, serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no afectos al Movimiento, aplicándoles castigos ejemplares a dichos individuos para estrangular los movimientos de rebeldía o huelgas”.


También fueron recluidas muchas mujeres por motivos políticos —catorce en 1936, más de doscientas en 1940—. La mayoría, labradoras represaliadas por su vinculación con los huidos y por servir de apoyo a la guerrilla. Madres, hermanas, hijas y parejas fueron humilladas públicamente y sufrieron los rigores del presidio, donde ingresó Consuelo Alonso, la única ejecutada oficialmente en la provincia durante esos años. “El fascismo ejerció conscientemente la violencia de género: las mataban por sus ideas y porque eran mujeres que tenían ideas”, asegura Rodríguez Fer. “Ellas son las olvidadas dentro de los olvidados, por una cuestión machista y porque eran menos visibles política y socialmente”.

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Consuelo era una vendedora de periódicos de Monforte apodada la Comunista. “Pese a ser pobre y madre de cuatro hijos, la detuvieron, la raparon y la sometieron a un consejo de guerra”, explica el poeta y coordinador —junto a Carmen Blanco— de la exposición Vermellas: chamábanlle rojas, que puede verse en la antigua cárcel lucense. “Era una lumpemproletaria que no había cometido ningún acto de resistencia armada, pero fue aniquilada por la maquinaria judicial y militar del Estado fascista. Y, aún así, conservó una rebeldía moral que le llevó a negarse a firmar su sentencia de muerte”.


También pasó por la prisión provincial Enriqueta Otero, maestra y guerrillera condenada a la pena capital en 1946. Aunque logró esquivar la muerte, la militante comunista fue torturada cruelmente. La historiadora García-Rodeja recuerda las penalidades por las que pasaron tanto los familiares como los vecinos que ayudaron a los del monte. “Cualquier atisbo de contestación fue castigado con saña, por lo que el régimen se cebó singularmente con los enlaces del maquis, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial”.

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Claudio Rodríguez Rubio y Claudio Rodríguez Fer, en los años setenta. / FOTO: CARMEN BLANCO


En la cárcel florecieron las charlas, las lecturas y otras manifestaciones artísticas. El concejal ribadense José López Ramos construyó maquetas de barcos y monasterios. El albañil monfortino Eusebio Cuesta tallaba el paisaje de su tierra en cajas de madera. El alcalde Francisco Lamas, ya en el Fuerte de San Cristóbal de Pamplona, escribiría cuadernos de geografía, literatura, biología, matemáticas y Estados europeos. Y Antonio Murillo, años después, aprendería solfeo y piano para poder tocar el órgano del penal.


En él, precisamente, se ha inspirado el artista Berio Molina para crear las instalaciones Coro y Órgano, que pueden ser visitadas hasta noviembre en la vieja cárcel de Lugo, trasunto de todas las prisiones franquistas. Allí, en un espacio habilitado para 140 reclusos en el que llegaron a ser confinados casi un millar, hoy se expone la memoria de quienes pagaron con su vida o su libertad la fidelidad a la causa republicana. “La rehabilitación del edificio ha supuesto para los lucenses un descubrimiento, tanto del espacio como de los presos, pues muchos desconocían que sus familiares habían estado encarcelados”, explica la miembro de la ARMH.

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“La reforma a cargo de los arquitectos Juan Creus y Covadonga Carrasco, que dio lugar al Centro Cultural O Vello Cárcere, ha sido entendida como un reconocimiento a las víctimas. Además, les ha permitido recuperar su historia, porque antes la represión se ocultaba o se hablaba de ella en voz baja”, asegura García-Rodeja. Cuando era joven, Rodríguez Fer tampoco escuchó nada de aquel tiempo por boca de su padre. No quería colmar el “espíritu justiciero” de su hijo en los estertores del franquismo. Luego, el viejo molinero comenzó a hablar y Claudio, al fin, pudo saber.


“En el peor momento de la historia de Galicia, de España y del mundo, cuando la guerra estaba perdida y cazaban a los comunistas como conejos en el monte, comete la quijotada de afiliarse a un partido tan utópico en un Estado fascista: el PCE”. Corría el año 1940 y Rodríguez Rubio abrazaba de paso el Socorro Rojo Internacional. “Cuando uno está sumido en la distopía, sabe que es el momento preciso de empezar a caminar hacia la utopía”. De aquellas enseñanzas tardías, Claudio destiló poesía: “Padre mío que estuviste en la cárcel: / solidario sea tu numen, / venga a nosotros tu reino sin reyes”. Un padrenuestro laico y antifascista que termina con un “amén, camarada”.

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