En los años 80 y 90 los gallegos asistieron a un fenómeno peculiar que, si bien no se dio sólo en esa comunidad, fue popularizado por algunos de los personajes más carismáticos de la política española. Bajo el mandato del histórico Manuel Fraga, los caciques se multiplicaron, ocupando el poder provincial durante décadas. Público repasa la historia de algunos de ellos.
XOSÉ CUIÑA (Lalín, 1950-2007)
Fue el primer alcalde de Lalín tras ganar con mayoría absoluta las primeras elecciones municipales de 1979. Presidente de la Diputación de Pontevedra, secretario general del PP de Galicia, conselleiro durante 13 años, diputado y empresario, ocupó casi todos los cargos de poder en Galicia hasta enero de 2006. Fue el responsable de Política Territorial con Fraga, su número dos, su mano derecha. Pero nunca logró llegar a ser sucesor del presidente.
A ello contribuyó el escándalo que, tras la catástrofe del Prestige, en 2003, implicó a sus empresas familiares —más de una estaba a nombre de su anciana madre— en una sospechosa venta de trajes de agua anticontaminación para los equipos encargados de limpiar las playas de fuel.
Esta fue la excusa perfecta para que el sector genovista —liderado por José Manuel Romay Beccaría ('el cuarto barón de Fraga' que ocupó innumerables cargos en la política gallega y nacional hasta la actualidad, que preside el Consejo de Estado) y al que pertenecían el actual presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el actual presidente de la Xunta y quien le arrebató la presidencia del PP de Galicia, Alberto Núñez-Feijóo— atacase a los conservadores galleguistas que, como Cuiña, querían formar un partido pseudonacionalista 'al límite de la autodeterminación', según sus propias palabras.
Cuiña falleció en 2007, aquejado de una infección respiratoria. Hoy su hijo sigue su estela. Sin ocupar cargos en las instituciones, Rafael Cuiña, ex militante del PP, se ha convertido en el azote de Feijóo cuando éste se empeña en menospreciar a la lengua gallega. Muy crítico con las políticas del actual presidente de la Xunta, es cofundador de Compromiso por Galicia.
FRANCISCO CACHARRO PARDO (Jaén, 1936)
Con Cuiña y Baltar, Cahcarro era el otro gran representante del llamado 'caciquismo de la boina'. Aquel que se dedicaba a mimar a cada ciudadano que acudía a pedirle ayuda y obtenía luego mayorías absolutas aplastantes. Cacharro Pardo, hijo de un republicano represaliado, vivió su juventud en A Fonsagrada (Lugo), en el seno de una familia humilde. Pero él consiguió salir de la pobreza, estudiar Magisterio y convertirse en inspector de Educación, un cargo que le permitió conocer la provincia lucense y establecer los contactos necesarios para hacerse con el poder de la Diputación en 1983.
Desde la institución provincial llegó a controlar toda la provincia favoreciendo a aquellos alcaldes del PP que bailaban a su son, deshaciéndose de los que no lo hacían y creando instituciones que repartían inversiones entre los vecinos en aquellos ayuntamientos donde no gobernaban los suyos.
Ocupó el sillón provincial durante 24 años. En su caso, fue la operación Muralla —en la que está imputado desde 2006— la que forzó su dimisión en el partido. Tras su marcha, el PP no conquistó la alcaldía de Lugo y dejó la provincia en manos del bipartito PSOE-BNG, lo que le hizo ironizar sobre los resultados obtenidos por Feijóo: 'Escuché que fueron un éxito', dijo entonces. El pasado junio de 2013, tras su primera declaración ante la jueza que instruye el caso de corrupción por adjudicaciones irregulares de obras en la provincia, Ángela Galván Gallego, Cacharro volvió a bromear: 'Se celebró el examen. Contesté a todas las preguntas. Espero aprobar'.
XOSÉ LUIS BALTAR (1940, Esgos-Ourense)
Algunos expertos creen que el caciquismo se ha terminado como modelo a seguir en la política gallega. Pero entre los dirigentes actuales todavía suenan apellidos conocidos, herederos de épocas pasadas. Este es el caso de Baltar, cuya 'última batalla ganada' dentro del PP fue la de dejar a su hijo en el trono. Xosé Manuel Baltar no quiere ni oír hablar de caciquismo, pero su padre sí se autodenominaba, entre risas, como 'el cacique bueno'.
Xosé Luis Baltar empezó como alcalde de Nogueira de Ramuín. Desde ahí ascendió a presidente de la Diputación de Ourense, donde reinó entre 1987 y 2012, aunque compaginó este cargo como senador entre 1993 y 2000. Maestro como Cacharro Pardo, fue viajante y revisor de autobús. Su poder se lo ganó con carisma, complaciendo a cada ciudadano que se acercaba a su despacho y dando el pésame en cada funeral. Cuando la ocasión lo merecía, agarraba un trombón e improvisaba un concierto en cualquier fiesta de pueblo. Supo meterse en el bolsillo hasta a los mismísimos miembros de la oposición. Tanto que hasta cuenta en su haber con dos casos de transfuguismo: José Eugenio Galindo y Eladio Fernández, miembros destacados en el PSdG lo dejaron todo por el PP de Baltar.
El haber dado trabajo a los hijos de muchos de los que se lo solicitaron le costó la retirada, aunque no la derrota. Quien ganó por mayoría absoluta durante 38 elecciones y se mantuvo en la Diputación durante 22 años está ahora imputado por un presunto delito de prevaricación por contratación irregular de 104 personas.
Pero eso no le impidió perpetuar su apellido en el poder, enfrentándose —como sus compañeros anteriores— a los genovistas del PP. Pero detrás del buenrollismo esgrimido de cara a la galería de Feijóo y Rajoy hacia Baltar se esconden recelos insalvables entre los aires de renovación de éstos y el peso de la sombra de Fraga, quien —sabedor del cupo de votos que le ofrecía Baltar— nunca osó contradecirle. El propio Baltar afirma: 'En más de una ocasión hice temblar a Manuel Fraga'.
Fiel amigo de Baltar, en su misma época, desplegaba su poder en el Ayuntamiento ourensano de Monterrei, José Luis Suárez Conde, quien, tras 32 años como alcalde de la localidad (1981-2014), cedió recientemente el liderazgo del PP local a su hijo José Luis Suárez Martínez. Con ello, los Suárez siguen el modelo del baltarismo donde el relevo generacional se produce primero en el partido, luego en la institución.
Otro caso de baltarismo en la comunidad gallega se produjo también en la Diputación de Pontevedra post-Cuiña. El presidente, Rafael Louzán, natural del municipio pontevedrés de Ribadumia, se ha rodeado de vecinos y amigos a los que ha dado cargos en la institución y en las empresas filiales a la misma.
Años antes, en Ponteareas, era José Castro Álvarez —franquista confeso— a quien acusaban de haber contratado, sin concurso ni oferta pública de empleo, a unos 60 familiares y amigos de concejales o militantes del PP local. Inhabilitado por el Supremo, el 'satán' del PP gallego —como le denominó el propio Cuiña— el principal objetivo del edil era perpetuar su apellido en el municipio. 'A ver si a mi hijo le va gustando esto del Ayuntamiento y se queda de alcalde', le dijo en alguna ocasión a un miembro de la oposición.
En 1999, en plena campaña para las municipales y ya ahogado por los tribunales, Castro anunció que se retiraría del PP si el partido presentaba a la Alcaldía a uno de sus vástagos. ¿El final de la historia? Los conservadores le expulsaron y, aunque perdió la mayoría absoluta presentándose como independiente, logró su sueño: en el 2000, la sexta de sus diez hijas, María Nava Castro, se convirtió en alcaldesa de Ponteareas.
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