Del "autocuidado" a la "libertad": el diccionario 'libertario' de Ayuso
La presidenta de la Comunidad de Madrid salpimienta sus discursos y comparecencias con palabras clave que blanquea hasta que significan nada (o muy poco).
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Madrid,
Quizá uno de los grandes logros de Isabel Díaz Ayuso, más allá de sus innegables éxitos electorales, es haber sido capaz de ahuecar hasta el extremo la palabra libertad. Un vaciado de toda posible connotación que aleja el término de sus históricos tesoreros y lo acerca a una suerte de tierra de nadie.
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Desde ahí, desde esa tierra ignota libre de identificaciones, Ayuso zarandea el palabro que da gusto, lo convierte en arma arrojadiza y le quita toda posible sospecha de izquierdismo o progresismo. Le hace lo que viene siendo un lifting ideológico, dejando en pañales lo que antes, con tan sólo evocar, erizaba la piel. Populismo de manual.
Abrió la veda con libertad. La puso en el centro de su ideario durante aquella campaña que barrió Madrid. Pidió el voto con una carta en blanco –para qué propuestas, para qué programas– sin más aderezos que su rostro y su infatigable l-i-b-e-r-t-a-d. Sobra decir que el experimento lexicográfico funcionó; logró más escaños que la suma de los tres partidos de izquierdas.
Y tras el primer y exitoso vaciado, llegaron otros. La factoría de ocurrencias del ayusismo prosiguió con su proyecto de desposesión semántica y pronto le llegaría la hora a conceptos clave como "estado de bienestar", "populismo" y, más recientemente, "cultura del autocuidado". Un ejercicio de blanqueamiento terminológico que linda con lo descabellado.
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Para Fernando Martínez Vallvey, catedrático y profesor de Comunicación Política de la Universidad a Distancia de Madrid, la estrategia es clara y responde a una contingencia previa: "Todo está contextualizado y todo está connotado, en un momento de restricciones la posibilidad de darle nuevas connotaciones a un vocabulario heredado es muy importante".
Sintonizar con los anhelos del ciudadano medio no es tarea fácil. Requiere de una cierta laxitud semántica y, en cierto modo, de una ambigüedad calculada. Es ahí donde Ayuso y sus eslóganes brillan con luz propia. "La palabra tiene esa capacidad de evocar momentos, emociones, sentidos... Debemos ser conscientes de que la realidad, en el ámbito de la política, se construye por la palabra; luego se hará o no se hará, pero lo importante es lo que se ha dicho", apunta Martínez Vallvey.
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Ayuso se apropia de conceptos que empoderan en pro de un nuevo tiempo de palabras vacías
Ayuso le sustrae a la palabra sus posibles implicaciones. La somete a un lavado que, en palabras de Ana Sofía Cardenal, investigadora y profesora de Ciencia Política en la Universitat Oberta de Catalunya, confiere a su discurso la capacidad de conectar con un determinado momento: "Utiliza conceptos vacuos que llevan la discusión política a un terreno banal, esa utilización demagógica y simplista suele estar muy vinculada a un contexto concreto".
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Cardenal apuesta más que por una reapropiación del término –"la reivindicación de la libertad ha pertenecido tradicionalmente a los partidos liberales"–, por una frivolización del concepto. "Lo que hace es puramente demagógico, estamos ante un problema de salud pública de primer orden y en esa disyuntiva entre economía y prevención ella optado por el equilibrio más libertario, entroncando con discursos recalcitrantes que podrían remitir a Trump y al republicanismo más extremo".
Y es que la derecha ahora se autodefine rebelde, defensora de la libertad, contracorriente, provocadora. Una coyuntura en la que Ayuso se mueve como pez en el agua, adalid de una sofisticación fachosa que se apropia de conceptos que empoderan en pro de un nuevo tiempo de palabras vacías.
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El glosario de Ayuso es, en esencia, el que ya puso sobre el tapete Trump en sus desmanes retóricos. Un señuelo que la extrema derecha 2.0 maneja con solvencia, un juego de apropiaciones que desarma a la izquierda y que augura el que quizá sea su más ansiado vaciado, a saber; el de la palabra democracia. Al tiempo.