Opinión
No se nace "sólo una chica", se llega a serlo
Por Leonor Cervantes Vargas
Estudiante de Filosofía y Ciencias Políticas. Cofundadora de Filosofía en Los Bares
Los caminos de Internet son inescrutables. Sin embargo, a estas alturas todas sabemos que tener una cuenta en una red social supone estar dentro de una cámara de eco donde recibes, una y otra vez, información relacionada con tu propio estilo de vida, gustos y opiniones. Pues bien, entre toda la marabunta de memes, trends y hashtags que se suceden sin parar, la mano todopoderosa que mueve los hilos de mi algoritmo no ha parado de traer a mi orilla digital un tipo concreto de contenido: el relacionado con ser “una chica”. Si somos de la misma generación o si tenemos un uso parecido de las redes, probablemente sepas de qué estoy hablando. La suma de likes en estos posts, así como la cantidad de publicaciones que aparecen al buscar “experiencia femenina” en Twitter o “girly things” en TikTok me permiten pensar que no soy la única que lo conoce. No obstante, aunque sea para que mi madre pueda seguir siendo mi lectora, pondré algunos ejemplos.
En TikTok dos audios se hicieron virales. En uno de ellos la frase “how I love being a woman” pronunciada por Kyla Matthews en la serie Anne with an E se funde con la canción “Would That I” de Hozier. El segundo recupera un fragmento de la canción Just a Girl lanzada en 1995 por el grupo No Doubt en el que Gwen Stefani canta: “I’m just a girl. I’m just a girl in the world”. En ambos casos, los audios han servido como sonido de fondo para vídeos en los que usuarias enseñan sus lavabos repletos de cremas desordenadas, sus amigas peinándose las unas a las otras o sus tazas, vasos y platos en tono rosado. Cambiando de red social, en Twitter se popularizó la muletilla “sólo soy una chica”, lo que llenó más de una timeline con tweets como “a veces lo que una chica necesita para ponerse contenta es estrenar un vestido” o “todo lo que una chica quiere es que le regalen flores y le escriban una carta”.
Cuando comencé a ver este tipo de contenido lo abracé. Cristalizaba sutilezas que yo misma había experimentado pero que jamás había expresado y que, por eso mismo, consideraba simples excentricidades mías. Ante un tweet que rezaba: “ser una chica consiste en organizar cuándo te lavarás el pelo en base a los planes de esa semana” sonreía asombrada mientras pensaba: “¡pero si yo también hago eso!”. Acto seguido enviaba esa publicación a mi grupo de WhatsApp buscando generar complicidad. Ese tuit no sólo me devolvía vivencias personales que había pasado por alto; sino que me regalaba la posibilidad de un pequeño reencuentro con mis amigas. Parecía como si esas chicas que jamás habían hablado con nosotras nos hubieran espiado. Pero es que, además, esas chicas se parecían a nosotras. No eran personajes de libros, tampoco celebrities. Eran sencillamente mujeres con un teléfono móvil y acceso a internet, igual que nosotras. Este contenido me hizo sentir parte de algo, brindándome compañía y comprensión.
Los meses pasaron y, contrariamente a lo que sucede en las redes donde todo es flor de un día, este tipo de trend no desapareció. De hecho, se hizo cada vez más acusado. Desfilaban por mi pantalla tuits que afirmaban que “a veces una chica necesita que sus amigas le digan que no se ha portado mal, aunque ella sepa que ha hecho algo tóxico”, y en TikTok aparecieron vídeos donde chicas que habían participado de la moda “girly” se grababan narrando “cosas que les ponían celosas”. En esa lista se incluían, sin cuestionarlas ni tampoco mostrar reparo, situaciones como que su pareja durmiera con una amiga o que le dejara su ropa a alguna conocida. Así pasaba mis días, leyendo tuits sobre que “una chica solo quiere volver a tener cinco años y no tener que tener ni un pensamiento” y viendo vídeos acerca de “ser una chica dramática que llora cuando algo no sale como ella planeó”. El contenido comenzó a rechinarme, pero también logró algo de difícil renuncia: relajarme. Esas publicaciones inmateriales se transformaron en una mano suave que se deslizó por mi espalda diciéndome: “¿Ves?, no hay nada malo en actuar así, no hay nada que cambiar” y que al mecerme me susurraba: “¿Ves? A todas las chicas les pasa, no es para tanto”.
A veces, cuando tengo un problema en lugar de buscar soluciones levanto el ánimo scrolleando en alguna tienda online y, si puedo, comprando. No siempre tengo ganas de trabajar en aras de mi mejora personal, así que en ocasiones cuando siento celos no brego con mis inseguridades y opto por mirar a mi pareja con carita de perrito abandonado y preguntarle: “¿Yo… soy la chica que más te ha gustado nunca?, ¿más que Menganita?”. Intento no fustigarme por estas conductas. Intento también alternarlas con otras más saludables. No las celebro. Tampoco construyo mi identidad en base a ellas. Simplemente, me comprendo y me trato con piedad.
Mentiría si dijera que ver compulsivamente este tipo de trends no me hizo más autocomplaciente. Escuchar continuamente a chicas hablar con ligereza sobre sus celos me hizo ser menos crítica con los míos. Leer tuits en tono infantil acerca de no querer tomar decisiones me hizo añorar los días en los que mi madre tomaba las mías. Verlas enseñar productos que reconocían no necesitar me hizo justificar mis compras arbitrarias.
Los nichos reflejan con frecuencia una realidad mayor y al mismo tiempo se nutren de ella. En una sociedad que se muestra cada vez más reaccionaria, ¿qué nos hace pensar que el contenido de sus redes no lo sea de igual modo? ¿acaso los memes virales en pequeños segmentos de la población no pueden contener propaganda? ¿por qué los observamos de forma aséptica? ¿De qué chica hablan estos trends? Después de consumir este contenido, ¿experimentamos ganas de imaginar deseos propios y configurar nuestra identidad de forma personal? O, por el contrario, ¿nos devuelven concepciones más planas e inmovilistas del mundo? Por no olvidar algo importante: que algo nos haga sentir reconfortadas no significa que sea en sí mismo deseable.
Me pregunto si estos trends son el bumerán que llega tras haber jugado a aparentar que ninguna teníamos contradicciones. Cuando una se siente asfixiada y encuentra lejos la posibilidad de estar a la altura -nunca logra ser lo suficientemente feminista, ni tampoco despojarse de todas sus conductas cuestionables; o se observa incongruente y jamás lo bastante virtuosa- ¿cabe esperar una renuncia en forma de reacción? ¡De perdidas al río! ¿Por qué no descansar y abrazar plácidamente aquello que se te ha censurado? Hacer bandera de ser mala feminista, tóxica o frívola. A lo mejor todas ganaríamos si reconociéramos las ocasiones en las que participamos del sistema, y de nuestras propias incoherencias, ya sea por miedo, por no tener más remedio, por desconocimiento o por comodidad. Eso no nos haría mejores, desde luego; pero sí erradicaría la creencia de que en el club de las que intentan serlo solo hay hueco para las impecables.
Puede que de lo que también hayamos pecado sea de creer que una es mejor en general, y más feminista en particular, cuanto mejor y más alejada se encuentra de Lo Femenino. Recuerdo que en su inicio estos trends también me gustaron porque revalorizaron cosas que había crecido ocultando o negando. Me refiero a las apodadas cosas de chicas. Aquellas cosas que por femeninas había rechazado al ver a mi entorno considerarlas menos valiosas. Más aún tras observar cómo, en contraposición, aquello que les gustaba a los chicos -que no deja de ser algo también ideológico y socialmente mediado- era lo que recibía la categoría de importante y meritorio. La manicura, las flores, los colores pastel, las películas musicales, los diseños con formas de corazón, son algunos de aquellos elementos que, sin un ápice de vergüenza, celebraban ahora estas chicas de internet.
Reducir todo aquello que tenga relación con la feminidad a algo estúpido y plano es una idea sencillamente falsa que, además, denota un análisis simplista. Sólo hace falta detenerse en cualquiera de los objetos que he mencionado para observar el amplio campo de conocimiento que puede abrirse alrededor de los mismos. Por otro lado, creer que lo femenino remite siempre a una Caja de Pandora que alberga intenciones ocultas, generalmente ligadas a la seducción masculina, es también falso y quizás peligroso. Como feminista pensé durante años que todo lo relacionado con Lo Femenino encontraba su sentido en ser un ritual Por y Para el deseo masculino y que performarlo otorgaba siempre cierto privilegio. Pero ¿dónde deja esto a las mujeres sáficas con aspecto femenino? ¿Dónde coloca esta idea a los chicos y/o personas trans y no binarias que reciben acoso precisamente por su apariencia femenina? ¿Dónde enmarca a las ancianas a las que ridiculizamos por maquillarse descaradamente ya que consideramos que No tienen edad para ello? La feminidad es algo mucho más complejo que un mero señuelo por y para hacer babear a hombres. La feminidad tampoco es una plácida experiencia que abre sus brazos a todo el que quiera participar de ella. Por supuesto, la feminidad no es equivalente a la mujer.
La única experiencia femenina es que no existe una única experiencia femenina. Y menos mal. Generar, mascar y disfrutar una identidad es algo grandioso, pero, por encima de todo, un ejercicio hermoso de creatividad. Quiero ser Una Chica para dejar de ser Una Chica. No me opongo a ser Solo Una Chica porque crea que ser Solo Una Chica significa ser tonta o frívola, tampoco porque prefiera ser un Chico; sino porque supone una experiencia determinada y pautada de ser. Quiero ser todo lo que pueda ser. Quiero zarandear lo femenino, lo masculino, lo no binario ¿qué puedo disfrutar y aprender de aquí? Quiero crear con ayuda de todes un sinfín de maneras de ser. Aunque bueno, ¡qué se yo!, a fin de cuentas… tan sólo soy una chica.
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