Casta, narcotráfico y la DEA en las elecciones peruanas
Publicidad
48 horas antes del 5 de abril pasado, la derecha peruana se salvó de tener que definir una segunda vuelta electoral entre la chavista/podemita/comunista, Verónica Mendoza; y Keiko Fujimori, hija del ex presidente Alberto Fujimori, quien actualmente purga una condena de 25 años por autoría mediata en asesinatos de lesa humanidad y corrupción.
Publicidad
Las castas respiran tranquilas, la final queda en manos del capitalismo salvaje de Fujimori y el neoliberalismo democrático de Kuczynsky
El mensaje fue tan potente que deshizo la tendencia y el resultado fue que Mendoza bajó al tercer lugar y Kuczynski quedó segundo. Las castas respiraron tranquilas, la final era entre capitalismo salvaje, (Fujimori) y neoliberalismo democrático —si tal cosa existe— (Kuczynsky). Aún mejor, 20 días después de la primera vuelta, Kuczynski mantenía una preferencia electoral de 43% frente a su rival que alcanzaba el 41%. Una ventaja pequeña, pero gratuita pues el candidato no hizo prácticamente campaña alguna; incluso se ausentó del país y viajó a Estados Unidos. Hasta entonces todo marchaba sin mayores incidentes, salvo el suspenso que sentía la oligarquía de que su candidato no hiciese lo suficiente para ampliar la ventaja inicial, dos puntos no son nada, pueden voltearse en cualquier momento. “¿Dónde está el candidato?”, se preguntaban alarmados. Sus malos presagios pronto les dieron la razón; en la segunda semana de mayo cambian las tornas y Fujimori sobrepasa a su rival y desde ese entonces mantiene una consistente ventaja que la pone muy cerca de la Presidencia.
Que informantes de la DEA se presten a difundir información, —cuyo rebote mediático pueda ser interpretado como indicios que menoscaben la imagen pública de prominentes políticos— no es ninguna novedad; especialmente si estos personajes no gozan de la simpatía del Sistema, como el finado Hugo Chávez, o Evo Morales, Nicolás Maduro, o últimamente, Pablo Iglesias; pero que le echen sombras a un personaje tan devotamente fiel al consenso de Washington como Keiko Fujimori, ciertamente sí llama la atención.
Publicidad
En el fondo el asunto es más un choque de narrativas que una apuesta sobre la ética y moral públicas
En cualquier caso, si el objetivo de esta denuncia mediática, —subliminalmente interpuesta por la DEA— era intervenir en la opinión pública para que ésta se incline por un candidato limpio de tan oscuras sospechas de vinculación con el crimen organizado, el resultado ha sido contradictorio. En un país que se pasó meses visionando documentación video-gráfica, producida por el Servicio de Inteligencia, donde se podía apreciar a la crema y nata del país, (empresarios, dueños de medios, políticos, jueces, fiscales, deportistas y cualquier títere con cabeza), recibiendo dinero en efectivo del operador en la sombra de Alberto Fujimori, Vladimiro Montesinos, una simple referencia indirecta, (como la denuncia mediática), sobre un presunto acto doloso, jamás tendrá la contundencia del delito flagrante captado por cámaras escondidas. Y si esto fuera poco, el país, a través de los años, ha visto también como tal selecta élite comprometida en esos documentos visuales, se ha reciclado convenientemente, tanto que ahora está a un paso de volver, en olor de multitudes electorales a gozar de sus antiguas prebendas.
Publicidad
El país de abajo sabe que detrás de cada gran fortuna hay un gran crimen
El país, convertido en marca era una feliz moneda con dos caras: a nivel externo: el país/mercado emergente; e internamente, la irrupción de una feliz nueva clase emergente: la clase media; y sus actores, empresarios emprendedores. Copas van y copas vienen, el país estaba para brindar. Pero para el país pedestre, el de abajo, el que nunca ha leído a Balzac ni la Sagrada Familia de Marx, pero que solito sabe que detrás de cada gran fortuna, —tanto más cuanto más súbita—, hay un gran crimen, la explosión de prosperidad en algunos pocos de abajo, tenía otra explicación, muy distinta a aquella que provee el trabajo honrado en un país cuyo sueldo mínimo no excede los 223 euros al mes, (en el afortunado caso de ser uno de los cada cuatro peruanos que tiene empleo formal); en el caso de la gran mayoría de peruanos, por mucho que se madrugue o que la frente sude copiosamente, el bienestar no amanece ni siquiera por la tarde. Entonces, la explicación cae por sí sola como una todopoderosa trinidad: el nuevo rico, o es corrupto; o es narco; o está lavando dinero para cualquiera de los dos.
Publicidad
Las líneas de conexión en el organigrama del bajo mundo apuntan a un mismo nódulo en la superficie, el partido de la candidata Fujimori
Las oligarquías proclaman su letanía: “Somos un país minero”; frente a ellos, lo que hay es un país sumergido, que medra en el anonimato, el silencio y la oscuridad, pero no por ello menos poderoso, pues no en vano el Perú es el productor de cocaína más importante en el mundo. El país “emergente” como tal no existe, ni siquiera tiene una clase que proclame letanía alguna. Lo que sí se puede apreciar es un archipiélago de icebergs, una muestra: hace dos años, el aspirante a presidir la Judicatura nacional tuvo que desistir en su empeño, ya que la prensa le encontró un extraño pronto cuando va de shopping, consistente en comprarse, por ejemplo, un Mercedez Benz y pagarlo en efectivo con más de 100 mil euros. Ser juez supremo y tener ese monto de calderilla en el bolsillo explica más cosas de las que uno quisiera preguntar.