Juan Peña El Lebrijano, el cantaor que nunca fue a El Pardo
La Bienal le rendirá homenaje
Publicidad
La muerte lo encontró en casa de Sevilla, pocas horas después de que se hubiera templado con unos cantes junto a su hermano Pedro. Juan Peña El Lebrijano (1941-2016) ha sido enterrado hoy en Lebrija, su ciudad natal, la patria de una larga dinastía que también hunde sus raíces en Utrera, en una Andalucía rural a la que él no dejó de rendir tributo a través de los estilos propios de ese rincón: ‘En mi familia hemos sido siempre conscientes de que teníamos un compromiso con la seriedad del cante y, además, un compromiso social que se tenía que reflejar a través de nuestro cante. Hemos procurado ser fieles a nosotros mismos’, aseguró en 2009 cuando le nombraron Hijo Predilecto de Lebrija.
Publicidad
Respetuoso con la tradición flamenca, no tuvo miedo alguno a la hora de innovar, como demuestra su exploración del diálogo con la música arabigo-andalusí. Tampoco rehuyó el cuerpo a cuerpo con el compromiso político, como compañero de viaje del PSOE, o con la causa andalucista o la del pueblo gitano, como demostraban las dos banderas colocadas sobre el féretro que se honraba en el teatro de Lebrija desde la tarde del miércoles, pocas después de que un golpe de tos y una hemorragia le invitaran a hacer mutis de la vida.
La Bienal le rendirá homenaje
En las últimas semanas, Juan Peña había sufrido nuevos reveses de salud que le impidieron desplazarse al festival flamenco de Mont de Marsán, en Francia, donde tenía previsto actuar junto con otros “giraldillos” de la anterior Bienal de Flamenco de Sevilla: la edición del próximo septiembre, como ya ha anunciado su director Cristobal Ortega, también le tributará un reconocimiento.
El Lebrijano, guitarrista
Ahora apenas se recuerda pero Lebrijano se subió por primera vez a un tablao, armado con una guitarra. De hecho, su carrera artística comenzó como tocaor de La Paquera de Jerez, con tan sólo 16 años. También figuró en la compañíade Juanito Valderrama, cuyo centenario se celebra este mismo año. A partir de que en 1964 Juan Peña ganara el concurso de Mairena del Alcor, fue cuando se dedicó por entero al cante, aunque fuera de atrás, como tuvo ocasión de formarse en la compañía de Antonio Gades, mucho antes de que debutara en las casas de discos en 1968 o que, dos años más tarde, apareciera otro LP suyo en solitario escoltado a la guitarra por Paco de Lucía.
Publicidad
“La memoria de su raza”
Sus letras nunca rozaron, desde luego, la audacia de aquellas que el malogrado Francisco Moreno Galván escribiera para José Menese, pero llegó a mojarse en tiempos difíciles, a implicarse en un ángulo muy concreto de la sociedad andaluza, que quería alejarse de la charanga y panderetas machadianas. Sin partidismos explícitos más allá de la militancia personal con los sociliastas, hay un compromiso con los desheredados, desde sus primeros pasos como cantaor profesional: en 1971, tanto él como su familia protagonizan, por ejemplo, un recital a favor de la Misión Kinshasa, y en plena transición, editará “La palabra de Dios a un gitano”, aquel disco que se posiciona junto a un segmento aperturista de la Iglesia Católica, en una batalla para acabar con la discriminación de su raza en la que la historia dará la razón a la gitanería y en la que el Vaticano perdería una baza importante, a favor de la Iglesia de Filadelfia: ese pueblo noble que sigue siendo devoto de cachorros y greñúos, a pesar de que la curia le haya vuelto la espalda con frecuencia. Es el mismo brindis al sol, emotivo pero tal vez inútil, que El Lebrijano protagonizaría en la década siguiente, junto a Rocío Jurado y Manolo Sanlúcar, en un espectáculo creado por este último, bajo el título de “Ven y sígueme”, del que también existe una versión discográfica.
“Todos tienen derecho a cantar”
En su código genético, más allá de los carnets y de su relación con Felipe González, que lo llevaría a la Bodeguilla de La Moncloa, en la actitud de Juan Peña alienta la de un rebelde con causa. Mucho antes de que se le reconociera con el Premio Nacional de Cante en 1979, por la cátedra de Jerez. Y mucho antes de que el paso del tiempo quebrara ocasionalmente su voz.