Opinión
Un Afortunado Error (II/4): ...y Einstein se fue a la guerra
Por Yuri
Actualizado a
LA PIZARRA DE YURI.- Al final la Alemania nazi resolvió los problemas con sus torpedos… demasiado tarde para marcar una diferencia. No les sirvió de mucho que sus enemigos estadounidenses los tenían aún peores: hasta tuvieron que implicar al mismísimo Einstein.
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Un afortunado error, temporada II:
4. ...y Einstein se fue a la guerra.
En el último episodio vimos cómo el problema con los torpedos de los buques y submarinos nazis pasó de desesperante a desquiciante durante la invasión de Noruega. Dönitz bramaba. Hitler empezaba a hacer preguntas inquietantes. Así se dedicaron por fin grandes recursos a resolverlo.
Pero no era tan fácil. Por un lado había un problema de fondo: en todas las estructuras de riguroso poder piramidal, donde el mandamás manda apoyándose en una serie de círculos influyentes y virtualmente intocables mientras los de abajo se limitan a obedecer, sin ninguna separación de poderes efectiva, queda muy poco espacio o ninguno para actuar. Si algo va mal, arreglarlo depende por completo de la inteligencia y voluntad de los gerifaltes —combinación no muy común— y sin pisar ningún callo que no se pueda pisar.
Esto conduce a toda clase de ineficiencias y corruptelas, de las que ni siquiera se puede hablar en público. El régimen nazi fue un ejemplo paradigmático de este tipo de poder. Cuando va bien, pueden conseguir éxitos asombrosos; pero cuando algo se tuerce, incluso resolver un mero problema técnico que afecte a algún intocable se convierte en un arduo proceso que te puede costar la carrera y hasta la libertad o la vida si es que se llega a resolver alguna vez.
Este lío de los torpedos afectaba a un buen número de intocables, desde altos mandos de la Armada hasta poderosos empresarios del sector industrial afectos al régimen. La verdad es que sus problemas eran muy difíciles de identificar y arreglar, pero semejante ambiente complicó y alargó el proceso hasta lo absurdo.
La dificultad principal para identificar el problema radicaba en un hecho desconcertante: durante las pruebas bajo condiciones controladas, los torpedos parecían funcionar generalmente bien. OK, con los defectillos que ya había detectado el TEK y el Gran Almirante Raeder hizo ignorar tras la Guerra Civil Española; pero muy lejos del 30 a 50% de fallos en el mar y no digamos ya del ridículo 90% observado en Noruega.
Durante bastante tiempo, como suele ocurrir en estos casos, no pocos siguieron intentando echar la mayor parte de la culpa al piso más bajo de esta pirámide en particular: las tripulaciones. Pero al mismo tiempo, otros iban ya considerando que quizá tuviesen verdaderamente problemas graves. Entre ellos el nuevo director del Inspectorado de Torpedos, el vicealmirante Oskar Kummetz, comandante de la flotilla que intentó tomar Oslo durante el asalto inicial a Noruega. Iba a bordo del Blücher y a duras penas salvó su vida nadando por las frías aguas hasta la orilla.
Es lo que tiene ir con la tropa, que aprendes cosas que desde los despachos jamás se ven. En particular, cuando te han hundido con dos torpedos ridículamente viejos mientras que los tuyos modernos son una patata. Para decir toda la verdad, ya entre noviembre y enero Kummetz había ordenado unas pruebas que certificaron "oficialmente" por primera vez que los G7 sufrían fallos. Tras su experiencia, uh, natatoria, se convirtió en uno de los mejores aliados de Dönitz para investigar y corregir las deficiencias.
Primero se concentraron en lo que evidentemente estaba peor: las espoletas. Corrección tras corrección, fueron haciéndolas más fiables... muy poco a poco. Pero los torpedos seguían fallando miserablemente, a pesar de que ya eran conscientes de que corrían más bajo de lo debido. Una cosa es ser consciente y otra resolverlo, claro. Se emitieron órdenes y más órdenes indicando a los capitanes que tirasen más alto, ahora estos metros, ahora estos otros, sin solucionarlo realmente. No lograban entender lo que pasaba con el control de profundidad, así que todo eran ajustes a ojo de buen cubero.
A pesar de todo, ahora, con más submarinos en el mar, el mismo mes de junio de 1940 batieron su récord hasta entonces. Y durante los siguientes meses se lo pasaron a lo grande por mucho que los torpedos fallaran una y otra vez; tanto, que lo llamaron el primer tiempo feliz.
Es más: los Países Bajos y Francia habían caído también en manos alemanas, con lo que controlaban casi toda la fachada atlántica de Europa. Sus submarinos tenían salidas mucho más directas al océano. Las reglas del Tratado de Londres de 1926 fueron abandonándose para regresar a la guerra submarina sin restricciones que caracterizó al conflicto anterior. Terminó así de estallar la Batalla del Atlántico, en la que Alemania intentó poner de rodillas al Reino Unido mediante un bloqueo naval total utilizando sus submarinos. Y durante un tiempo, con torpedos defectuosos y todo, pareció como si lo fueran a conseguir.
Veamos: Durante los primeros años de la guerra, los medios antisubmarinos aliados eran muy precarios: el ASDIC, que los estadounidenses llamaron SONAR, era bastante primitivo y caprichoso; sus operadores rara vez estaban bien entrenados y, debido al secretismo que rodeaba al invento, a menudo no contaban con suficiente personal de mantenimiento o los operadores no eran capaces de explotar sus posibilidades a fondo.
El radar y el Huff-Duff para detectarlos en superficie estaban en pañales. Los aviones equipados con focos Leigh no lograron hundir un submarino hasta julio de 1942. Las tácticas antisubmarinas se desarrollaban poco a poco a base de prueba y error. Las sonoboyas verdaderamente prácticas no aparecerían hasta 1944 y no sirvieron para hundir su primer submarino hasta pocas semanas antes de que terminara la guerra en Europa. Y así muchas cosas más.
Además, la variante de la máquina Enigma naval utilizada por Alemania para comunicarse en secreto con sus submarinos no fue descifrada significativamente hasta junio de 1941. Tras la introducción de un modelo modificado en febrero del siguiente año, se volvió indescifrable otra vez hasta diciembre del ‘42.
Como resultado de todo esto, los submarinos alemanes disfrutaron de un largo periodo en el que pudieron operar casi sin oposición durante los primeros años de la guerra, incluyendo las llamadas primera y segunda épocas felices. Sus bajas no comenzaron a acumularse insoportablemente hasta trascurrida casi media guerra.
A lo largo de 1942, ya pasadas las épocas felices, todavía le atizaron a la friolera de 1.322 buques aliados, hundiendo casi seis millones de toneladas. Y tan tarde como en 1943, con Estados Unidos ya metido hasta el fondo en la guerra, llegaron a mandar al fondo el doble de barcos de los que los aliados eran capaces de fabricar; según un informe de la Royal Navy, "los alemanes nunca estuvieron tan cerca de interrumpir las comunicaciones entre el Nuevo y el Viejo Mundo como en los primeros 20 días de marzo de 1943." Durante ese periodo Dönitz tenía los 300 submarinos que necesitaba, sus torpedos ya no fallaban y estuvieron hundiendo un buque aliado cada cinco horas, de promedio.
No fue hasta mayo, el llamado mayo negro, que el arma submarina alemana comenzó a sufrir demasiadas pérdidas como para mantener el ritmo. A partir de ahí, los medios antisubmarinos aliados y el descifrado total de la máquina Enigma les hicieron la vida imposible hasta el final de la guerra.
Para cuando Hitler se voló los sesos en su búnker berlinés y el propio Dönitz firmó la rendición incondicional de Alemania el 8 de mayo de 1945, habían perdido 768 unidades con casi 27.000 tripulantes altamente cualificados. Apenas sobrevivieron 160 submarinos, muchos en pésimas condiciones o incluso incapaces de navegar. Eso sí, a cambio despacharon más de 21.000 buques enemigos. Sin duda hay que reconocer a los submarinistas alemanes que pelearon como lobos hasta el final. Sin embargo, es igualmente indudable que a partir de mayo de 1943 estaban perdidos y ya no tenían nada que hacer. Ese fue el punto de inflexión final en la batalla del Atlántico.
Pero eso también significa que entre el inicio de la guerra en septiembre de 1939 y mediados de 1942 tuvieron una ventana de oportunidad única, absolutamente privilegiada.
Durante todo ese tiempo, al menos 33 meses, los submarinos nazis dominaron el Atlántico mientras los aliados se las veían y se las deseaban para hundir alguno de vez en cuando. Otros muchos meses los aliados sólo conseguían hundirles uno o dos. Entre mayo y junio de 1942 los U-boote se cargaron 261 barcos enemigos con casi un millón y cuarto de toneladas a cambio de tan solo siete de los suyos. Un auténtico festival.
Cabe, pues, preguntarse cómo se habría contado la historia si al arma submarina nazi le hubieran funcionado bien los torpedos durante esa extraordinaria ventana de oportunidad en que los aliados andaban renqueando tras ellos como patos mareados.
Y también qué habría pasado si las armadas de otras potencias no hubieran tenido el mismo problema porque, como te adelanté, los nazis no fueron los únicos. Ni mucho menos. El problema era endiablado para la época. En realidad, los únicos que acertaron sus torpedos a la primera (o, al menos, los tenían listos para la Segunda Guerra Mundial) fueron los japoneses. Específicamente, con el tipo 93 del año 1933, que en su variante para uso submarino se llamaba tipo 95, más conocido como la lanza larga.
Y era una maravilla. Por fuera… bueno, por fuera, todos los torpedos se parecen, ¿no? Ya sabes, con su forma característica de… uhhh… tú ya sabes. Aunque este era grandote: un bicharraco de 61 centímetros de diámetro y nueve metros de longitud. El único problema serio de la lanza larga japonesa era justamente que ya usaba un explosivo más avanzado y potente, [de la familia] del llamado tipo Shimose, que tenía cierta proclividad a estallarle en la cara al operador en vez de en el blanco si no se manejaba con sumo cuidado.
Descontando eso, todo lo demás era excepcional: tenía un alcance efectivo de 22 kilómetros a más de 40 nudos de velocidad; o 9 kilómetros a unos asombrosos 51 nudos; es decir, cerca de 100 km/h. Esto era fabuloso en su época, más parecido a las prestaciones de los torpedos de… bueno, no te diré de hoy en día, porque los de “hoy en día – hoy en día” ni te los crees, pero ya te haces una idea.
Breve comparación: los torpedos alemanes G7 que vengo contándote en este podcast, específicamente el G7a de propulsión a vapor, llegaban como mucho a 8 km a 40 nudos o a 6 km a 44 nudos: menos de 85 km/h.
Y, como ya te dije, estos eran los buenos. Los aliados no tenían nada ni parecido: ni el inglés, ni el gringo ni el rojo.
El mejor torpedo aliado del mismo periodo, a fuerza de puro moderno, fue seguramente el 53–38 soviético de 1938 en su versión mejorada de 1939: nuevecito. Tenía un alcance efectivo de poco más de 10 kilómetros a poco más de 30 nudos con 400 kg de explosivo. A su velocidad máxima de 44 nudos y medio le daba para 4.000 metros y muchas gracias. Encima, los submarinos soviéticos europeos quedaron bloqueados en sus puertos desde principios de la guerra y no se les dio uso hasta casi al final. Eso sí, cuando por fin tuvieron ocasión, la rompían: entre otras cosas, los naufragios más mortíferos de la Historia se causaron con estos torpedos porque… bueno, pues porque funcionaban.
¿El inglés? El inglés ni siquiera contaba con un torpedo medio moderno para sus submarinos. Se apañaron con mejoras sobre el Mark VIII de los años ’20 del siglo pasado. Cargaban menos de 400 kg de explosivo y, según versiones, podían llegar hasta 6.400 metros o 45,6 nudos, pero no las dos cosas a la vez.
Curiosamente, este trasto viejo les dio un resultado increíble por su misma simpleza. De manera destacada, no tenían espoleta magnética pero su espoleta por contacto Pistol Type 3 era tan sencilla que no había modo de que fallara. Si impactaba, detonaba. E impactaban. Mucho. Ocasionaron un daño enorme tanto a la marina de guerra como a la marina mercante del Eje. Incluso resulta ser que el único submarino sumergido hundido por otro submarino en toda la historia lo fue con uno de estos torpedos Mark VIII. (O, bueno, semisumergido, digamos…)
Y mucho tiempo después, durante la Guerra de las Malvinas en 1982, el submarino nuclear HMS Conqueror hundió al crucero argentino ARA General Belgrano con… estas mismas antiguallas. El Almirantazgo Británico no se fiaba de sus nuevos torpedos Tigerfish, y sus capitanes, todavía menos. Así que sus submarinos se hacían al mar con unos cuantos Mark VIII actualizados por si las moscas. Pero de prestaciones, cortito-cortito-cortito ya en el periodo de Entreguerras.
Los primos gringos no se conformaban con tan poca cosa; ya los conoces. Lo que pasa es que su torpedo de principios de la II Guerra Mundial, el tipo 14, era posiblemente el peor de todos. El avanzadísimo (y carísimo) tipo 14 o Mark 14 con el sistema de detonación por contacto y magnético del modelo 6 tenía todos los defectos de los torpedos alemanes… y ninguna de sus virtudes. Desde que empezó el proyecto en 1931 hasta que al final lo arreglaron trabajosamente hacia finales de 1943, darle a algo con un “14” y que además estallara como debía se consideraba digno de mención en los anales navales.
Pese a su alto precio, sofisticación y largo periodo de desarrollo, sus prestaciones eran normalitas incluso sobre el papel: parecidas al mucho más económico 53–38 soviético, aunque con bastante menos “pegada”… y el soviético le atinaba a cosas y ¡hasta las hundía! cuando le daban la oportunidad. En su lugar, el gringo hacía todas esas cosas raras y divertidas de los G7 nazis pero todavía más y peor; y con tan solo la mitad de carga explosiva. Comparado con la fantástica lanza larga japonesa, ridículo.
En serio: es difícil exagerar lo muy malo y caro que salió el tipo 14 gringo: 10.000 dólares de aquellos tiempos por pato. O sea, más que un Cadillac V-16, el coche más caro y exclusivo de su era. Para comparar, un moderno torpedo gringo modelo 48 ADCAP de la última generación cuesta algo más de cinco millones… con la pequeña diferencia de que el ADCAP es un arma casi de ciencia-ficción mientras que “el Torpedo Elegido de 1931” no hacía nada… o peor que nada. Con el indudable propósito de redondear la cagada —porque si no, no se entiende— no crearon ningún grupo independiente o competidor que verificara los resultados del “14”.
La verdad es que, coincidiendo como coincidió con la Gran Depresión, es normal que les costara despegar. Pero por eso mismo, la mano de obra estaba barata, incluyendo la mano de obra altamente especializada. Y, además, en 1933 se puso en marcha un gran programa de construcción naval. Así que para 1937, seis años después, la Estación Naval de Torpedos de Newport, Virginia, se había convertido en una gigantesca maquinaria con tres turnos de tres mil trabajadores produciendo las 24 horas del día…
…un torpedo y medio al día.
Y es que no habían aprendido ni una sola de las lecciones; muchos años después, en 1953, la Oficina de Artillería de los Estados Unidos admitió en un informe que “La planificación de la producción en los años previos a la guerra fue defectuosa. Los torpedos estaban diseñados para una fabricación meticulosa y a pequeña escala. Cuando los requisitos militares exigieron que se suministraran en grandes cantidades, surgió toda una serie de nuevos problemas. Simplemente no había planes realistas disponibles para entregar el arma en la cantidad adecuada.”
Al final hasta la American Can Company, una fábrica de latas para comidas en conserva, se dedicaba a hacer torpedos porque había que aumentar la producción como fuera. Y ni por esas. Hasta la primavera de 1945, con la guerra ya acabada en Europa y cerca de acabar en el Pacífico, la US Navy no recibió torpedos en la cantidad adecuada.
Esto explica por qué se producían tan pocos y eran tan caros. Básicamente, cada “14” era una especie de obra de arte relojero lenta y trabajosa de completar. Pero, por sí solo, no explica por qué, además, eran tan malos.
Bueno: parte de la razón radica, justamente, en que las obras de arte cuidadosamente creadas por una miríada de personas suelen tener una calidad desigual. Tienden a ser frágiles. Y a ese precio, hay que sudar para convencer a los responsables de los dineros de que hacen falta pruebas. Al igual que ocurrió en Alemania, apenas hicieron pruebas, y las pocas que hacían se hacían bajo condiciones cuidadosamente restringidas… totalmente diferentes de las de una guerra de verdad, donde las cosas se tratan a palos y se usan de cualquier manera en el calor de la batalla. En vez de usar una carga explosiva real, al menos alguna vez para asegurarse de que funcionaba de veras, empleaban cabezas inertes para luego recuperar y reutilizar el costoso pececito. Y así todo.
Pero es que, además, igualito que pasó con el G7 nazi, querían adelantarse a su época. Nada de cosas sencillas pero fiables como el Mark VIII del primo británico, sino alta tecnología que no existía basada en un know-how que tampoco existía. Tanto el sofisticado sistema de control de profundidad como la más difícil todavía espoleta mixta por contacto y magnética estaban más allá de lo que Estados Unidos o Alemania eran capaces de crear en los primeros años de la II Guerra Mundial. Y sólo lo solucionaron hacia el final porque ambos dedicaron unos recursos enormes a resolverlo que, como te adelanté, en el caso estadounidense llegaron a implicar al Dr. Einstein.
Esto sólo fue posible porque los Estados Unidos de antes no eran como la rígida Alemania Nazi o los Estados Unidos de ahora, donde toda decisión debe seguir la correspondiente línea de mando con las responsabilidades suficientemente diluidas para proteger las carreras de todos aquellos que deben ser protegidos en caso de metida de pata profunda. No. Bastó con una carta de un químico físico llamado Stephen Brunauer que trabajaba para la Oficina de Municiones, y que podría resumirse en algo así como: “¡Hey, Dr. Einstein! Tenemos un problema difícil aquí, ¿nos ayudas?”
Y Einstein, aunque socialista y pacifista, temía más a los nazis que a la guerra. Así pues, contestó al poco con otra carta discutiendo algunas ideas sencillas sobre espoletas magnéticas, sin implicarse en exceso. Luego pasó a considerar problemas prácticos de las espoletas por contacto o impacto. Y acabó desarrollando una especie de modelo teórico del electromagnetismo aplicado a los torpedos que contribuyó significativamente a resolver el problema por fin.
En el caso alemán, cabe preguntarse por qué no pidieron ayuda a sus aliados japoneses. Como te dije, Japón tenía el absolutamente-mejor-torpedo de aquel tiempo. Un simple intercambio de correspondencia entre científicos e ingenieros habría bastado para arreglar también buena parte del problema. Sin embargo, no ocurrió.
Uno de los aspectos más desconcertantes del Pacto Tripartito que dio lugar al Eje, o sea el Eje Roma – Berlín – Tokio, es que Roma y Berlín vivían totalmente de espaldas a Tokio y viceversa. Mientras los aliados occidentales hablaban y se consultaban casi todo, y los aliados en general aprendieron a trabajar juntos pese a las inmensas reticencias e incluso puro odio entre capitalistas anglos y socialistas soviéticos, en el Eje se llevaban bien…
…pero su lado occidental apenas hablaba con el oriental. Y al revés. OK, tenían toda una Unión Soviética en medio dificultando el contacto, pero es que es más que eso: a menudo da la sensación de que vivieran en mundos distintos con intereses y prioridades totalmente dispares mientras sus enemigos se coordinaban para destruirlos. Quizá tenga algo que ver con el nacionalismo exacerbado que caracteriza al fascismo y sólo mira por lo suyo. Está discutido.
Oye, oye, y si los torpedos japoneses eran tan buenos… ¿por qué perdieron la guerra tan miserablemente? Bueno, es que si la situación geoestratégica y geopolítica de Alemania era una pesadilla, lo de Japón era una especie de chiste de humor negro. Ya dijimos que Dönitz estuvo muy cerca de cercar y bloquear al Reino Unido durante las primeras fases de la Batalla del Atlántico, cuando los medios antisubmarinos aliados aún eran muy primitivos. Esto pudo cambiar el curso de la guerra.
Por el contrario, Japón era el archipiélago que podía ser aislado y bloqueado por mar. Y fue aislado y bloqueado por Estados Unidos incluso sin torpedos funcionales. Se estima que los japoneses habrían necesitado más de mil submarinos para impedirlo. Pero estaban más atrasados en casi todo lo demás, eran más pobres y sólo alcanzaron a construir 174, junto a una miríada de minisubmarinitos de utilidad discutible.
Al final, como siempre en estos casos, cabe el “what if?” Si las espoletas nazis hubieran funcionado a la perfección desde el principio, ¿habrían logrado aislar y bloquear realmente al Reino Unido? Si lo hubieran conseguido, quizá el Frente Occidental entero de la Segunda Guerra Mundial habría terminado de colapsar por completo; difícilmente habría sido posible la Campaña Norteafricana contra Rommel que les costó el Mediterráneo y el canal de Suez a los nazis; y la historia seguramente se habría escrito de manera bastante distinta. En ese caso, ¿qué habría pasado a continuación?
Bueno, bueno, no nos adelantemos tanto. Como siempre en estos casos, los historiadores con gusto por la especulación tampoco se ponen de acuerdo. Sin duda Alemania habría hundido muchos más buques, pero ¿los suficientes? ¿Con qué efecto exacto? Enfrentados a tan grave amenaza, ¿no habrían desarrollado los británicos tácticas y medios de guerra antisubmarina antes?
Por ejemplo, el estudioso naval alemán Cajus Bekker escribió después de la guerra que “el fracaso de nuestros torpedos hizo que el arma submarina no sólo perdiera muchas ocasiones de éxito, sino que salvó muchos buques de la Royal Navy cuando Gran Bretaña estaba más directamente amenazada; particularmente, durante la invasión de Noruega. [Si no hubiera sido así], esto bien habría podido suponer el golpe mortal.”
Franz Kurowski, un escritor del mismo país especializado en la II Guerra Mundial que nunca ocultó sus simpatías ultraderechistas y antisemitas hasta su muerte en 2011, se entusiasmaba más y llegó a escribir que “los fallos de los torpedos privaron a Alemania de resultados absolutos y decisivos. […] Ante estos hundimientos totalmente inesperados, al Reino Unido no le habría quedado más remedio que aceptar la propuesta de paz alemana de julio de 1940.”
Por el contrario, el historiador militar estadounidense Clay Blair aseguraba que “la amenaza submarina alemana se ha exagerado mucho. En realidad, sólo un pequeño porcentaje de los navíos mercantes aliados fueron víctimas de los ataques submarinos. Más del 99% de los buques de los convoyes transatlánticos llegaron a su destino”; de lo que parece deducirse que si en vez del 99% hubieran llegado el 95% o el 90%, la diferencia tampoco habría sido tan grande.
Blair añadió que, en su opinión, la diferencia en caso de que los torpedos nazis hubieran funcionado bien habría dependido en gran medida del azar: de enfrentamientos concretos en casos concretos. Por ejemplo, la exitosa invasión de Noruega fue al mismo tiempo una gran oportunidad perdida de causar daños demoledores a la Royal Navy británica, lo que les permitió seguir luchando como si nada hubiera ocurrido.
Y no digamos si, aquella mañana del 30 de octubre de 1939, los torpedos del capitán Wilhelm Zahn hubieran estallado contra el HMS Nelson y Sir Winston Churchill siete meses antes de que ascendiera a Primer Ministro con el famoso discurso de “sangre, sudor y lágrimas”. Imaginar una Segunda Guerra Mundial sin Churchill es como imaginar una Segunda Guerra Mundial sin Stalin, Roosevelt o Hitler. Habría ocurrido igual, porque la Historia estaba madura para que ocurriera; pero nadie sabe ni puede saber lo que habría venido a continuación.
Este es el último episodio de la segunda temporada de Un Afortunado Error, “o cómo los putos nazis chingaron su guerra submarina”. Pero no creas que vamos a dejarte así, no. Ya estamos trabajando en la tercera y nos parece que te va a encantar aún más.
Dirección: Dany Saadia.
Documentación y guiones: Toni E. Cantó, "Yuri".
Locución y producción: Eduardo Albornoz.
Con música de: artlist.io
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Este podcast Un Afortunado Error 2 (4) - ...y Einstein se fue a la guerra es una obra original de Dixo (2023) y lo difundimos bajo licencia Creative Commons BY-NC-ND 4.0 Internacional.
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