Cada año, en torno a la fecha del 25 de Noviembre, leemos y escuchamos diversas reflexiones acerca de la violencia de género. Nos abruman con cifras, noticias impactantes y sentidos comunicados que desde las distintas instituciones se apresuran en elaborar. Cada año, en torno al 25 de Noviembre, somos muchas las mujeres que tomamos las calles y denunciamos a un sistema que nos oprime y nos condena a muerte; pero también cada año vemos cómo las cifras de mujeres asesinadas no descienden, incrementándose, incluso, los patrones machistas en adolescentes.
Son 923 mujeres las que en este país han sido asesinadas desde el año 1999, según cifras oficiales del Instituto de la Mujer. Cabría entonces preguntarse si sería posible hablar de paz social si no fueran mujeres las víctimas. La violencia machista se cobra más vidas que cualquier otro tipo de violencia en el estado español, y sin embargo no veremos el 25 de Noviembre manifestaciones multitudinarias condenando esas muertes.
He pasado los últimos meses viviendo en Bolivia y las compañeras allá usaban una metáfora para hablar de la propuesta feminista. 'La sociedad - decían- es como un cuerpo, para que éste funcione es necesario que todos sus órganos y todos sus miembros funcionen. Si una parte del cuerpo está enferma, todo el cuerpo se resiente. Las mujeres somos la mitad de ese cuerpo, somos el brazo y la pierna izquierda y ambos han de moverse, y también somos el ojo y el oído izquierdo, debemos mirar y ser escuchadas'. No habrá justicia social ni sociedad democrática mientras siga existiendo un sistema de dominación del hombre sobre la mujer y es responsabilidad de todas y de todos seguir reproduciendo mecanismos que nos excluyen, nos limitan y, que en su manifestación más terrible, nos matan.
Tratar de aislar el problema de la violencia de género, como si fuera un fenómeno desconectado, tiene que ver con la negación de la existencia de un sistema patriarcal que estructura y fomenta un modelo de dominación y poder del hombre sobre la mujer. Hay múltiples violencias que se ciñen sobre nosotras. Violencias que nos disciplinan, como el acoso sexual que nos obliga a pedir perdón por acceder a un precario empleo de trabajo; violencias que controlan nuestros cuerpos y nos dicen cuándo y de qué manera ser madres; violencias que nos señalan como diferentes y nos segregan en las aulas - y en tantas otras esferas-; violencias que nos condenan a la dependencia, negándonos el subsidio por desempleo, congelando y suprimiendo nuestras pensiones, o encerrándonos al trabajo oculto e invisible de los hogares. Tratar por lo tanto, de simular que la violencia machista no forma parte de esas otras de violencias, que son casos particulares que contar como sucesos en el telediario de las nueve, es toda una declaración de intenciones: cómo nos duelen las víctimas, pero qué poco nos preocupan las causas.
Combatir la violencia de género significa combatir contra los cimientos del sistema patriarcal. En este sentido es necesario empezar a hacernos la siguiente reflexión: en este contexto de ataque neoliberal, en el que cada día vemos cómo van socavando más nuestras vidas, robándonos la sanidad - en la comunidad de Madrid este año 30.000 mujeres se han quedado sin mamografías debido a las privatizaciones- robándonos la educación, echándonos de nuestras casas por deudas impagables, vendiendo los medios públicos de comunicación y despidiéndonos por cifras de miles, cabe pensar que cada vez se dedicarán menos recursos a la lucha contra la violencia de género - este año la Comunidad de Madrid ha recortado un millón de euros a esta materia-.
Sin ninguna duda creo que es necesario empezar a articular espacios colectivos de intervención. Son necesarias la creación de redes de solidaridad popular que empiecen a trabajar sobre la violencia de género. Si estamos extrayendo un aprendizaje positivo en estos momentos es que la solidaridad y la acción colectiva solucionan los problemas a los que tenemos que hacer frente. Muchos son los ejemplos, los más cercanos los podemos encontrar en la Plataforma de Afectados por la Hipoteca que gracias a la solidaridad y la organización popular están haciendo frente a los desahucios, interviniendo así de manera concreta en nuestras vidas y dando respuesta a aquello que nos afecta.
Las mujeres somos la mitad de esta sociedad, estamos en todos esos espacios, somos parte de esas activistas que se organizan y se solidarizan con esas otras luchas. Es el momento de que la violencia de género esté en nuestra agenda, que empecemos a articular mecanismos colectivos, de acompañamiento, de apoyo, de solidaridad entre las mujeres. La violencia machista, los feminicidios, suceden en nuestros barrios, tienen lugar a nuestro lado, ocurren a nuestras vecinas, nos amenaza a todas con su existencia, nos condena a todos.
Esto es un llamado a la reflexión y a la acción colectiva.
Sara Porras es coordinadora del Área de Mujeres de Izquierda Unida Madrid
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