Opinión
¡Que viene el lobo!
Por Sergi Sol
Periodista
La izquierda gobernante suele azuzar el fantasma del peligro de Vox para venderse como el mal menor ante sus socios de investidura. Es un recurso constante cada vez que el Ejecutivo de Sánchez exige apoyo parlamentario para sus tesis a esa mayoría de investidura que, como es sabido, se sustenta básicamente en los republicanos catalanes, puesto que los 13 diputados que lidera Gabriel Rufián son imprescindibles.
Si los de Rufián no ceden ante las propuestas del Gobierno se acusa a estos, implícita o explícitamente, de estar poniendo en riesgo la continuidad del Gobierno ‘más progresista’ de la historia. Dicho de otro modo, el Gobierno de Sánchez es el mejor posible y el más empático al que puede aspirar el independentismo. Porque, en su defecto, no hay más alternativa que la de un gobierno del PP con el apoyo de Vox que, por cierto, sigue creciendo en las encuestas, en buena medida a costa del PP de Pablo Casado. Y, sin duda también, de Ciudadanos que es ya como un muerto en vida al que más que estar velando las plañideras se dan codazos para repartirse lo que queda de botín, menguando elección tras elección sin esperanza ni solución.
El enésimo capítulo del ‘trágala’ del Ejecutivo es la reforma laboral. Esta se ha negociado, durante meses, a tres bandas, entre CCOO y UGT, la CEOE y básicamente el PSOE. De ahí los bofetones entre Díaz y Calviño de hace unos meses sobre esa tímida contrarreforma que hasta hace poco tenía que ser derogación sin más. El mismo Sánchez se aupó al liderazgo del PSOE levantando la bandera negra contra la reforma de 2012 que firmó Mariano Rajoy, que tampoco vamos a olvidar que recogía la herencia de las reformas de Felipe González y del mismo Zapatero en 2010.
Con el acuerdo triangular, luego de superar las discrepancias con Yolanda Díaz, la Moncloa prendió la paja blanca aderezada con lactosa en la víspera de Año Nuevo. Y, sin más, fumata blanca. Todo ello sin dar pábulo a esos trece diputados imprescindibles para sacar toda votación que haya en el Congreso. Amén de los vascos de PNV o EH Bildu. Y exigiéndoles además la adhesión incondicional. Aquello de son lentejas, las tomas o las dejas. Vamos, un trágala sin más.
Es cierto que el independentismo, en particular ERC, arrancó de Pedro Sánchez los indultos. Era la parte no escrita, y no por eso menor, del acuerdo de investidura. Tan cierto como que tras esa concesión, el Ejecutivo parece recurrir siempre a la misma estrategia, la de las lentejas de la vieja. De no ser así, se advierte que ahí está Casado, acechando, junto a la alargada sombra de Abascal.
Es, sin más, un chantaje permanente para exigir un apoyo incondicional que además, en el caso de la reforma laboral, se ha producido sin contar para nada, en ningún momento, con esos diputados que garantizan que en el Congreso no se atasquen los designios del Gobierno.
Eso le ocasiona a Gabriel Rufián un enorme desgaste. En Catalunya, la derecha independentista lo fríe sin tregua. También el mundillo de la CUP con la paradoja de que, a menudo, levantan el puño ante alguien que sí es hijo de un barrio humilde. Como si Podemos, desde el barrio de Salamanca, diera lecciones de clase a uno de Vallecas.
Por eso los republicanos no pueden ceder. Aunque lo tienen algo más complicado que Bildu, que cuenta con el respaldo de la mayoría sindical vasca que rechaza la timidez de la contrarreforma. Rufián, y por ende ERC, no puede aceptar esa reforma laboral que contradice los postulados que han mantenido los republicanos desde 2012. Aunque tampoco nos llevemos a engaño. El margen de esa contrarreforma tuvo siempre un techo ante Bruselas. Hoy, incluso más bajo. Otra cosa son las demandas que los republicanos deberían poder lograr para, en el mejor de los casos, abstenerse. Como las prerrogativas unilaterales del empresario ante el trabajador o las competencias en materia de EREs del Ejecutivo autonómico. Pero eso parece topar con esa soberbia ante cualquier concesión de la que está haciendo gala el PSOE. Del acuerdo, han dicho, no se toca ni una coma.
Pues nada, el desaguisado está servido. Siempre quedará el "¡qué viene Vox!", que como argumento es infinitamente más eficaz, resultón y convincente que bendecir las bondades de la contrarreforma, que ni por asomo fue derogación. Otro cantar es el verdadero motivo por el que el PP de Casado no cortocircuita esa mayoría de investidura y permite que se convalide una contrarreforma incluso bendecida por la FAES.
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