Opinión
¡Tiburón en la bahía!
Por Silvia Cosio
Licenciada en Filosofía y creadora del podcast 'Punto Ciego'
Una de la primeras cosas que se aprende -a las malas- cuando te dedicas a la política es que apenas hay diferencia entre ella y los juegos del hambre. “A la política se viene llorado de casa”, “La política es casi tan excitante como la guerra y casi igual de peligrosa”... seguro que a todos se nos vienen a la memoria un montón de frases célebres, apócrifas o no, que nos alertan sobre lo despiadada que puede ser la política profesional. Frases y refranillos que nos han vacunado cínicamente ante las caídas en desgracia, justas o no, de los políticos que, en muchos casos, suelen suceder de un día para otro y casi sin previo aviso. Solemos celebrar con guasa y campanillas las puñaladas por la espalda cuando se las clavan a los rivales -ya sean de otro partido o de dentro del partido-. Todo fueron chistes y memes cuando Pablo Casado pasó de candidato a presidente al olvido más absoluto por no haber sabido calcular el peso que tenía Ayuso como rival interna y la debilidad de su propio liderazgo. Hasta que las purgas llegan demasiado lejos, nos tocan de cerca, a alguien de los nuestros o acaban convirtiendo un proyecto político en un grupo de cuatro colegas. Es entonces cuando nos echamos las manos a la cabeza y llegan los lamentos, las exigencias de fair play y compromiso ético.
Recuerdo que muchos llegamos a la nueva política -qué antigua suena ya esta expresión- con promesas, bien intencionadas que eran, por cierto, de renovación y de reconstrucción del pacto social. Tras décadas de bipartidismo, con una crisis económica que nos estaba desangrando, recortes sociales despiadados, un Partido Popular que era una máquina de corrupción del tamaño del Enterprise y donde apenas se podía distinguir entre diputados populares e imputados populares, las promesas de dimisión ante la más mínima sombra y acusación de no estar a la altura ética nos parecieron, en ese momento, el maná que necesitábamos para recuperar la confianza de la sociedad en la clase política y no caer en las garras del fascismo que se alimenta de ese “son todos iguales” que tanto le gusta agitar y servir en copa larga a la reacción. Ingenuos pero bien intencionados, ni siquiera los más avezados y desconfiados de nosotros se pudieron llegar a imaginar que la judicatura española estaría dispuesta a saltarse la separación de poderes y la imparcialidad para entrar a lo bestia en las guerras partidistas.
No es un secreto, ni un misterio, ni creo que los que impulsaron la investigación contra ella lo nieguen siquiera, que Mónica Oltra era la pieza a batir en el lawfare para hacer caer al gobierno progresista del Botànic. Pero es que además Oltra estaba perdida de antemano. Como bien explica el alcalde de Amity Island, que afirmaba que cuando gritas 'tiburón', adiós temporada de verano. Cuando agitas el fantasma de la pederastia todo el mundo te da la espalda. Y es que al fin y al cabo es difícil encontrar una acusación más horrible que esa. ¿Quién no se va a sentir concernido, preocupado, escandalizado, dolido, asustado y asqueado cuando alguien es acusado de usar su poder para proteger a un pederasta, a un abusador de menores? Los obispos españoles, me responderéis, y no os faltará razón, pero cualquier otro ser humano con un mínimo de decencia no se querrá ver salpicado por una acusación como esta. Oltra, por tanto, no tuvo ninguna oportunidad de defenderse, a pesar de que sabíamos que era una acusación infundada y sin pruebas, pero sus aliados, asustados, se pusieron de perfil y ella cayó; el resto de la historia acaba con una mayoría del PP con Vox en la Comunidad Valenciana de los mil casos de corrupción. Porque los negocios no se hacen solos y al poder si no llegas pues te llegan.
Más allá de la necesidad como sociedad de pedir explicaciones a los responsables de todo esto -spoiler: no les pasará nada-, y de buscar la manera de compensar y reivindicar a Mónica Oltra de forma pública y notoria -otro spoiler: no creo que podamos deshacer el daño-, lo que más llama la atención en todo este lamentable, vergonzoso y escandaloso caso es que esta jugarreta se construyó disfrazada de falsa preocupación por la infancia. Y es que la excusa de la infancia, o más bien la excusa de la preocupación por la infancia, es el caballo de Troya de todos los discursos reaccionarios porque, decidme, ¿es que nadie piensa en los niños? No, la verdad es que no solemos pensar mucho en ellos salvo para decir que nos molestan en los restaurantes y en los aviones o cuando podemos usarlos para rearmar la narrativa reaccionaria usándolos de excusa para negar derechos y colar discursos de odio. Todavía recuerdo cómo se utilizó a los niños y niñas de este país para oponerse al matrimonio igualitario, cómo se nos advirtió que necesitaban un padre y una madre para tener un desarrollo pleno y sano, aunque el padre sea un maltratador que los usa como excusa para seguir aterrorizando a la madre o acabe asesinándolos para darle una lección.
La manera, por tanto, más eficaz para colar el discurso reaccionario y volver al pasado, esto es, para desandar caminos, quitar derechos y recuperar privilegios, es hacer creer que lo “de antes”, lo “de siempre” es mejor que lo de ahora, por lo que hay que ponerse manos a la obra para crear pánicos morales, inventarse problemas y usar a la infancia de rehén en las guerras culturales reaccionarias: que no te gusta que se explique educación sexoafectiva en las escuelas y se hable de la diversidad sexual y de géneros, pues gritas muy fuerte que a los niños en este país se les quiere enseñar a masturbarse en las escuelas; que te quieres cargar el mayor logro educativo en las últimas décadas en este país que es la educación obligatoria hasta los dieciseis años, pues pataleas sobre la falsa falta de preparación del alumnado y cómo se está destruyendo la cultura del esfuerzo; que eres racista, pues señalas a los menores migrantes a quienes llamas MENAS, los acosas en los centros de acogida, les acusas de ser unos delicuentes y de paso también señalas a todo el alumnado racializado -migrante o no, que las personas racializadas españolas también existen- de bajar el nivel de los colegios públicos y así también te cargas la reputación de la escuela pública que en la concertada es donde está el negocio; que te molesta que en la Comunidad Autónoma en la que crees que tienes derecho por nacimiento a gobernar y a hacer negocios están gobernando otros, pues gritas ¡pederastia! porque esto ya te funcionó durante muchos años para hacerle la vida imposible a las personas LGTBIQ+.
Y mientras tanto seguimos ignorando los verdaderos problemas a los que se enfrenta la infancia en este país, sometida a todo tipo de violencias económicas y sexuales, donde uno de cada cinco niños y niñas vive en situación de pobreza o en condiciones de vulnerabilidad en las que son sistemáticamente abusados ante la indiferencia e inacción de las instituciones. No olvidemos que la mayoría de niños y niñas en peligro están en manos de aquellos que, en teoría, deberían protegerlos y cuidarlos. Y ahora también los utilizamos en nuestras guerras políticas y culturales. Pero no debemos ni podemos obviar que detrás del caso de Mónica Oltra se encuentra una víctima indefensa y dependiente cuyo sufrimiento y drama fue explotado por quienes decían preocuparse por ella mientras arrasaban la carrera política de una rival para cargarse un gobierno y terminar de destrozar, de paso, la poca confianza que nos quedaba en la Justicia y en la política institucional. Y aquí es donde reside la derrota de la democracia.
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