Opinión
Sobre parar en verano
Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
Hace más o menos un mes un chaval intentó pegarle un tiro a Donald Trump y matarlo. Falló por poco. Es uno de esos acontecimientos históricos que dieron para reflexiones tipo: “bueno, Donald Trump ya arrasa en las elecciones”, que a la luz de los acontecimientos, nadie diría que estaban muy en lo cierto. La verdad es que el intento de asesinato del expresidente de los EEUU parece no tener ninguna trascendencia. La fabulosa foto para la historia es una más entre las miles de fotos que cada día nos comen los ojos a través de nuestras pantallas.
El Partido Popular, a pesar de esta tendencia contemporánea de la Historia con mayúsculas a banalizarse, insiste en que el procés catalán está más vivo que nunca. Para sostener una afirmación de esas características y que cuele, necesitas de un tipo muy particular de persistencia. Una que como una lluvia fina vaya impregnándolo todo, cada día, de un mensaje. No es fácil mantener una mentira hoy, pero tiene la ventaja de que al contrario que la verdad (por ejemplo, un intento de magnicidio) siempre le puedes poner patas nuevas, o cambiarle el pelo o añadirle mochila. La verdad se agota rápido, pero las mentiras son inagotables. Lo importante es la persistencia.
Tienes que dedicar muchos esfuerzos en mantener un carril narrativo porque la vida, hoy, te ofrece cosas nuevas cada día. Varias veces al día. La realidad caduca rápido, se agota. Es un material casi transparente que, expuesto de la corrosión del tiempo, se evapora en apenas unas horas. Las mentiras son más dúctiles. Cuando van a caducar, puedes enganchar una con la siguiente. Por eso cada día es necesario que algún inmigrante falso cometa algún delito falso en algún territorio falso de nuestro país.
Esa lógica de disolución de los acontecimientos llega hasta nuestra vida cotidiana. En algún momento del año pasado me suscribí a una newsletter que ahora me llega cada semana de manera puntual. No sé cuando lo hice. No sé de qué va. No sé quién la escribe. La abro y la miro cómo quién mira un fantasma, para después cerrarla con igual inquietud. Igual que muchas veces no recuerdas a qué ibas a la cocina o dónde aparcaste el coche la noche anterior o cómo llegaste a esa web en concreto de esa pestaña concreta de tu navegador. Lo ideal sería poder hacer cómo el PP o como Vox y contarme una mentira sobre la newsletter. Esa mentira sería, sin duda, mucho más atractiva que el olvido que llena mi bandeja de entrada.
Nuestro limitado cerebro humano se expone cada día a una herramienta que es el producto de la inteligencia conectada de millones de personas a través de nuestros teléfonos móviles. Cuando te conectas a ese flujo infinito de contenido mediado por algoritmos, además de traer contenido hacia ti, también dejas algo ahí, también le das algo a la interfaz. Ese algo, tu atención, que se va acompasando a un flujo mucho más veloz que el humano y que produce una suerte de automatismo, de acción zombie.
El verano, sin embargo, es ese momento en el que la realidad parece durar algo más. Los días se extienden y poco a poco vas notando como estás más en el sitio en el que estás. Al desconectar de ese flujo infinito, tu atención separada se vuelve a sincronizar. Por eso leemos más en verano, no es sólo que dispongamos de más tiempo, lo cual ya de por si es una ventaja incalculable, sino porque la desaceleración nos devuelve una capacidad para la atención que el resto del tiempo tenemos perdida.
El verano es más largo, los días se extienden dónde antes había el tipo de prisa que da la productividad. La velocidad favorece el automatismo. El automatismo favorece la caducidad de los acontecimientos. La caducidad de los acontecimientos favorece la inflación de mentiras. Lo real es más débil.
Quizás por eso en verano nos parece que los asuntos que nos resultan imposibles de gobernar en el día a día, son abordables y que el mundo, ese mundo que imaginamos siempre en el límite de lo posible, se extiende y permanece.
Pero ¿qué hacemos en verano? Cocinar, comer, dormir, leer, ir al cine o a un museo, escuchar música, escribir, bailar, bañarnos, pasear, jugar, follar, conversar… Son actividades que no deberíamos permitir que fueran patrimonio exclusivo del verano ni que se convirtieran en actividades a las que un porcentaje importante de la población no puede acceder. Más del 30% de los españoles no se puede permitir unas vacaciones.
Este artículo se llama Sobre parar en verano, pero al escribir el título la primera vez he puesto: “Sobre parar EL verano”. Detenerlo. Que se extienda para siempre. Un lapsus, o quizás no tanto. Se trata de entender que aquello que el verano dispone, que no es más que la calma que aporta la ausencia de explotación, debe ser universal y puede extenderse en el tiempo.
Quizás el derecho más importante que debemos conquistar es el derecho a verano. Este invierno, tener una vida mejor sería simplemente ganar verano. Y quizás, al contrario, el objetivo razonable de cara al verano, sería ganar algo de invierno. Unos grados. Porque en eso también nos va la vida, el planeta y la salud.
Queda para otro texto si el turismo forma parte de este verano del que hablo o tiene más que ver con seguir trabajando de manera acelerada y haciendo trabajar a otros de manera precaria. Para eso, una recomendación veraniega: Estuve aquí y me acordé de vosotros, de Anna Pacheco. Un libro que no he podido leer hasta que ha llegado el verano.
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