Opinión
Sexualidad marca España


Por Aitzole Araneta
Sexóloga y técnica de igualdad en el ayuntamiento de Pasaia
El estudio “relaciones sexuales y de pareja” que el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) ha publicado recientemente contiene numerosos datos para hacernos pensar. España siempre ha sido considerada como un país sexualmente libre, si bien esta encuesta arroja aspectos reveladores sobre la percepción acerca de la sexualidad -la manera en la que nos vivimos- y la erótica -la forma en la que anhelamos-. Me propongo, por tanto, hacer algunas reflexiones sobre los hallazgos de este informe, destacando los avances y los retos que aún persisten en nuestra sociedad en torno a “lo sexual” y la manera en la que estamos construyendo las mismas.
Empecemos con la percepción o idea que se tiene sobre la fidelidad, que se construye en base a acuerdos que muchas veces no están claros o son entendidos de diferente forma: en un contexto donde están aflorando palabras como “poliamor”, “anarquía relacional” etc. una gran mayoría coincide en que los encuentros eróticos con otras personas fuera de la pareja son una forma clara de infidelidad (91,5%). Otros comportamientos, como besarse con alguien o mantener conversaciones subidas de tono en redes sociales, también son claramente percibidas como signo de traición. El dato que parece más sorprendente es que las y los españoles de a pie - casi la mitad, un 47,1% - consideran que enamorarse de otra persona sin mantener contacto corporal no es una forma de infidelidad. Es decir, todo lo que tenga que ver con cuerpos, genitales y conductas concretas sin duda despierta clamoros recelos. En esas prácticas y conductas que implican genitales siguen primando concepciones como la de que no hay encuentro “de verdad” si no hay coito/penetración (31,5%). Sin embargo, las cuestiones que profundizan en el pegamento e intimidad emocional generan muchas más dudas. La traición es percibida en relación al contacto corporal y genital, y no tanto a una cuestión de intimidad y vinculación.
En todo caso, uno de los aspectos más llamativos de la encuesta del CIS es la relevancia que se otorga a la pareja en la construcción de una vida satisfactoria. Un 63,1% de personas encuestadas considera que tener pareja es "muy" o "bastante" importante. Esta percepción refleja, una vez más, cómo el modelo tradicional de pareja sigue teniendo un peso significativo, aunque existan voces disidentes que cuestionan esta narrativa. La búsqueda de la pareja sigue siendo central, aunque la música que acompaña a estos tiempos sea la de la individualidad y la independencia.
En cuanto a la orientación sexual del deseo, un aplastante 85,4% de las personas encuestadas se identifica como heterosexual, mientras que unos pequeños porcentajes arrojan números sobre homosexualidad (2,8%) y bisexualidad (5,4%). Las personas encuestadas se definen, por tanto, más como bisexuales que como homosexuales. Este cambio de tendencia, que quizá unos años atrás no hubiera dado los mismos resultados, puede tener que ver con que en algunos lugares -especialmente las grandes ciudades- la gente se da el permiso de “jugar al juego” sin importarle quién sea “el jugador/la jugadora”. También han podido influir la aparición de referentes, de personajes públicos que se definen de esta manera, así como la retirada de estigmas que pesaban sobre ciertas formas de relaciones. Sin embargo, ¿con qué estamos llenando estas palabras en el imaginario colectivo? Has adivinado: con cuerpos, genitales y conductas concretas. Quizá sería interesante poner en el centro la idea de que puede que haya personas a las que no les resulte determinante el sexo de la otra persona a la hora del encuentro erótico; lo que significa que el gozo y lo hedónico, por fin, se dejan ver. Y sin embargo, para no pocas resulta fundamental cuál es el sexo de la(s) persona(s) de las que se enamoran, con las que se vinculan y se comprometen a crear proyectos de vida comunes a largo plazo. En definitiva, aunque nos empeñemos en el reduccionismo corporal y genital, en la construcción de vínculos profundos no hay un forma correcta de bisexualidad, como no lo hay de homosexualidad ni de heterosexualidad. La realidad es que hay tantas sexualidades como seres humanos existen, con sus modos, sus matices y sus particularidades a la hora de vivirlas.
Un último dato: el estudio del CIS tiene un 0% de respuestas desglosadas por sexos. Un desglose en hombres, mujeres e incluso “otras identidades” sería aún más revelador.
Nota: espero que nadie que lea esta tribuna y se viva en modelos, conductas o relaciones que pudieran catalogarse como “tradicionales” se sienta señalada. En no pocos ámbitos -y la sexología en ningún caso debiera ser uno de ellos- se prescriben deberes: “deber ser”, “deber hacer”, “deber probar”, “deber sentir”. No hay nada más alejado del deseo, del gozo y del buen vivir que la obligación. Y nada hay más moderno que vivir(se) y vincularse de la forma que más satisfacción, calma y/o coherencia reporte, por mucho que haya quien venda recetas que siguen sin ser útiles a muchas personas.
Porque en tiempos donde la bandera del “yo” aparece como liberadora, España y sus habitantes siguen construyéndose en el “nosotras”: desde lo interrelacional, lo interdependiente y lo vulnerable. Quizá sea hora de aprender a valorar y cultivar estos aspectos que forman parte inevitable de nuestra dimensión sexuada. De reconocernos como seres vinculantes y frágiles. Y de tener herramientas para entendernos, comunicarnos, empatizar y convivir unas con otros de otras maneras en lo íntimo, lo privado y lo público, en un mundo donde la polarización y la brecha están siendo invocadas. Esa sí sería una buena marca.
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