Opinión
Más salario y menos cuentos


Por Julen Bollain
Economista
Si algo define a un gobierno progresista, es garantizar que quien trabaja recibe un salario digno por su trabajo. Y eso, en España, pasa por subir el Salario Mínimo Interprofesional (SMI). En los últimos años se ha dado un paso de gigante a este respecto, pasando de los 735 euros mensuales de Rajoy en 2018, a 1.194 euros en 2025. ¡Un 61% de subida! Y mientras tanto, ¿qué ha pasado con el empleo? La respuesta es sencilla: récord de personas afiliadas en la Seguridad Social, récord de creación de empleo y mínimos de paro. ¿Dónde está el apocalipsis que la derecha mediática y política anunciaba?
Lo cierto es que el SMI es mucho más que un número. El SMI es la diferencia entre llegar a fin de mes o no llegar, entre poder llenar la nevera sin angustia o estar siempre al borde del abismo. Es un pilar de justicia social que, lejos de destrozar la economía, la impulsa. Y cuidado, porque esto no lo dicen las teorías económicas más radicales. Lo dicen los datos. Mientras que algunos empresarios lloraban por la supuesta quiebra masiva que traería la subida del SMI, sus beneficios siguieron creciendo. ¿Casualidad? No lo creo.
Y la economía siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido
España es un país de sueldos bajos y alquileres imposibles. Pero la subida del SMI no solo ha puesto más dinero en los bolsillos de los trabajadores, sino que ha hecho justicia con los sectores más precarizados: jóvenes, mujeres y empleadas de sectores esenciales que antes apenas llegaban a fin de mes. ¿Y el cataclismo económico que nos prometieron? Lo mismo que los unicornios: ni están ni se les espera. De hecho, tres de cada cuatro empresas han declarado al Banco de España que la subida del SMI apenas les ha afectado. Por el contrario, lo que sí ha sucedido es que los beneficios empresariales siguen batiendo récords. ¿No será que algunos podían y, por justicia, debían pagar más, pero no querían?
Porque más salario mínimo significa menos desigualdad. A lo largo de la historia, el trabajo ha sido el gran motor de movilidad social, pero en España los bajos salarios han condenado a miles de trabajadores a vivir en la cuerda floja. Que el 60% de las personas que cobran el SMI sean mujeres no es casualidad. Que muchas de ellas trabajen en sectores esenciales y, aun así, cobren sueldos miserables, tampoco. La subida del SMI es un acto de justicia y es un acto de reparación.
Eso sí, que quede clara una cosa. Subir el SMI está bien, pero dejar que Hacienda meta la mano en el bolsillo de quienes menos ganan es una broma de mal gusto. Más de 540.000 trabajadores que cobran el salario mínimo empezarán a ver retenciones en sus nóminas. Un Gobierno progresista no puede dar a quien menos tiene con una mano y quitarle parte con la otra. No puede ser que, quien apenas llega a fin de mes, tenga que tributar por IRPF mientras las grandes fortunas siguen encontrando vías para pagar cada vez menos.
Hay que decirlo claramente: un salario mínimo es, por definición, el ingreso mínimo que debería cobrar cualquier trabajador para sobrevivir. Gravar con IRPF a quien está en ese nivel no es progresividad fiscal, es un castigo a la pobreza. Que paguen más los que más tienen y que los salarios más bajos estén libres de impuestos. Esa sí sería una reforma fiscal progresista y no las medias tintas que dejan fuera de juego a los trabajadores con menos recursos.
Europa nos señala el camino: sigamos subiendo
Comparado con otros países europeos, España todavía tiene un salario mínimo modesto. Mientras en Alemania o Países Bajos se superan los 1.850 euros, en Bélgica los 1.750 euros y en Francia casi llega a 1.550 euros, aquí seguimos peleando por un salario mínimo que dé para vivir. Pero el camino está trazado. Se ha demostrado que subir el SMI, además de fortalecer la economía, trae consigo menor precariedad, mayor consumo y, en definitiva, mayor estabilidad para quienes siempre se las ven canutas para llegar a fin de mes.
Además, está la gran pregunta que muchos evitan: si el SMI sube, ¿por qué no lo hacen también los salarios medios? La clave de la desigualdad en España no está en que los sueldos más bajos suban "demasiado rápido", sino en que los salarios intermedios llevan estancados demasiado tiempo. La subida del SMI es solo el primer paso de un cambio de modelo en el que los sueldos en general deben reflejar mejor el valor del trabajo y la riqueza que se genera.
Si queremos una economía fuerte y un país donde el empleo garantice una vida digna, hay que seguir la senda iniciada en 2018. Subir el salario mínimo ha demostrado que lo que algunos llamaban “imposible”, lo que nos iba a llevar a la bancarrota, solo era incómodo para los de siempre. Para los privilegiados. Y lo incómodo para ellos, suele ser lo mejor para la mayoría.
En definitiva, y como decía anteriormente, el SMI no es solo una cifra, sino un reflejo del tipo de sociedad que queremos construir. Una en la que el trabajo sea justamente remunerado, en la que el crecimiento económico se distribuya de manera equitativa y en la que nadie se quede atrás. El SMI ha subido un 61% en los últimos años y la economía sigue batiendo récords. No, no ha sido un desastre. Sí, ha sido un avance. Y sí, todavía queda trabajo por hacer. Porque un país que se dice progresista no puede permitirse salarios de miseria. La pregunta ya no es si debemos subir el SMI. Es por qué no lo hemos hecho antes.
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