Opinión
El ruido y la furia
Por David Torres
Escritor
Desde la primera vez que la leí, me quedé pasmado con una frase de Las Ménades, un relato de Julio Cortázar incluido en el libro Final del juego -aunque es difícil no quedarse pasmado con casi cualquier frase de Cortázar. La que me refiero describe el momento de un tumulto tras un concierto de música clásica, cuando la gente, enloquecida de entusiasmo, invade el escenario y se lleva a los miembros de la orquesta en volandas para una celebración que se adivina terrorífica: “Me quedaba suficiente lucidez como para preguntarme por qué los músicos no escapaban a toda carrera por entre bambalinas, en seguida vi que no era posible porque legiones de oyentes habían bloqueado las dos alas del escenario, formando un cordón móvil que avanzaba pisoteando los instrumentos, haciendo volar los atriles, aplaudiendo y vociferando al mismo tiempo, en un estrépito tan monstruoso que ya empezaba a asemejarse al silencio”.
“Un estrépito tan monstruoso que ya empezaba a asemejarse al silencio”. Creo que no se puede describir mejor la atmósfera habitual de Twitter, una cochiquera de opinión donde miles y miles de indocumentados chillan a la vez y casi nadie dice nada sensato, donde las voces acreditadas, importantes o significativas se pierden entre un maremágnum de gruñidos, berridos y eructos. Por ejemplo, los avisos de la AEMT alertando de la que se venía encima el martes, despreciados por las autoridades (in)competentes y envueltos desde el momento de la tragedia en una auténtica algarabía de ruido y confusión. En los días siguientes, la catástrofe -con más de doscientas víctimas mortales, una cifra indeterminada de desaparecidos, miles de hogares sin electricidad y docenas de pueblos y áreas urbanas convertidas en zona de guerra- sólo servía para que partidarios del PSOE y del PP se siguieran tirando los trastos a la cabeza. Español de puro bestia, decía César Vallejo.
Ciertamente, hay algunos más bestias que otros. Por lo que se desprendía de algunos mensajes de simpatizantes del PP, de Vox y otros diestros recalcitrantes, la tragedia había sucedido porque los etarras, que están más fuertes que nunca, volaron tiempo atrás unos cuantos embalses y presas que Franco había levantado a ritmo de pasodoble, sin otra ayuda que la cabra de la Legión, una espátula bendecida por la Virgen y una cuadrilla de toreros. Además de los efectos letales de la riada, el fango y la desidia criminal de Pedro Sánchez (riendo a carcajadas y frotándose las manos una vez más ante tanta desgracia), estaban las hordas de inmigrantes y gitanos, dedicándose a la delincuencia organizada, al saqueo indiscriminado de tiendas y hogares, y al disfrute de su alojamiento en hoteles de cinco estrellas con todos los gastos pagados.
La mayoría de estos voceros de Fachalandia despotricaba de las paparruchas sobre el cambio climático, su incidencia en la dana y las previsiones de los meteorólogos, prefiriendo escuchar la opinión de eminencias como Miguel Bosé, doctor en Cuñadismo por la Universidad de Lepe. No menos inquietante era la presencia sobre el terreno de expertos en parapsicología, libros que se escriben solos y presencias fantasmales en casas cuando los dueños se van de vacaciones (Iker Jiménez, Ana Rosa Quintana, Susanna Griso), la flor y nata del periodismo patrio en busca de la verdad, la justicia y el morbo a cualquier precio.
En particular, Iker Jiménez se preguntaba, con su perspicacia de ultratumba, “cuántas vidas podrían haberse salvado de haber estado desplegado el ejercito (sic) en bloque desde el día 1 de la tragedia”. Vete a saber si con lo del “día 1 de la tragedia” se refería Jiménez al viernes 1 de noviembre, al martes 29 de octubre, al miércoles 30, o al jueves 31, que fue el momento en que Carlos Mazón anunció, a las cinco y cuarto de la tarde, que acababa de solicitar por fin la ayuda de los militares. Es un misterio digno de uno de esos programas suyos sobre vampiros o marcianos, ya que el propio Carlos Mazón explicó luego que, en realidad, él había pedido la ayuda al ejército el martes 29 a las tres de la tarde, aunque debió hacerlo mediante una ouija, ya que hora y media antes había informado en comparecencia pública a los valencianos que no se preocuparan, que siguieran comprando y viajando en coche, que la tormenta ya se iba para Cuenca y que iba a salir el sol a las seis de la tarde.
Tras ganar las elecciones, algunos se preguntaban cómo era posible que Mazón hubiese puesto de vicepresidente a un torero de Vox, aunque ahora se preguntan más bien cómo Mazón dirigía una comunidad autónoma de oído, cuando era manifiestamente incapaz hasta de dirigir a una banda de pueblo tocando Paquito el chocolatero. En fin, lo que vino después tampoco desmerecía de otro especial de Iker Jiménez, desde el momento en que Feijóo, Abascal y su coro de acólitos -que llevan años acusando a “Perro Sanxe” de haber perpetrado un golpe de Estado- empezaron a exigir a “Perro Sanxe” que fuese a Valencia a dar otro golpe de Estado. Por otra parte, el presidente valenciano y el español llevaban días y días trabados en una conversación de besugos, un monólogo telefónico a lo Gila, hablando con el enemigo, mientras miles de personas chapoteaban entre un caos de carrocerías desvencijadas, cadáveres, cascotes y barro carnívoro.
Ocurre que, en España, cuando hay un problema, no se busca una solución: se busca un culpable. Más allá de la inutilidad homicida de las primeras horas, que fue cuando se decidió todo, lo cierto es que la gestión del desastre en los días posteriores parecía un chiste, un chiste negro con doscientos y pico muertos y una provincia entera bañada en luto. Mientras Mazón y Sánchez seguían entretenidos en su disputa de adolescentes, Feijóo iba a hacerse fotos, Abascal intentaba pescar votos aprovechando el río revuelto y el rey Felipe VI estrenaba su traje de faena, mientras tanto, los efectivos de la UME, bomberos, policías, médicos, enfermeras y miles de voluntarios se lanzaban a la tarea.
Lógico que, en Paiporta, epicentro de la catástrofe, hayan recibido al triunvirato formado por el rey, Pedro Sánchez y Carlos Mazón al grito unánime de “asesinos”. Por las calles desfilaba una treintena de coches de policía sólo para que Felipe II y sus dos mariachis fuesen a retratarse con cinco días de retraso. También les han tirado barro encima: todo un baño de realidad a tres tipos que viven en las nubes. Lo malo es que la realidad cada vez se parece más a Twitter, en palabras de Shakespeare: “un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que nada significa”. Pero, entre tanto ruido, tanta furia, tanta incompetencia criminal y tanta puñalada cainita, no es fácil entender cómo funciona nada en este reino bananero, ni el monigote monárquico, ni la jerarquía autonómica, ni el poder estatal, ni la prioridad de las emergencias, ni la responsabilidad de los altos cargos, ni la competencia de las diversas administraciones. Sería de risa, sí, de no ser porque da mucho miedo. Como cualquier gobierno del PP, una película de Berlanga o un monólogo de Gila.
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