Opinión
Los ricos no pagan impuestos
Por Julen Bollaín
Economista
Los ricos son esos titanes de la economía que deambulan por nuestra sociedad con una tranquilidad imperturbable mientras te miran por encima del hombro. Tú, simple mortal, no debes más que arrodillarte, dar las gracias y luchar con el sudor de tu frente para poder llegar al final de mes. Y cuidado, que cuando digo rico, me refiero a ricos ricos. A ese uno por ciento que vive totalmente ajeno a la realidad. A ese uno por ciento que realmente mueve los hilos en esta sociedad. A ese uno por ciento que da forma a las leyes económicas, políticas y sociales. A ese uno por ciento que puede amenazar (e incluso tumbar) a gobierno democráticamente elegidos sin apenas despeinarse. A ese uno por ciento que, tras la caída del Antiguo Régimen y el rígido sistema de clases sociales, instaura el discurso meritocrático como excusa para legitimar la existencia de desigualdades. A ese uno por ciento que, sin contrapoderes efectivos, ya casi no paga impuestos.
Y quizá te preguntes cómo es posible que no paguen impuestos si contamos con sistemas fiscales progresivos que hacen que cuanto más ganemos, más paguemos. Tampoco te creas. Esta es otra trola que nos han intentado colar. Al menos durante las cuatro últimas décadas. Porque desde los años cuarenta a los ochenta del pasado siglo vaya si pagaron. De hecho, en Estados Unidos la tasa marginal superior sobre la renta llegó a estar en el 94%, mientras que en el Reino Unido se situó en el 98%. Tiempos oscuros para los ricos, pero no así para la mayoría de la sociedad. De hecho, solo el 1% más rico no crecía al ritmo que creía la economía en su conjunto, sino que lo hacía un poco por debajo.
Pero estas décadas de crecimiento sostenido en el tiempo cambiaron rápidamente cuando en los años 80, la heroína del neoliberalismo, Margaret Thatcher, y su fiel escudero, Ronald Reagan, se embarcaron en una cruzada para liberar a los ricos del infierno fiscal al que estaban sometidos a través de las cadenas opresoras de los altos impuestos. En el Reino Unido, la tasa marginal máxima bajó del 98% al 40% en poco más de una década. En Estados Unidos, Reagan redujo la tasa del 70% al 28%. Y tú te preguntarás: ¿así que esto era el libre mercado? Exacto. Un aumento dramático en la desigualdad de ingresos. Qué sorpresa, ¿verdad?
En este momento en el que ciertos sectores han establecido un fuerte relato anti-impuestos (que, por cierto, son los mismos sectores que establecen un relato anti-inmigración, anti-feminismos, anti-LGTBI, anti-todo-lo-que-sea-avanzar-en-derechos), creo que es importante poner negro sobre blanco quién aporta y quién no, y la importancia de dar valor los impuestos como el precio que pagamos por vivir en una sociedad civilizada.
Primero: nuestro sistema fiscal no es progresivo. El 10% más pobre paga un tipo medio en impuestos del 28%, mientras que el 10% más rico paga tan solo un 27% (cuando pagaban hasta un 40% en 2007). No parece razonable ni justo que la presión fiscal que soportan las rentas más bajas en España sea similar (incluso superior) que la que afecta a las personas más ricas. Es un hecho que el sistema fiscal español ha ido perdiendo progresividad durante las últimas décadas y es imperativo corregirlo. Es tiempo de terminar con la amabilidad fiscal de la que disfrutan los ricos.
Segundo: la economía del goteo es una gran mentira. Y es que, claro, si tú eres rico y tienes el poder de bajar los impuestos a los ricos como tú para incrementar tus privilegios de rico, tendrás que buscar una excusa para venderle esas bajadas a la gran mayoría social. No hay otra, a no ser que quieras que el 99% de la población se te eche encima y te paren los pies. Entonces, ¿cómo lo hicieron? Sencillísimo. Bajo la premisa de la economía del goteo (trickle-down economics). Es decir, diciendo que si los ricos pagaban menos impuestos invertirían más en la economía, crearían más empleos y la abundancia gotearía por toda la sociedad. Spoiler: no fue así. Bajaron impuestos, pero la realidad nos mostró un goteo muy distinto al que nos prometieron. Desde 1980, la renta del 0,1% más rico de Estados Unidos ha crecido un 320% anual, mientras que la de clase trabajadora ha visto un aumento anual promedio del 0,1%. Así que bueno, el goteo resultó ser un torrente hacia arriba.
Tercero: huyamos del populismo fiscal. Ya está bien de eslóganes populistas como “vamos a bajar impuestos”. No tiene sentido decir que se van a bajar los impuestos si no se menciona a quién se le van a bajar esos impuestos, cuánto dinero se va a dejar de recaudar con esas bajas y, sobre todo, de dónde se va a recortar. Porque una bajada de impuestos a los ricos supone una merma de los servicios públicos. Por cierto, este tipo de promesas las hacen desde el partido de Rajoy, quien se comprometió también con bajar los impuestos y en cinco años subió todos. Y cuando digo todos, digo bien: TODOS.
Cuarto: la curva de Laffer es una auténtica tontería en un momento en el que los tipos efectivos no maximizan recaudación. ¿Os acordáis cuando Comunidades Autónomas gobernadas por el PP (en algunas junto a Vox) redujeron sus impuestos diciendo que así recaudarían más? Bien, también era mentira. Las bajadas de impuestos no sirvieron para incentivar la recaudación. Tal y como podía vaticinar cualquier persona con dos dedos de frente, en Andalucía, Madrid, Murcia, Galicia y Castilla-León, la recaudación incrementó por debajo de la media. Madrid, por ejemplo, es la Comunidad Autónoma que más ha reducido sus impuestos a los más ricos, perdiendo un 26,1% de su recaudación teórica. Es decir, 6.255 millones de euros al año. Luego dirán que no hay dinero para contratar a médicos o para abrir comedores escolares. Y, claro, como de costumbre, le echarán la culpa a Sánchez.
Quinto: pero la culpa no la tiene Sánchez. Son las Comunidades Autónomas del PP quienes poco a poco se van cepillando nuestros servicios públicos. Recortando y privatizando. Porque el capitalismo de amiguetes que abanderan Ayuso, Milei y compañía funciona así. En el caso sanitario, infrafinanciar la pública para incentivar los seguros privados y, cuando la pública sea una basura, subir las cuotas de la privada. Entonces quienes tengan pasta podrán estar cubiertos y, quienes no, que se jodan. Pero, ¿estar cubiertos a qué coste? En Estados Unidos, un seguro médico para una familia cuesta más de $22,000 al año. La educación universitaria ronda los $42,00 al año. Tratar un cáncer de pulmón, unos $60,500. Sinceramente, son ver estos números y los impuestos que pagamos en los países europeos para financiar los servicios públicos parecen una ganga.
Tú decides. Sociedad civilizada o sálvese quien pueda. Si eres rico, quizá te vaya bien. Pero ¿a costa de qué? A costa de una sociedad rota. A costa de una sociedad insolidaria e injusta. A costa de una sociedad donde la gente se muere de hambre. A costa de una sociedad donde la gente se muere a las puertas de un hospital. ¿Es esa la sociedad que queremos? Hay quien piensa que sí. Para Milei “los impuestos son un robo”. Pero también hay quien piensa que no debería de ser así. Para Aristóteles, “es justo que el que tiene mucho pague mucho en impuestos, y el que tiene poco, pague poco”. Aristóteles creía firmemente en la equidad y la justicia distributiva. Milei, no. He aquí la diferencia entre un sabio y un necio.
Los españoles parecen más partidarios de las palabras de Aristóteles que de las de Milei. De hecho, según los últimos datos, el 60% de los españoles piensa que los ricos y las grandes empresas pagan muy pocos impuestos. Y no se equivocan. Los 143 mayores grupos empresariales pagan un tipo efectivo del 4,98% en el impuesto de sociedades, mientras que las 1.800 mayores fortunas tributan solo al 0,03% en el impuesto de patrimonio.
Así que no nos engañemos. La idea de que los ricos no pagan suficientes impuestos no es una exageración ni una queja sin fundamento. Es una realidad respaldada por datos. Tanto históricos como actuales. Y hasta que no decidamos levantarnos ante esta injusticia la realidad seguirá siendo la misma. Seguiremos viviendo en una sociedad donde la riqueza y el poder están concentrados en manos de unos pocos. Y esos pocos podrán moldear las leyes a su antojo y amenazar a gobiernos democráticamente elegidos cuando así lo consideren. Porque la riqueza, en definitiva, es poder. Y el poder extremo concentrado en pocas manos amenaza la libertad de la gran mayoría. Por eso necesitamos una renta máxima que limite los poderes privados para que estos no puedan atentar contra lo común.
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