Opinión
Riamos la risa de Kamala Harris
Periodista y escritora
Nos han adiestrado para sufrir y rabiar. Eso sí, en silencio, algo así como sufrir una pena silenciosa y rabiar una furia discreta. La mujer que goza abiertamente, la que disfruta sin recato, la que se ríe a carcajadas está mal vista. ¿Por qué está tan contenta ésta, con la que está cayendo? Incluso desde los sectores menos conservadores, una mujer gozadora o abiertamente alegre resulta sospechosa de algo.
Recuerdo el caso de la tía Conchita, recuerdo el día en que un hombre de la familia, imagino que viendo hacia dónde iban mis pasos, me instó a que tomara ejemplo de ella. "La mujer más admirable que he conocido", me dijo, "ejemplar en todo". Me lo dijo de niña y me lo repitió de adolescente, hasta que un día, con esa mala baba y la displicencia propias de la edad, le contesté: "¿Por qué es admirable? ¿Qué ha hecho en la vida que la convierta en el máximo ejemplo de mujer?". Pensaba entonces, con una impertinencia muy propia, que la tía Conchita lo único que había hecho era permanecer sentada mientras le servían sucesivamente el desayuno, la comida y la cena; recibir de vez en cuando alguna visita y ejercer de esposa obediente hasta el hastío. "Nunca hizo nada", le espeté al hombre. "Precisamente por eso", me respondió.
La tía Conchita no había hecho ruido ni para bien ni para mal. Son muchos los que están convencidos de que, en el caso de una mujer —como en el de un esclavo, un subalterno, un seminarista o un animal de carga—, si no hace ruido solo puede ser para bien. Aquella mujer siempre estuvo atenta a las necesidades de sus familiares, incluso los más lejanos, y fue generosa con todas las personas que se acercaron a ella con alguna necesidad. Recuerdo que detestaba la injusticia y era, a su manera, con su pequeña austeridad de pajarito, cariñosa. Sin embargo, ninguno de estos atributos fueron los que llevaron al hombre a loar su actitud, a hacer de su paso por esta tierra algo "ejemplar", sino el hecho de que "siempre supo estar en el lugar que le correspondía". O sea, en la extrema discreción.
Me he acordado de la tía Conchita viendo reírse a Kamala Harris a mandíbula batiente y escuchando una conversación entre ella y Drew Barrymore. "Al parecer, a algunas personas les encanta hablar de mi forma de reír", cuenta Harris. "Tengo la risa de mi madre", añade, "y crecí rodeada de un grupo de mujeres que se reían desde las tripas. Se reían, se sentaban en la cocina y bebían café, contando grandes historias con grandes risas". Acto seguido, explica que ella nunca será ese tipo de persona que ríe bajito, como sofocando la risa. "Simplemente no soy esa persona, y creo que es muy importante que la apreciación de otras personas sobre cómo se debe actuar para ser no limite a nuestros jóvenes".
Mi familia es bastante reducida, pero siempre que podemos nos juntamos, muy particularmente las mujeres, y entonces no es raro vernos reír sin freno también. Sucede lo mismo con mis amigas. Nos reímos a carcajadas, con el cuerpo entero, se nos saltan las lágrimas y poco importan, ante nuestra risa, los alrededores. Sabemos entonces que estamos bien, que avanzamos juntas y que somos francas. Ese tipo de risa que nace de las entrañas, explota y se desborda, esa que antiguamente llamarían "ordinaria", tiene la enorme ventaja de que no puede impostarse, no hay en ella pose ni fingimiento.
Pero además tiene una ventaja añadida que me gusta tanto como todo lo anterior: no la pueden soportar. Los señoros de gruesas opiniones supuestamente trascendentales, las señoronas envaradas bertinosbornianas, los meapilas y la Iglesia toda, las cutre-conservadoras que fingen hornear como hace un siglo, quienes nos quieren calladas, o discretas, o invisibles o incluso muertas, no pueden soportar nuestra risa a carcajadas. Por eso Donald Trump ha dicho de Kamala Harris que se ríe porque está mal de la cabeza, y la ha llamado "loca". Y, sin embargo, es esa risa abierta la que va a poner en evidencia su bilis, su belicismo, su violencia, su misoginia, su racismo, las muchas incapacidades de Trump. Ojalá la risa de la futura aspirante demócrata a la Casa Blanca sea contagiosa, como lo es la nuestra.
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