Opinión
Recuperar la agenda feminista, compartir espacios
Periodista
3 de marzo de 2024. Falta menos de una semana para la celebración del 8M y un grupo de mujeres feministas nos reunimos en Pontevedra para celebrar una asamblea extraordinaria en la que no vamos a hablar de las acciones que llevaremos a cabo por el Día de la Mujer Trabajadora, sino que decidiremos la viabilidad de nuestra asociación de la que las más veteranas llevamos formando parte entre 10 y 15 años. Con esa asociación, nos unimos hace una década bajo el paraguas de la Plataforma Galega polo Dereito ó Aborto y de la Plataforma Feminista de Galicia y marchamos juntas a Madrid en la convocatoria organizada por el Tren de la Libertad.
Formábamos parte de estos colectivos mujeres de diferentes ideologías políticas con una base en la izquierda y todos los partidos y sindicatos en ese crisol ideológico se sumaron a nuestras reivindicaciones (allí estaban las Mareas, el incipiente Podemos y Anova, y no faltaban tampoco el PSG, ni el BNG, CCOO, EU, CIGA o Galiza Nova). Fueron años de crecimiento, de asambleas, de aprendizaje y de objetivos comunes. Después, llegó la huelga internacional de mujeres de 2018 a la todas nos sumamos masivamente con paros en empresas y en el sector público (se calcula una participación de 5 millones de mujeres) y tomamos las calles en la manifestación feminista más multitudinaria de la historia. Yo estuve en la de Santiago de Compostela en el que recuerdo como uno de los días más emocionantes de mi vida. En 2019, el feminismo español seguía sacando músculo en las calles por la defensa de los derechos de todas las mujeres. Yo tardaría poco más de un año en convertirme en madre de una niña.
Pero el 3 de marzo de 2024 no hablamos de nada de eso. Ocho mujeres decidíamos el futuro de una organización feminista abolicionista que no había participado en marchas ni en concentraciones durante los últimos cuatro años. Con una directiva temporal, la salvamos por los pelos, proponiendo un cambio de estatutos que dará paso a una directiva mucho más austera y también una hoja de ruta que pase por la recuperación de la agenda feminista. Las más mayores recordaron que hace una década “había peleas” para ponerse al frente de la asociación. Ahora, cuesta hacerlo.
Para seguir hablando del malestar emocional que me produce la actual situación dentro del movimiento feminista, con un 8M dividido y enfrentado, necesito hablar del impacto que tuvo el activismo en mi vida personal. Porque en aquellas primeras reuniones asamblearias en las que yo eran una veinteañera que no tenía ni idea de los 300 años de historia feminista, hubo otras que me enseñaron todo lo que el feminismo había hecho y podía hacer por mí. Gracias a mis compañeras empecé a entender que la raíz de la mayor parte de mis malestares, que llevaba sufriendo desde niña y que habían tenido graves consecuencias en mi salud física y mental (desde el diagnóstico de una anorexia nerviosa con 14 años, hasta el reconocimiento de múltiples violencias sexuales o una ansiedad crónica) tenían su razón de ser en un sistema de dominio construido sobre el sexo con el que yo había nacido.
Pero ese saber también me dotó de una responsabilidad: muchas mujeres se habían jugado el cuello para que nosotras gozásemos de derechos impensables unas décadas antes. Y tener claro esto, cambió mi vida entera. Empecé a vivir con las gafas moradas puestas, empecé a entender que ser mujer era en sí mismo un factor de riesgo para sufrir violencia y también empecé a defenderme. En un mundo hecho por y para los hombres, nuestra obligación como feministas era denunciar las violencias y las discriminaciones que sufríamos, y exigir medidas efectivas que nos protegiesen, en nuestro caso, reclamando el cumplimiento íntegro de la ley para la Igualdad Efectiva entre Hombres y Mujeres.
Después llegó el 2020, la pérdida de redes derivada de la pandemia, e Irene Montero al frente del Ministerio de Igualdad. Todo lo demás es sabido. Empezaba una dura travesía por el desierto de mucho dolor e impotencia con manifestaciones desdobladas en todas las grandes ciudades. Se rompió el diálogo con el Ministerio, pero sobre todo se rompió el diálogo entre mujeres que habían compartido espacios durante años. En los últimos tiempos, he visto como muchas feministas abandonaban asociaciones y colectivos que habían levantado ellas mismas. Con las divisiones internas y las restricciones de la pandemia por el medio, también ha ido menguando la asistencia a concentraciones y manifestaciones feministas en las pequeñas ciudades y mucha gente ajena al movimiento ni siquiera sabe qué coño pasa en el feminismo, lo cual genera extrañeza y desconfianza.
El desgaste personal es evidente. Después de más de tres años, muchas compañeras se hartaron y dejaron la primera línea del activismo y otras van en busca de espacios seguros, a veces en otras ciudades o comunidades autónomas. Algunas asociaciones han estado casi inactivas este tiempo, y otras, completamente vacías de contenido, organizando cursos de empoderamiento y batucadas. Pero Pontevedra no es Madrid, aquí todas nos conocemos, a algunas nos unen relaciones personales, años de activismo y afinidades ideológicas que van más allá del desencuentro en un par de leyes.
Por eso y por responsabilidad, durante los últimos tres años yo no me he movido de mi ciudad, he ido a las correspondientes concentraciones feministas, y he seguido defendiendo la abolición de cualquier forma de explotación sexual o reproductiva del cuerpo de las mujeres y del corsé del género. También he practicado una prudencia que raya la autoncensura con el objetivo no ofender a personas que están en situación de vulnerabilidad. He sido crítica intentando no negar los derechos de otras personas, pero también he dejado claro que no quiero que nieguen los míos, y por eso he hecho el feminismo de la mejor manera que sé, en mi día a día, y aplicando la perspectiva feminista siempre en mi trabajo. El feminismo no es un club de fans. Me he encontrado sorpresas desagradables también en esta orilla del río. El silencio con el genocidio de Gaza es la que más me ha dolido.
Una vez empezada la nueva legislatura la pelota vuelve a estar en el tejado del Ministerio de Igualdad que debe recuperar el diálogo con el movimiento feminista y recomponer espacios de encuentro. Porque, con la ley Trans aprobada, seguimos exigiendo la recuperación de la Ley Orgánica Abolicionista del Sistema Prostitucional (LOASP) y la regulación de la pornografía, cuya relación evidente con las violencias sexuales ha provocado un aumento de las mismas en un 65% en los últimos cinco años, siendo 4 de cada 10 víctimas menores de edad. Por eso, la educación afectivo-sexual debe marcar también la agenda institucional en los próximos años.
Asimismo, es fundamental poner el foco en los enemigos comunes en un sistema que mata a mujeres cada semana, que nos empobrece, que nos invisibiliza y que nos enferma. Seguimos padeciendo una brecha de cuidados que remonta en los últimos años, una brecha salarial de más del 15%, además de violencias muy específicas contra las madres y las mujeres migrantes. Y, a pesar de todo, el feminismo español sigue siendo referencia mundial porque sigue habiendo mujeres valientes enfrentándose a los patriarcas, leyes conseguidas con mucho trabajo y teoría feminista y medios de comunicación que por fin ponen el foco en los agresores.
En estos últimos años, han pasado cosas impensables hace nada. Un futbolista millonario está hoy en la cárcel por violador, un presidente de la Federación de Fútbol apartado y defenestrado, un director de cine multipremiado investigado por la principal cabecera del país, y Netflix acaba de sacar un documental sobre el caso de la Manada (después del de Nevenka González y de la serie sobre el caso de Iveco). El feminismo es muchísimo más que el 8M, aunque el 8M sea un parte fundamental del movimiento feminista.
Esta semana recibí el mensaje de una amiga preguntándome si me sumaba a la concentración de mi ciudad. “¿Hay algo para nosotras?”, me preguntó, entendiendo por “nosotras” a las mujeres feministas que defendemos la agenda abolicionista. Y la verdad, es que la única manera de que haya algo para nosotras es haciéndolo nosotras mismas. Y por eso nos fuimos a la concentración de nuestra ciudad, con un pañuelo verde y un cartel que pedía la abolición de la prostitución.
Por mi parte, seguiré luchando por espacios de encuentro, de diálogo y también de debate, rodeándome de mujeres que no siempre piensen igual que yo, tendiendo puentes, escuchando y haciéndome escuchar. Las jóvenes de hoy necesitan referentes y necesitan saber todo el feminismo ha hecho, y puede seguir haciendo por ellas. Yo me niego a quedarme en mi casa si puedo conseguir que otras se pongan las gafas moradas. Mientras, en el colegio de mi hija un gran mural morado con el símbolo feminista reivindica la figura de Ángeles Alvariño. La lucha sigue.
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