Opinión
Quince años después de Lehman Brothers: reflexiones sobre un legado de precariedad
Por Julen Bollaín
Economista
Actualizado a
Hace 15 años el mundo financiero vivió un cataclismo económico con severas consecuencias sociales que aún en hoy día padecemos. El 15 de septiembre de 2008 Lehman Brothers se declaró en bancarrota, derrumbando los cimientos de algo que nadie creía que podría tambalear: la estabilidad económica global. Una hecatombe que desencadenó una crisis económica global y dejó a millones de personas sin hogar, empleo o ahorros. Pero más allá de los memes, los recuerdos o los mensajes que hoy inundan las redes, este aniversario debería ser un recordatorio constante de cómo el inicio de la crisis financiera marcó el comienzo de una nueva era de precariedad.
Lehman Brothers y su posterior colapso sirven como un punto de partida para un debate fundamental sobre los actuales desafíos económicos y sociales. Si bien es cierto que la crisis financiera de 2008 puso de manifiesto la fragilidad de un sistema financiero global mal regulado, también reveló las profundas desigualdades que habían estado gestándose desde los años ochenta.
Todos hemos escuchado los enormes rescates financieros que los bancos más grandes del mundo necesitaron para sobrevivir. Pero, ¿qué hay de la gente común? Mientras que los rescates llegaban a los bancos, millones de trabajadores perdían sus empleos y sus hogares, a la vez que la brecha entre ricos y pobres se ensanchaba aún más. Es irónico pensar que la crisis financiera, que se originó en las oficinas de Wall Street, tuvo un impacto mucho más devastador en Main Street. O, dicho a la española, que la crisis financiera que se originó en la Castellana tuvo un impacto mucho más destructor en Vallekas o en Lavapiés.
El inicio de la crisis financiera fue también el inicio de una lucha continua por los derechos de los trabajadores y los salarios dignos. Tras la estela de la crisis financiera de 2008, se desató un maremoto de cambios en las políticas laborales en muchos países. Los gobiernos y las élites financieras argumentaron que, para recuperarse de la crisis, era necesario flexibilizar el mercado laboral y reducir los costes laborales. Es decir, que se pudiera despedir gratis y pagar salarios de mierda —¿nos suena, verdad?—. Tanto es así que, bajo la justificación de restaurar la competitividad económica, estas reformas socavaron los derechos laborales adquiridos durante décadas de lucha. La crisis se convirtió en la excusa perfecta que permitió erosionar el poder de negociación de los trabajadores, reducir sus salarios y su poder adquisitivo, esquilmar el estado de bienestar y llevar a cotas inimaginables la desigualdad económica.
Nos intentaron vender la austeridad argumentando que tocaba hacer sacrificios a corto plazo para garantizar un futuro más brillante. Nos dijeron que “nos tocaba arrimar el hombro y sacrificar parte del presente para tener un futuro mejor”. Ya, ya sé que suena raro, pero quién sabe. Al fin y al cabo, ellos son los que tienen estudios y quizá la receta para la prosperidad incluya un amargo trago de desempleo, inseguridad laboral y reducción de salarios. Sin embargo, el tiempo nos ha demostrado que nos la dieron con queso. Que no era tal y como nos lo vendieron y que, aunque nos prometieron un paseo emocionante en una montaña rusa, solo encontramos un carrusel de recortes y de precariedad laboral. Y mientras seguimos esperando ansiosamente ese 'futuro mejor', nos damos cuenta de que el billete era solo de ida. No hubo vuelta del camino hacia la desigualdad.
En cuanto a los mercados financieros, y a pesar de los esfuerzos por recuperarse, todavía se reflejan las cicatrices de la incertidumbre y la volatilidad. Si bien es cierto que la regulación financiera se ha fortalecido en algunos aspectos, aún persisten riesgos sistémicos que acechan en las sombras. Las deudas acumuladas durante la crisis, tanto a nivel público como privado, han dejado un lastre en forma de intereses y amortizaciones que pesan sobre las finanzas de muchos países y empresas. El hecho de que las consecuencias financieras de aquella crisis aún estén presentes hoy en día nos recuerda que la fragilidad de los mercados financieros sigue siendo un reto significativo en el panorama económico global.
La caída de Lehman Brothers debería servir como una llamada de atención sobre la necesidad de abordar las cuestiones pendientes. Sin duda es importante la regulación financiera, pero también la protección de los derechos laborales y la distribución más equitativa de la riqueza. La crisis de 2008 fue un recordatorio doloroso de lo que sucede cuando permitimos que la codicia y la irresponsabilidad se adueñen de nuestro sistema económico. Es momento de tomar partido, porque la clase capitalista nunca renunciará voluntariamente a su poder ni a la acumulación de riqueza. La clase capitalista tendrá que ser desposeída y la acumulación de riqueza, detenida.
Creo que es interesante que seamos conscientes de que los acontecimientos ocurridos hace 15 años no son solo una anécdota histórica. Es un recordatorio doloroso de las implicaciones que las decisiones financieras tienen en la vida de las personas. A pesar de que la crisis no fue causada por los trabajadores, son éstos quienes han soportado la carga más pesada de sus consecuencias durante los últimos 15 años. Los excesos y las malas prácticas en el sector financiero llevaron al colapso, pero fueron las personas trabajadoras, jóvenes y pensionistas quienes se enfrentaron a una ola de recortes laborales y austeridad. Y de aquellos barros, estos lodos.
La paradoja es innegable: mientras los perpetradores de la crisis escaparon de rositas (algunos con multitud de bonificaciones), los trabajadores sufrieron despidos, reducciones salariales y precariedad laboral. La crisis no fue su creación, pero ciertamente se convirtió en su carga.
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