Opinión
Si no puedes pagar, ¿para qué quieres vivir?
Por Julen Bollaín
Economista
La sanidad pública ya no es lo que era. La joya de la corona, la columna vertebral de nuestro Estado de bienestar, hace tiempo que dejó de ser la envidia de nuestros vecinos y vecinas. La evolución de la última década, agravada si cabe debido a la pandemia, no ha sido positiva y se observa cada vez de forma más nítida las ansias de privatización por parte de la clase política. Una estrategia privatizadora que, por cierto, está dando sus frutos.
Escribía Daniel Lacalle, economista de cabecera del Partido Popular, que es un peligro que un servicio público, como la sanidad, sea el único servicio al que tuvieran acceso los ciudadanos. O, dicho de otra forma, que potenciemos la sanidad privada para que quien quiera hacer uso de ella, lo haga. Esta propuesta, no obstante, tiene una gran laguna que, habitualmente, los muy neoliberales y mucho neoliberales tratan de esconder: la millonada de dinero público que permite a la sanidad privada mantenerse a flote.
Porque entiendo que, si lo que tú quieres es un mercado sanitario donde tanto lo público y lo privado compitan entre sí, lo lógico sería que la sanidad privada no recibiera ni un solo céntimo de dinero público, ¿verdad? Digo yo que para un neoliberal sería inasumible que una empresa privada compita dopada de dinero público. Pues bien, como decía anteriormente, parte de la supervivencia de estas empresas privadas depende precisamente de ello. Y cada vez va a más. Un crecimiento constante del tan denostado dinero público hasta alcanzar los 8.600 millones de euros en 2020, con un incremento de 17% desde el año 2014. Tan solo en Madrid, en 2021 la sanidad privada madrileña recibió 1.236 millones de euros públicos de parte del Gobierno de Ayuso, un 31% más que en 2020 (en plena pandemia).
Así, podemos observar que para algunos los impuestos son algo parecido a un robo legalizado, pero que tienen un pase cuando su destino es a regar sus cuentas corrientes o las de empresas para quienes trabajan. Como resultado, se está dando un proceso de privatización del sistema sanitario —que, a diferencia de lo que a veces se afirma, no son privatizaciones encubiertas, sino que se hacen a la luz del día gracias a que las leyes lo posibilitan y lo ponen realmente fácil— que es una máquina de generar sociedades a dos velocidades, disparándose los seguros privados de salud —+21% en los últimos seis años, pasando de nueve millones y medio a once millones y medio de personas aseguradas.
Quizá te preguntes por qué el debilitamiento del sistema sanitario público y la privatización del mismo es una máquina de generar sociedades a dos velocidades, si cada persona es libre de acceder al sistema sanitario que desee. La respuesta es bien sencilla:
1. El que dispone de un seguro privado recibe el diagnóstico antes y, si es grave, es trasladado a la pública.
2. El que no dispone de seguro privado, por contra, tendrá que esperar meses de listas de espera para ser diagnosticado.
¿Cuál es el resultado? Los dos pacientes serán tratados en el sistema de salud público, solo que el que tenía el seguro privado lo hará con meses de antelación. Paradójico, ¿verdad?
Siguiendo el hilo de los impuestos, cabe destacar que, para la gran mayoría de la población, tal y como dijo el gran jurista americano Oliver Wendell Holmes Jr., «los impuestos son el precio que pagamos por la civilización». Es decir, el precio de la solidaridad y el precio de la igualdad de oportunidades. Porque la sanidad pública, lógicamente, también cuesta dinero. El precio de una mamografía asciende a 350€, el de un traslado en ambulancia a 845€, un ingreso hospitalario ya son 5.053€, un marcapasos 11.400€, el trasplante de médula ósea 30.957€, el de hígado 51.912€, el de pulmón 52.423€ y el de corazón 55.725€. Un sistema de salud público y de calidad es el que nos permite acceder a muchos de estos tratamientos que un seguro médico privado de 20€ al mes, por mucho que te hayan intentado vender la moto, no cubre.
Se está librando una lucha entre quienes defendemos la sanidad pública y de calidad —tanto para los y las pacientes como para el personal sanitario y administrativo que se deja la piel día a día y que ya no es suficiente con salir a aplaudirles a las ocho de la tarde al ritmo de “Resistiré”— y quienes apuestan porque beneficios e intereses privados se lucren a costa de la salud. Lamentablemente, nos están machacando.
El resultado de que nos ganen la batalla significa que, como bien decía Azahara Palomeque recientemente, dejemos de ser pacientes para ser clientes. Que la salud pase a un segundo plano, que por estar 60 días hospitalizado por COVID-19 te pasen una factura de 1,2 millones de dólares o que la sanidad sea la primera causa de bancarrota: En Estados Unidos el 66,5% de las bancarrotas —530.000 familias estadounidenses anualmente— están relacionadas con problemas médicos y pagos de facturas médicas. Es más, hay gente que se muere en la puerta de los hospitales por no poder pagar para ser tratada. ¿Es eso lo que queremos?
Yo, desde luego, tengo claro que no. Ellos, sin embargo, quieren que éste no sea un país para viejas, ni para embarazadas, ni para bebés. Quieren que éste no sea un país para quien necesite un trasplante, un marcapasos o una ecografía. Quieren que éste no sea un país para quien se rompa una rodilla, una muñeca, tenga asma o una simple gripe. Quieren que éste no sea un país para enfermos. Para enfermos pobres, para ser más exactos. Si no puedes pagar, ¿para qué quieres vivir? ¡Que se mueran los pobres!
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.