Opinión
El PSOE también pudo hacer e hizo
Directora corporativa y de Relaciones institucionales.
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Contaba del Partido Socialista de Madrid, antes FSM, el añorado compañero Gonzalo López Alba y no paraba. Repasando la hemeroteca de Público, de hecho, diría que el texto de Gonzalo al que me refiero a continuación podría ser para hoy, para ayer y para 1931: “Dos ilustres catalanes son, precisamente, los protagonistas de la otra anécdota, que se localiza a finales de los años 70 del siglo pasado, cuando el socialista Josep Maria Triginer, a la sazón consejero de Josep Tarradellas, alegó ante el president de la Generalitat una crisis en la FSM para excusar su asistencia a una reunión del Consell de Govern y Tarradellas le respondió: 'Si es por eso, no hace falta que vaya usted. Los socialistas de Madrid están en crisis desde 1931'”. La anécdota es bien conocida; y hay más, hay de sobra.
En esta ocasión, sin embargo, y a las horas que cierro estas líneas, nos faltan trozos del relato de la crisis del PSOE madrileño que ha desembocado en la dimisión de su secretario general, Juan Lobato; una salida inevitable si, como se venía informando hace meses, Lobato ya no contaba con el beneplácito se la sede central socialista, sita en la madrileña calle Ferraz. Un partido es un partido y, si sus dirigentes han decidido que ya no te quieren, solo hay dos cosas que pueden salvarte: que tú tengas el poder institucional o que ellos no lo tengan. Pasa en el PSOE y ha pasado en el PP: el/la que gobierna manda; pero ha pasado también en los nuevos partidos, de izquierda a derecha; en los decanos independentistas, y en las comunidades de vecinos. Los pulsos al poder, cuando éste simultanea lo orgánico y lo institucional, no suelen salir bien, y en el socialismo madrileño ya son tradición los empeños de los líderes, con razón o sin ella -insisto en que faltan datos, sobre todo, los que guarda celosamente (o no tanto) una Notaría-, de mantenerse contra viento, marea y Ferraz.
En una conversación informal, un destacado político de la izquierda mantenía su convicción de que hay que “humanizar” la política, incluidos los partidos que la ejecutan representándonos en las instituciones. Le dije que me parecía imposible que eso pudiera ocurrir, al menos, en este momento… y en ninguno, la verdad. Creo que para liderar un partido consolidado con historia e implantación territorial, un partido de gobierno, hay que deshumanizarse bastante, precisamente, para humanizar a la organización en bloque y en detrimento de sus integrantes, que pasan a ser una especie de átomos intercambiables, útiles no por sí mismos, sino por lo que aportan al todo, al partido. Lo primero, el partido; siempre, el partido, entendido, en el mejor de los casos, como la única herramienta capaz de llegar al poder y cambiar las cosas.
Después de una crisis muy grave iniciada en el PP de Madrid, con la información de los delitos fiscales confesos de la pareja de la presidenta de la Comunidad de Madrid, lo que nadie puede explicarse en estos momentos -más allá de los datos en los que insisto que nos faltan- es cómo este problema de Isabel Díaz Ayuso ha acabado cobrándose la cabeza del líder del PSOE de Madrid, oposición de la propia Ayuso, decapitado por su propio partido y por sí mismo, o eso parece. En qué beneficia este movimiento caótico de fichas en el puzzle del PSOE, además, a las puertas de un Congreso Federal que pretendía cerrar filas y armarse con mayor ímpetu para hacer frente a la ofensiva brutal-judicial de la (ultra)derecha es un misterio, más allá de ayudar a un PP venido arriba con la colaboración del PSOE para tumbar al PSOE. “El que pueda hacer que haga” no era esto, parece mentira que haya que explicarlo.
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