Opinión
Las políticas que matan a los niños
Por Lucila Rodríguez-Alarcón
Lucila Rodríguez-Alarcón (@lularoal)
Cuando eres pequeño necesitas la herramientas necesarias para poder elegir. Esas herramientas las debería proporcionar el Estado, sea cual sea el país, sean los hijos de quien sean.
El pasado viernes moría ahogado M.S., un chaval marroquí que había llegado a Melilla siendo menor y tras cumplir 18 años había sido abandonado a su suerte, condenado a vivir en la calle de la ciudad autónoma. M.S. quería viajar y trabajar y medrar fuera de Marruecos. Tras quedarse en la calle, su intención era hacer “risky”, trepar a un barco y venir como polizón a la península.
El mismo día que M.S. moría se hacían públicas las imágenes de niños abandonados en la frontera de México con EEUU. Testimonios grabados por el periodista mexicano Pedro Ultreras en los que vemos a niños chiquitos pidiendo ayuda porque las mafias los han dejado tirados en mitad del desierto justo antes del muro.
Si esto nos parece lejano y espeluznante, podemos dirigir nuestra mirada a Ceuta y Melilla, donde cientos de niñas y niñas viven solos, sin familia, en la calle. Cada vez son más los niños y los adolescentes que viven fuera de los centros de acogida que están sobrecargados y no respetan los derechos de lo menores, a los que someten a vejaciones y maltrato.
Si estas ciudades españolas nos parecieran también lejanas, podemos mirar lo que sucede cerca de nuestras casas, donde cientos de adolescentes extranjeros que superan la mayoría de edad son abandonados por el sistema y, si mantienen su plaza en algún centro de acogida, tienen un régimen abierto que les obliga a abandonar el centro a las 9:30 para volver no antes de las 20:00, dejándoles sin atención ni alternativas durante todo ese tiempo. O se puede prestar un poco de atención a la dureza de la vida de los más de 147.000 menores que viven sin papeles en nuestro país.
Los niños, los adolescentes, son proyectos de personas adultas. De cómo vivan sus primeros años de vida, de cómo vivan su transición de niño a adulto, dependerá el tipo de persona mayor en la que se conviertan. La vulnerabilidad que tenemos los seres humanos durante nuestros primeros años de vida no es solo física, sino también psicológica. Quien recibe amor generalmente dará amor. Quien recibe palos acabará o dando palos o evadiéndose, en muchos casos a través de las drogas, de un espacio tan hostil que convierte la vida en un infierno. Cuando eres pequeño necesitas la herramientas necesarias para poder elegir. Esas herramientas las debería proporcionar y proteger el Estado, sea cual sea el país del que estemos hablando, sean los hijos de quien sean.
Las políticas migratorias globales son muy parecidas y muy recientes. La mayoría de estas políticas que vienen amparadas por una narrativa de odio y de egoísmo datan de principios de este siglo. Construidas sobre la nueva creencia de que en algunos sitios somos demasiados y ya no cabemos más. Los de fuera son potencialmente dañinos, siendo fuera un concepto abstracto que se aplica a partir del limite arbitrario de la zona de seguridad, siendo este un apartamento, una región o una ideología. Esta narrativa absolutamente deshumanizada obvia la naturaleza gregaria y comunitaria del ser humano. Las personas necesitamos a la comunidad, por eso la construimos o la buscamos. Incluso en este nuevo espacio de odio al prójimo existe una búsqueda permanente de pertenencia a la comunidad de personas que odian al mismo prójimo. Es tan erróneo todo ahora que se olvida que todas las culturas milenarias y las civilizaciones que han triunfando se construyeron con amor, con unión y con respeto por la diversidad y, muchas veces, por desgracia, sobre las cenizas que el efecto devastador del odio había dejado.
En este espacio pocos gobiernos responden y siguen destruyendo en lugar de construir. El miedo a perder votos hace que no ejerzan su poder del modo que deberían. Las famosas concesiones acaban convirtiéndose en niños muertos en el mar o abandonados en la frontera. Y con la muerte de estos chavales y chavalas muere el futuro de nuestra humanidad. Cada chaval que acaba en la Cañada Real fumando chinos de heroína es un ciudadano ejemplar lleno de vida y de amor que no queda en nuestro barrio. Esta es la realidad. Cuanto menos capaces somos de cuidar a los hijos de otros, peores padres somos de los nuestros propios. Y un día seremos abuelos solos, como solos habrán estado los nietos. Y dará igual que lo que sea se nos lleve por delante, nadie protestará. Esto no es el futuro, esto ha pasado ya en Madrid con las residencias de ancianos que dependían del gobierno de la Comunidad Autónoma, sobre el que pesa la muerte de miles de ancianos y que podría ganar las elecciones por mayoría.
Cuando los Gobiernos no funcionan, las personas pueden no rendirse y luchar por lo que creen que es justo. Por ejemplo, en España resulta muy difícil convertirse en familia de acogida para menores extranjeros, en algunas comunidades es imposible. Sin embargo hay cada vez más familias que están acogiendo en sus casas a adolescentes mayores de edad que siguen siendo muy jóvenes y siguen necesitando apoyo familiar. Y familia es desde una persona sola hasta un grupo de amigos que comparten piso. La fuerza, la energía, el amor, el sentimiento de familia y de unión que estas experiencias proporcionan no dejan lugar a dudas: ganan más los que acogen que los que son acogidos. Y no se me ocurre una mejor forma de hackear el sistema que esta.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.