Opinión
Pequeña luz en el oscuro territorio de las derechas
Periodista y escritora
Resulta muy incómodo, incluso ofensivo, vivir en un país, España, y una Unión Europea que contempla impasible cómo se perpetra un genocidio a sus puertas, en el mismo Mediterráneo de cuya cultura presume. Este hecho genera una impotencia que impide el descanso, un runrún de conciencia, una acumulación de culpas pequeñas que de nada sirve combatir con el “No en mi nombre”. Y se suceden las imágenes de niños y sangre, hospitales y devastación… y se van espaciando en las noticias, y de repente ya casi son costumbre y se pierden entre un mar de dimes y diretes de líderes minúsculos.
Todo eso resulta tan incómodo como vivir en un territorio —España, la UE— construido sobre la idea de vetar la entrada a cualquiera que no venga con una gran fortuna bajo el brazo. Un territorio cerrado a cal y canto, cercado incluso con vallas coronadas por cuchillas. Un territorio que prefiere ver cómo mueren los seres humanos en sus fronteras a compartir con ellos su opulencia. Un territorio que, desengañémonos, mira con recelo a toda aquella persona que no sea blanca. Resulta incómodo, qué duda cabe, habitar un país y una Unión Europea racista y muda ante los crímenes más atroces. Pero la pregunta que debemos hacernos es: ¿Para quién resulta incómodo? ¿A quiénes quita el descanso tal situación? No desde luego a la mayoría de la población. Si fuera así, las calles bullirían en manifestaciones y protestas. Tampoco, evidentemente, a nuestros gobernantes, pese a declararse abiertamente progresistas. Esto incomoda a una minoría de ciudadanas y ciudadanos concienciados con la defensa de los derechos humanos, la paz, la justicia social y la lucha contra las cada vez más monstruosas desigualdades económicas.
O sea, que en realidad lo raro en Europa es ser de izquierdas. Lo raro en Europa son esas minorías, entre las que me incluyo, gentes que viven con desasosiego y ansiedad las políticas de un territorio evidentemente construido sobre las violencias, las desigualdades, la xenofobia y los crímenes contra la humanidad. Así que podríamos colegir que la Unión Europea es un lugar ideal para las derechas y un campo bien abonado para la extrema derecha. No se pregunte nadie con sorpresa por qué el fascismo gobierna en Italia y sigue ganando adeptos en Países Bajos, Alemania, Francia, España y los países escandinavos. Por razones evidentes, carajo. ¡Lo raro somos nosotras, nosotros! Pasamos los días en la prisión de una incoherencia vital honda.
Ah, pero queda un resquicio de esperanza, una grieta por la que se cuela la luz que clarea estos tiempos lóbregos que, de otra forma, nos resultarían invivibles. La Unión Europea, y muy especialmente España, sigue siendo el lugar donde se pelea por los derechos de las mujeres y los colectivos LGTBI+. El feminismo y las luchas de género están muy presentes aquí, avanzan, aunque a veces nos parezca que dan pasos atrás, porque los dan. Y en esos avances, en esos sectores, reside la esperanza en que todo esto no se convierta en tierra yerma, inhóspito territorio de supremacistas blancos, ricos y violentos.
Ahora que se acercan las elecciones europeas, haríamos bien en agradecer al feminismo y a los colectivos LGTBI+, a activistas de todo pelaje, su empeño por iluminar un mundo pequeño, el nuestro, donde, de no ser por ellas, por ellos, por nosotras, nuestra vida resultaría sencillamente insoportable. O sea, que feministas, maricas, lesbianas, trans y gentes de la Cultura que nos ponen voz, que cuentan nuestras historias, celebremos la fiesta que merecemos. Porque somos la luz y somos el calor a las puertas de la posibilidad de un largo invierno.
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