Opinión
Necesitamos una fábrica de bulos de izquierdas
Por Toni Mejías
Periodista
No, no es lo que necesitamos, pero cada vez parece haber un mayor debate sobre si la izquierda debe copiar las estrategias de la derecha para capitalizar el descontento y atraer nuevos votantes. Se ha hablado estos días de si necesitamos streamers o influencers de izquierdas que lleguen al nuevo electorado más joven y pueda “inculcarles” ideas progresistas en lugar del odio y la mentira que se vende desde otros postulados ideológicos. No hablamos de contenido online autorreferencial como acostumbra a hacer la izquierda, donde todo es un debate con visión única, palmaditas en el pecho y esa sensación que da a veces de casi desprecio al espectador por ser inferior; sino de una especie de Ibai Llanos que además de entretener, de ser divertido y de tener un contenido ameno, pueda meter una buena dosis zurda. Deslizar entre chascarrillo y chascarrillo comentarios en contra del machismo, el racismo u otros temas que desde la derecha se intentan criminalizar y/o despreciar.
Ante esta supuesta (o real) falta de figuras influyentes en el mundo digital, Facu Díaz, el cómico y streamer, desde su canal de Twitch habló de este asunto. “¿Tan mal está la cosa como para tener que depositar del discurso de izquierdas en una persona como yo?”, dijo entre unos cuantos argumentos de por qué no es buena idea seguir con la política actual de ceder todo el protagonismo y la esperanza a líderes puntuales que, una vez se caen, se desmonta el chiringo y nos quedamos sin referentes. Parece que necesitemos una persona a la cual adorar cuando parece darnos la oportunidad de asaltar los cielos y denostar y machacar cuando no conseguimos lo que creemos que se nos prometió. El caso de Yolanda Díaz es el más claro de ascenso y caída en un solo año. En 365 días se ha pasado de poner su cara en las papeletas a ser denostada incluso por sus compañeros de coalición electoral. Y su proyecto político parece a la deriva por confiar todo en una persona en lugar de en un programa, una estructura y unas bases fuertes.
Lo mismo puede suceder con cualquier influencer. El día que meta la pata, que diga algo que no nos cuadre o no se obtengan resultados esperados en unas elecciones en las que él animó al voto, estaremos con el cuchillo entre los dientes para despellejarlo. Ya le ha pasado al propio Facu Díaz sin tener esa intención en su programa ni posicionarse de manera clara por ningún partido actual y siendo crítico, en general, con toda formación y sus caras visibles. Pero como en todo, cualquier persona hace una lectura interesada de sus palabras, se saca un clip descontextualizado de un directo de dos horas y se le adora o se le mata. Si esto sucede sin intención de influir en nada y solo entretener, ¿qué haríamos con una persona que saliera a pecho descubierto a defender un partido y su liderazgo? Normal que nadie quiera poner la cara.
Además, los influencers neoliberales que copan las redes no tienen ningún escrúpulo para mentir o estafar en pos de conseguir sus objetivos. ¿Abrazamos esa idea como señalo en el título? ¿Empezamos a fabricar bulos y bajamos al barro? No creo que sea buena idea. Ya se ha hablado en las últimas semanas de cómo funciona la máquina del fango en la actualidad. Uno de estos creadores de contenido de extrema derecha fabrica un bulo, un medio de comunicación supuestamente serio se hace eco y le da la portada, un partido del arco parlamentario de derechas lo eleva a nivel institucional y un juez conservador lo convierte en un caso. ¿En serio pensáis que desde la izquierda jugamos con las mismas reglas? Obviamente no. Por eso no podemos querer utilizar sus estrategias porque de entrada partimos en desventaja. Y porque esa catadura moral superior que nos vanagloriamos de tener y que nos impide jugar a su juego, en lugar de utilizarla para plantear alternativas, la utilizamos para burlarnos del rival por ser tontos y para masacrar a los nuestros.
En un momento en el que los nazis van a cara descubierta sin miedo a represalias, en el que la extrema derecha puede gobernar en el país vecino de Francia y ya gobierna en Italia, en el que la presidenta de la Comunidad de Madrid recibe a Milei y le da medallas. En un contexto histórico tan importante como el actual, no podemos fiar nuestra estrategia a liderazgos puntuales, a streamers o a una batalla en el barro con las reglas del enemigo. Habrá que plantear nuevas fórmulas que vayan más allá de las caras (esas que hemos tenido en dos papeletas en distintos momentos) y que ha quedado claro que solo da esperanzas puntuales. Si formando parte de un Gobierno que gestionó los ERTEs durante la pandemia, que ha reducido el desempleo o, como sucedió ayer, que ha elevado el subsidio del paro a 570 euros no se consigue capitalizar voto, no lo va a solucionar un tipo con un canal en directo en internet. Si ni siquiera apoya a la izquierda transformadora quienes se benefician de sus políticas, el problema no es la falta de influencers, sino la falta de capacidad comunicativa.
No hace falta asaltar el mundo digital, aunque sí estar presente. Tampoco hacen falta más liderazgos unipersonales, ni institucionales ni culturales. Hace falta ofrecer alternativas a la población, convencerles de que existe un modelo de futuro más allá del individualismo salvaje que ofrecen otros, ese de chafar al vecino para conseguir tú ser un poquito mejor que él. Hace falta recuperar unas bases fuertes y una estructura de partido que no dependa de una sola persona. Y, por supuesto, hace falta recuperar las calles. Que parece que la derecha también está copándola y no parece preocuparnos tanto.
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