Opinión
La música del bulo desde Trump a la DANA
Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
Trump ha ganado las elecciones en EEUU de manera aplastante. Eso quiere decir muchísimas cosas. Ninguna buena. Uno de los análisis que más me ha interesado lo escribe Cooper Lund en su canal de Substack. Cooper distingue entre el electorado demócrata y republicano en términos de confianza institucional. Un electorado que confía en las instituciones en un sentido amplio (incluyendo los medios de comunicación) y uno que no confía ya en las mediaciones tradicionales que reproducen la sociedad y está buscando otra cosa.
La forma en la que describe la erosión que lleva a esa lógica de descrédito institucional o desconfianza no se mueve exactamente en el marco de la izquierda, que analiza de momento la derrota exigiendo a Harris un programa más ambicioso y más apegado a las necesidades materiales de las clases trabajadoras y las mayorías empobrecidas, sino que lo sitúa en un lugar infrapolítico. En una producción más o menos sistemática de banalidad neoliberal a través de reels de Instagram, videos de tiktok o propaganda en Twitter. Un bombardeo constante de señales cuyo objetivo es captar tu atención a la vez que te despistan. Señales que te prometen prácticamente todo, haciendo prácticamente nada. Una mezcla entre el coaching, la promesa de riqueza del bitcoin y los pioneros del salvaje oeste. No te fíes de nada ni de nadie. Sólo tú puedes salir adelante, pero si eres lo suficientemente listo y despiadado, el mundo se abrirá para ti y te devolverá bienestar.
La confianza, por tanto, se ha desplazado a otro lugar. Lo que había no funciona y la forma de salir adelante es otra. Las instituciones no te van ayudar. Es paradigmática la diferencia de voto entre la población afroamericana y la latina. Qué marcos de socialización maneja cada una y de dónde vienen. La cuestión no es tener esperanza o no, sino dónde colocarla.
Desde ese punto de vista, los bulos de Trump no son mentiras que se confronten con la verdad. La izquierda no termina de comprender eso. Lo verdadero para la izquierda es un hecho racional y mesurable basado en las enseñanzas de la ilustración. Frente a ese hecho racional y mesurable el bulo sería simplemente un hecho no tácticamente falso, sino irracional. Los bulos no funcionan así. Lo importante de los bulos nunca es su letra, siempre es su música.
La letra de un bulo dice que Trump ha dicho que los Haitianos se comen a sus mascotas. La música lo que hace es separar a una minoría del resto para salvaguardar a ese resto como civilizado. La elección de la población Haitiana no es casual porque es un bulo que no amenaza ni ataca a las mayorías sociales latinas (mexicanas, portorriqueñas, venezolanas, etc, etc). Cuando unas semanas después en el mitin del Madison Square Garden, un humorista invitado dijo que Puerto Rico era una isla de basura, la campaña de Trump corrió a corregirlo e inmediatamente trató de evitar que el problema de extendiera. Es decir, distinguen perfectamente entre los bulos que les sirven y los que no.
Algo parecido sucede con la DANA. Los bulos no han tenido por objetivo salvar o proteger la calamitosa gestión de Mazón al frente de la Generalitat, sino recordar a la población que está sola y que las instituciones son crueles. El bulo del aparcamiento dónde habría habido miles de muertos ha tenido dos fases. Una previa a descubrirse que no había fallecidos, cuyo objetivo era alargar y aumentar la magnitud de la tragedia en nuestra cabeza. Aumentar, por tanto, la sensación de angustia y aislamiento frente a la certeza fría de los datos. Esa fase fue generalizadísima. En segundo lugar, una vez se ha sabido que no había fallecidos, el objetivo ha sido distinto, más minoritario y de nicho, pero enfocado a esa lógica de la crueldad, diciendo que el gobierno estaba ocultando la realidad. Algo similar sucede con los mensajes que marcan que el gobierno no permite que llegue determinada ayuda o tira cosas que la gente dona, etc, etc.
Aunque el lema del que se intentar apropiar la derecha es “sólo el pueblo salva al pueblo”, muy pronto la música es “estás muy sólo y todo es muy cruel” porque a la extrema derecha no le interesa ninguna estructura colectiva que reproduzca mecanismos de confianza en el viejo sentido del término (confianza en las fuerzas autónomas de la sociedad para salir adelante, o confianza en la fuerza de las sociedad y las instituciones para salir adelante) sino en términos de nuevo tipo (aislamiento, desconfianza, crueldad).
En ese escenario, toda práctica progresista, da igual si es Kamala Harris o el gobierno de coalición progresista en España, tiene que partir de que el mayor factor de erosión es, precisamente, que las instituciones no lleguen o lleguen en unos términos que ya no sirven a una población desconfiada.
Por eso, la cuestión no es exactamente “ser más de izquierdas” en el sentido de proponer medidas más radicales, sino garantizar que la sociedad NOTE las medidas y ser sumamente radical en eso.
El Estado del Siglo XX y sus instituciones de socialización están perdiendo la batalla contra una maquinaria mucho más veloz y directa, desintermediada, que configura un tipo de liderazgo muy similar al de Trump. Un tipo de liderazgo espectacularizado, muy vertical en el sentido no tanto de autoritario, como de muy directo, que produce la idea de que la democracia es menos atractiva y menos eficiente.
De esto va la pelea. No de contestar a un bulo X demostrando que no es cierto y perdiendo un tiempo precioso que deberíamos estar usando en tener instituciones a la altura del siglo en el que vivimos.
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