Opinión
Las mujeres como Juana Rivas
Por Barbijaputa
Periodista
La historia de Juana Rivas es una prueba viva del desamparo que sufrimos las mujeres en el sistema judicial y del camino tortuoso por el que se nos obliga a caminar si nos atrevemos a poner fin a la violencia que los hombres ejercen en el ámbito privado contra nosotras y/o sobre nuestras criaturas.
Desde el año 2009, Juana batalla judicialmente contra su maltratador, que por supuesto no perdió la custodia de los dos niños a pesar de ser un maltratador condenado. Gabriel, el hijo mayor de Juana, ha hablado públicamente de la violencia que han vivido estos años junto a su padre. Él pudo liberarse, pero queda Daniel, que aunque también ha dado su testimonio en sede judicial, no parece suficiente para que su pesadilla acabe. Los testimonios de las mujeres y las criaturas nunca son suficientes.
Las mujeres como Juana no solo tienen que batallar contra sus agresores, lo cual ya es bastante desquiciante, sino también contra un entramado legal e institucional que, en lugar de ampararlas, las violenta, persigue y criminaliza. El caso de Juana comenzó cuando ella se negó a entregar a sus hijos a su maltratador, condenado por violencia machista. Porque Juana, como el resto de nosotras, sabe que ninguna criatura merece el calvario de tener un padre maltratador. Ninguna. Pero la justicia tenía otros planes para los dos hijos de Juana y, por ende, para Juana: ella podía escapar de la violencia de su ex, pero podía escapar sola, sin sus hijos.
Las mujeres como Juana, atenazadas por el género y las hechuras patriarcales de la justicia, generalmente entregan con el corazón roto a sus niñas y niños al maltratador de turno. Algunas mujeres, pocas, como Juana, se lían la manta a la cabeza aun sabiendo que serán ellas las acusadas de sustracción de menores. Porque según el sistema, si tú no les das tus hijos a un maltratador confeso y condenado, si no entregas en bandeja a aquellos a quienes tienes que proteger, eres una peligrosa delincuente. Y eso fue lo que ocurrió en el caso de Juana: la delincuente acabó siendo ella, tanto es así que fue la única en esta historia que pisó la cárcel.
Las mujeres como Juana, ya opten por seguir las normas del sistema o no, son un ejemplo cotidiano de cómo la justicia, lejos de comprender las situaciones límite que viven las mujeres maltratadas, agrava exponencialmente su sufrimiento y las convierte en víctimas de otros tipos de violencias. Y no parece que haya mucha voluntad política para que esto deje de ser así.
Las mujeres como Juana no solo tienen que enfrentarse a los hombres que las maltrataron, sino a un sistema que primero las anima a denunciar -a través de campañas publicitarias por tierra, mar y aire- para acto seguido tratarlas desde el primer hasta el último minuto del proceso como mentirosas, sospechosas, malas madres, locas… la cara amable del anuncio que las invitaba a no quedarse calladas ante la violencia machista, se convierte en la de un gigante burocrático, un laberinto irresoluble, y entonces sienten que los anuncios y las frases de los políticos responsables eran solo un señuelo para que la violencia recibida fuera, al final, solo una más de todas las violencias que una puede llegar a sufrir.
La mujeres como Juana Rivas señalan el elefante en el salón: la violencia vicaria, que siempre ha existido pero que ni siquiera “existía” hasta que la psicóloga Sonia Vaccaro la nombró y, en 2017, entró a formar parte del código penal como una forma más de violencia machista.
En nuestro país, cuando la víctima intenta proteger a sus hijos e hijas de la violencia vicaria, con frecuencia se ve desautorizada y tachada de manipuladora. El agresor, por el contrario, puede hallar cobijo en el formalismo jurídico que, lejos de analizar en profundidad el contexto de violencia, termina equiparando la actitud protectora con un incumplimiento legal. Es una inversión tan injusta de los papeles que, al final, quien termina considerada culpable ante la ley es, de nuevo, la propia superviviente.
El caso de Juana Rivas no es solo el de una mujer concreta, sino el de muchas, muchísimas, demasiadas madres. Sabemos que en España hay madres a las que la justicia ha arrancado a sus hijas para dárselas a quienes ellas mismas han señalado como sus abusadores, sabemos que incluso hombres acusados de violencia sexual consiguen mantener la custodia de menores, sabemos que ni aun pesando sobre ellos varias reclamaciones judiciales por agresión sexual se protege a sus hijas, porque ante todo está el derecho del varón a disponer de sus hijas e hijos cuando él quiera.
No podemos obviar la importancia de denunciar la revictimización que se perpetra desde los tribunales. No se trata de llevar a cabo un ataque ciego contra la judicatura, sino de cuestionar un sistema que, de forma estructural, dificulta la posibilidad de una verdadera justicia. Cuando colectivos como la Coordinadora para la Erradicación de la Violencia Vicaria alzan la voz, nos recuerdan que hay demasiadas vidas en juego, que más allá de las formalidades judiciales existen personas que necesitan apoyo y protección reales y en cambio están recibiendo violencia.
Sabemos lo que ocurre, sabemos que va a seguir ocurriendo, por eso tenemos que seguir apoyando desde nuestras pequeñas áreas de poder e influencia, sean las que sean, a las mujeres como Juana Rivas, offline y online, en nuestras conversaciones diarias, en nuestros entornos, allí donde podamos ser escuchadas. Hablar de ellas, cuestionar la justicia, cuestionar el sistema, presionar con nuestro activismo, pero sobre todo, organizarnos y asociarnos, en la calle y en internet. Porque el sistema puede con todas si vamos de una en una, pero jamás podría si vamos juntas.
Y es que, sin nosotras, el sistema se va a caer por su propio peso.
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