Opinión
La memoria del feminismo abolicionista existe
Periodista
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Hace unos días, el Congreso tumbó la proposición de ley del PSOE sobre el proxenetismo. Entre otros, con el voto en contra de partidos de izquierda, como Sumar o ERC. De la derecha es esperable. En la izquierda, lo honesto era decir que el problema no era el texto, porque era una reforma del Código Penal y ahí no iban las ayudas para las prostituidas. Insisto, el problema no era el texto sino que son partidos con un ideario regulacionista de la prostitución. Decirlo sin ambigüedades es lo suyo, no pasa nada, pero no poner excusas que caen por su propio peso. Supongo que detrás de ello están las contradicciones frente a una genealogía feminista inequívocamente abolicionista desde su raíz y un sistema económico capitalista que se nutre de explotar a las mujeres con la prostitución.
Buena parte de las feministas con memoria, esa que tanto reivindicamos como justicia y reconocimiento a quienes lucharon por nuestros derechos, sintieron cómo aquel día del Congreso esas mujeres que desde hace décadas y siglos pelearon por nuestra dignidad se removerían en su tumba. No es fácil escribir algo como esto, pero ya se sabe que la historia del feminismo es la historia, muchas veces, de la traición dentro de sus filas y la soledad. El poder se viste de hombres. En este caso, de puteros y proxenetas a los que mantener contentos. Pero también esto es una sacudida a cuando se pierde el timón y se entra en estado de amnesia.
Hablaba Flora Tristán de que la prostitución era “la más horrorosa de las plagas que produce la desigual repartición de los bienes de este mundo”. Entre las sufragistas, la prostitución nunca fue abordada como una forma de libertad sexual para las mujeres, sino como una manifestación del sometimiento femenino al poder masculino. Kollontai denunció la prostitución como muestra más abominable del capital y de la desigualdad económica. Para Clara Campoamor, era “la degradación de un enorme número de mujeres”. Y no podemos olvidar a unas mujeres a las que el franquismo silenció y es deber de la izquierda recordarlas. Justo por estas fechas, mayo, pero de 1936, apareció la revista de Mujeres Libres. Al frente, Lucía Sánchez Saornil, Mercè Comaposada i Guillén y Amparo Poch y Gascón.
Solo dos meses después llegó la guerra civil. Y la revista fue un llamamiento a las mujeres como protagonistas y seres activos en la batalla. Pero la guerra no iba a poner en pausa sus reivindicaciones y desde sus páginas recordaban a sus camaradas que las mujeres tenían derechos. En el número 9 de la revista preguntaban: “¿Quién puede negar que la esclavitud sexual de la mujer no ha sido en principio una consecuencia del problema económico?”. O en septiembre de 1936 señalaban que “la empresa más urgente a realizar en la nueva estructura social es la de suprimir la prostitución. Antes que ocuparnos de la economía o de la enseñanza, desde ahora mismo, en plena lucha antifascista aún tenemos que acabar radicalmente con esta degradación social. No podemos pensar en la producción, en el trabajo, en ninguna clase de justicia, mientras quede en pie la mayor de las esclavitudes: la que incapacita para todo vivir digno”. Sabían bien de lo que hablaban. Antes habían creado los liberatorios de prostitución, y también se había producido el proyecto del doctor Peyrí en Barcelona, donde salvaron a casi un 80% de mujeres, que abandonaron la prostitución.
En 2024 las redes criminales se han frotado las manos viendo lo que ocurrió en el Congreso. Sobre todo se reirían de una izquierda a la que ya no le hace falta ni convencer porque usa su mismo lenguaje. ¿Cómo se puede no poner pie en pared a una de las formas más tremendas de violencia a las mujeres, donde el consentimiento queda anulado con dinero y chantajes? ¿Cómo se puede tolerar una institución patriarcal que genera la mayor de las desigualdades y que además se nutre de la pobreza y del racismo? Quizás hay una razón de fondo tremenda. Y es que las excluidas por completo no votan. Y si no votan, no interesa hacer nada por ellas. No podemos pedir ya nada. Mucho menos sobre unas mujeres a las que olvidan siempre, a las que dejan las últimas y en los márgenes.
Mientras se siga votando en contra de penalizar a puteros y proxenetas, el feminismo seguirá hablando. Aunque nos señalen. La libertad de expresión es para todas. Que escriban o digan lo que quieran porque la historia y los derechos humanos están de nuestro lado. Por eso lo recordamos. Y no puede darnos ejemplo de nada quien no recuerda su propia memoria.
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