Opinión
Ser mayor de edad es una mierda
Por Lucila Rodríguez-Alarcón
Actualizado a
Lucila Rodríguez-Alarcón (@lularoal)
Pocos adolescentes hay que no quieran cumplir los ansiados 18 años. La llegada a la mayoría de edad es la meta de cualquier menor porque significa ser reconocidos oficialmente como adultos, conducir, entrar en las discotecas y los conciertos, beber alcohol, o incluso votar (y sí, por desgracia, seguramente en este orden). La decepción llega después cuando tus padres te siguen tratando igual que antes o para conducir hace falta sacarse el carnet y tener coche, por poner un par de ejemplos nimios.
Sin embargo, hay un colectivo de chicos y chicas menores de edad para los que cumplir 18 años supone cambiar de tener cobijo y apoyo a quedarse en la calle, así, sin transición. Los chavales y las chavalas que vienen a España de otros países solos, sin acompañamiento familiar, pierden todo el apoyo del sistema de protección de nuestro país cuando cumplen la mayoría de edad.
Mohamed (nombre ficticio) abandonó el centro de acogida andaluz en el que llevaba desde que llegó a España el mismo día que cumplió los 18. Le habían facilitado un billete de autobús a Madrid, un bocadillo, y unos pocos euros. En las estación, le dijeron, le estaría esperando una persona para ficharle por un club de fútbol de la capital. Por un proceso indeterminado de informaciones cruzadas, Mohamed viajó convencido de que su futuro, no exento de duro trabajo, pero lleno de oportunidades, empezaba en ese instante. Tres días después de su llegada fue rescatado en la estación por Enrique Martínez Reguera, que lo llevó a uno de sus pisos de acogida. Son varias las personas que trabajan en le sector de la acogida con chavales que cuentan historias de futbolistas frustrados abandonados a su suerte en una estación, por lo visto es un clásico.
Las historias de chicas que han venido solas son menos, porque ellas representan un número significativamente menor, 25% del total en Andalucía, según la organización Málaga Acoge. Un grupo de estas chicas protagoniza la campaña #NoMedejesEnLaCalle, en la que reivindican su derecho a tener apoyo para no acabar abandonadas. En la preciosa carta publicada en la sección La Corrala de la publicación feminista La Poderío, Turia, una joven de 18 años que llegó sola a España, explica a la Consejera de Igualdad de la Junta de Andalucía, Rocío Ruiz, que ha tenido que dormir en la calle y renunciar a su vida ordenada de joven estudiante. Turia expresa su frustración y su tristeza, no entiende qué sentido tiene abandonar a una persona joven y llena de ilusiones a su suerte en la intemperie.
Es inhumano, y nadie lo querría para sus hijas o nietas, y por lo tanto no se debería permitir para las hijas y nietas de otras personas. Recordemos que no hay derechos exclusivos: al final, los derechos son de todas o de ninguna.
Pero, si se analiza la situación desde una perspectiva mercantilista, se podría decir que esto roza la malversación de fondos públicos. En efecto, cualquier chaval o chavala tutelados por el Estado, que dependan de nuestro dinero público, tengan o no tengan padres conocidos, son en cierto modo una inversión de futuro. Estos jóvenes incorporados al mercado laboral tardan muy pocos años en devolver a las arcas públicas lo que costaron. Dejar a una de estas chicas a medias es aceptar que el dinero invertido anteriormente es dinero perdido.
De modo que por humanidad, por asegurar el futuro de todas las niñas y niños en nuestro país y fuera de nuestras fronteras, o simplemente por razones meramente económicas, el Gobierno debería tener un plan de apoyo para cualquier joven hasta que acabe su formación y pueda ser autónomo. Por eso, desde esta columna, les invito a que firmen la petición lanzada por Turia, sus compañeras y la organización Málaga Acoge, y que la difundan. Sí se puede. Y que un día cumplir 18 años sea para todas una fiesta y no una mierda. Firma la petición aquí.
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