Opinión
Madres que estudian
Periodista
En mi casa tomamos una decisión muy importante hace unos meses: que yo volviese a estudiar. Fue en junio de 2022 cuando el padre de la criatura y yo mantuvimos una de esas conversaciones trascendentales acerca de nuestro futuro. La crianza intensiva estaba llegando a su fin y mi carrera laboral en la televisión, también. Yo llevaba ya dos años sin trabajar por cuenta ajena y las perspectivas no eran nada halagüeñas. Aceptar un contrato (por obra, parcial o temporal, en el mejor de los casos) suponía, con total seguridad, pasarme largas jornadas fuera. Para que se hagan una idea, trabajar como redactora o reportera en un programa de televisión supone, la mayor parte de las veces, salir de tu casa antes de que amanezca y volver cuando ya ha anochecido.
Las grabaciones pueden dilatarse tanto que es probable que acabes cenando un bocadillo de jamón asado en cualquier bar de carretera a la hora en la que tus hijos duermen. Por eso, de todos los compañeros que viajaban conmigo en furgoneta durante aquellas jornadas maratonianas de grabación, el 100% de los que tenían hijos eran: hombres. Ese es un detalle sobre el que reflexiono ahora que soy madre, igual que cuando me acuerdo de aquel otro que veía series en la oficina para evitar llegar a tiempo de bañar a su hija. Pero ese es un privilegio que ni puedo, ni quiero permitirme.
Dice la directora de cine Carla Simón que ahora se nos pide que criemos como nuestras abuelas (que “solo” se dedicaban a la familia) y que trabajemos como nuestras madres (que se pasaban el día en el trabajo y nos daban biberón) la maternidad se ha convertido en algo muy confuso. La ganadora del Oso de Berlín se ha llevado a su hijo de siete meses a todas partes para promocionar su película Alcarrás. Y ante la atención mediática ella se queja “la conciliación llegará el día que veas a un director haciendo una entrevista con su hijo”. Touché.
No debo de ser la única madre a la que se le ha ocurrido estudiar cuando el perfil del opositor en España responde al de una mujer (8 de cada 10 lo son) de entre 36 y 50 años. Otros datos La III Radiografía del opositor y opositora realizado por OpositaTest, señalan que el 43% es la primera vez que oposita y 6 de cada 10 compagina la oposición con un empleo. Las mujeres opositan a plazas más cualificadas que los hombres: el 28% de las mujeres opositan a plazas tipo A, las de mayor cualificación, y para jueces y fiscales, por ejemplo, tres veces más. Lo que me deja perpleja de esta y de otras encuestas sobre opositores es que el factor hijos no esté ni contemplado. Al parecer, a la hora de hacer entrevistas sobre el perfil de la persona opositora, es más relevante saber si viven en zonas urbanas (el 73%) que si tienen criaturas, cuántas y de qué edades. La invisibilidad de la maternidad es dolorosa. Para dar cuenta de la magnitud de estos datos acerca de madres estudiantes podemos compararlos con los de la macroencuesta “Las Invisibles”: un 22% de las mujeres pierde su empleo al ser madre, 1 de cada 10 mujeres renunció a su trabajo porque no podía compaginarlo con el cuidado de sus hijos; a un 6% no le renovaron el contrato y la misma proporción fue despedida al quedarse embarazada o al haber tenido una criatura. Además, el 68% de las mujeres españolas habría tenido más hijos si hubiera contado con mejores medidas de conciliación. Por supuesto, es mucho más fácil regular el latido fetal que el convenio laboral.
Sospecho que trabajar a jornada completa y criar no es nada sencillo. Pero estudiar y criar (y trabajar como autónoma a la vez) es una experiencia demoledora que necesita de toda una estructura familiar y de conciliación que te permita llegar a todo. Para empezar, necesitas que en tu casa se tomen en serio tu futuro laboral y no lo vean como un complemento o un capricho. A veces, también necesitas motivación porque llegará un momento, diez meses después de haber empezado, en que te preguntes qué coño estás haciendo con 36 años y ocho pilas de apuntes anillados (y qué caro está el papel, joder). Necesitas dinero, porque vas a destinar parte de tus ahorros o de los de tu familia a tu formación. Los estudios universitarios o postuniversitarios cuyas metodologías y entornos de aprendizaje mejor se adaptan a la conciliación son casi siempre de universidades privadas. Y son carísimos. Las academias de oposiciones también hay que pagarlas. Y muchos centros de Formación Profesional, también. Y, en todo caso, estudiar significa no ingresar o ingresar mucho menos durante una larga temporada.
Y por supuesto, también necesitas que se ocupen y se preocupen de la crianza. De nada vale apoyar a la madre-estudiante en su decisión, si después la otra persona no se corresponsabiliza de lo doméstico y te carga con la carga mental, valga la redundancia. Es muy difícil concentrarse mientras estás pensando en que solo quedan cuatro pañales en la bolsa, la nevera está vacía, la cita de la pediatra es pasado mañana a la 1 (y hay que encargar la vacuna), en dos semanas se abre la matrícula del colegio (y necesitas coger plaza en el de al lado de tu casa) y no hay bodies lavados para el día siguiente. Al menos, no debes pensarlo tú sola, ni ser tú sola la responsable de quedarse sin pañales, sin bodies, sin comida, sin vacuna y sin colegio. Para estudiar a cierto nivel hace falta un cuarto propio físico, económico y mental. Una cosa que me causa estupor son esas supuestas parodias de vida conyugal que se repiten en bucle en Instagram con parejitas jóvenes en donde una mujer muy paciente le tiene que explicar al imbécil de su novio en donde están los pañales, la comida y el colegio de sus hijos. Y qué risas todo.
Por eso, necesitamos, ante todo, hombres que renuncien al privilegio patriarcal de considerar su carrera profesional prioritaria, que dejen de pensar en términos de macho-proveedor y que asuman de una santa vez que la única manera de romper la brecha laboral es rompiendo la brecha doméstica. Hombres que empiecen a asumir que podemos cobrar tanto o más que ellos sin que eso afecte a su virilidad. Hombres dispuestos a reducir su jornada laboral para conciliar e incluso cambiar de trabajo por uno más compatible con la educación y la crianza de sus hijos. Y que todo eso no los hace menos hombres, sino mejores padres y parejas. Que la infalibilidad del trabajo del hombre es una trampa machista de la que todos somos víctimas. Que pasar tiempo con los hijos no es una pérdida, sino una ganancia. Y que para que tus hijas te quieran tienes que verlas. El otro día comentaba con una amiga que es normal que la maternidad-paternidad te haga cambiar de trabajo, adaptarte, buscar alternativas, renunciar a algo. Claro que ella es lesbiana.
En este contexto de terror y crisis constante parece que todo nos lleva a pensar que es mejor quedarse en casa cuidando y que él gane dinero o aceptar cualquier trabajo de mierda si la necesidad apremia. Quizá no pensamos lo suficiente en que el paro es sensiblemente menor en las mujeres con formación y que los salarios son también más altos. Que formarse también es una oportunidad de salir de la precariedad e incluso de romper el círculo de la pobreza que acecha a las madres solas. Que nunca es tarde, ni eres demasiado mayor para replantearte tu carrera laboral. Que preocuparnos por nuestro futuro es la mejor manera de enseñarle a nuestras hijas e hijos que somos personas, además de madres. Que hoy somos con nuestras parejas y mañana, quizá, seamos nosotras solas y varios hijos a nuestro cargo. Que un día, y esto es seguro, también nosotras seremos viejas, enfermas o viudas, y entonces tendremos que vivir de las exiguas e injustas pensiones que hoy maltratan a nuestras mayores.
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