Opinión
Quién lee los libros de las listas
Por Elena Carmona
Pasada la resaca de los recuentos, los balances y los resúmenes culturales, se asoman los primeros días en blanco para el disfrute de nueva música, cine, series o libros con los que vestir el nuevo año. Es en este clima pálido e inmaculado de enero, como de plantilla de Excel vacía, en el que me ha dado por preguntar: ¿alguien sigue buscando lecturas en las listas de Los mejores libros del año 2024?
El mundo del periodismo cultural ya está calentando la remesa de textos inéditos con los que amasar las reseñas del primer trimestre de 2025; no hay tiempo para volver sobre las del año pasado, contrastar opiniones, comprobar si el criterio «general» coincide o no con el propio. Los que leemos habitualmente y que también nos gusta hacer nuestro collage personal de lecturas anuales, aunque no nos limitamos exclusivamente a las novedades, también nos gusta empezar de cero. Buscamos nuevos sabores con los que deleitarnos, unos que no se parezcan en nada a los que ya probamos antes, bien sea sobre papel impreso o sobre la mesa de un bar en una conversación con amigos. Empezamos, como cartógrafos, a la caza de un descubrimiento.
Las listas en realidad funcionan, más que como una prescripción de futuras lecturas, como un balance de las novedades editoriales de ese año que, por mérito o fortuna (o las dos) han conseguido salir a respirar tras el tsunami de títulos que inunda las mesas centrales de las librerías todos los meses. Sin embargo, si un libro recibe el reconocimiento de aparecer en el podio, ¿no estaremos condenando a sus potenciales lectores a sentir que han llegado demasiado tarde a la experiencia de leerlo?
En la librería en la que trabajo, estas fiestas vendimos Un corazón por navidad de Sophie Jomain (TBR Editorial, 2024) más que ningún otro libro. El atractivo, más allá de su circulación por los mecanismos de recomendaciones virales de #BookTok, estaba en su formato. El libro-objeto consistía en 24 paquetitos de unas diez páginas cada uno que el lector debe abrir y leer en el día de diciembre indicado, como un calendario de adviento. Animados por las ventas, se pidieron cincuenta ejemplares más y, a mediados de diciembre, ya no se vendía ninguno. El libro tenía una fecha de caducidad clara; solo podía leerse en diciembre, y su experiencia lectora debía ser colectiva y compartida a medida que los lectores abrían las páginas correspondientes a cada día. ¿Qué sentido tendría leerse ese libro ahora?
Quizá las listas también encierren a esos libros galardonados en su año de publicación. Tal vez solo sean listas de libros para regalar el día de reyes —vienen con explicación incluida: ¿No te suena? ¡Está el número dos de los mejores libros de Babelia!—, o puede que simplemente constituyan un reflejo más o menos fiel de las tendencias literarias y fenómenos editoriales que definieron culturalmente el año pasado. Pero eso también tiene sus cosas buenas. Si en estos «testimonios numerados» de lo que tuvo éxito aparecen cada vez más mujeres, autores con identidades disidentes, editoriales independientes y temas poco explorados, significará que a golpe de listas y regalos, cada año estaremos abriendo un poquito más el canon.
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