Opinión
La ira en la política y la ley de hierro de la oligarquía
Profesor de Ciencia Política en la UCM
La política es conflicto. Una pregunta simple resuelve el acertijo: ¿qué habría que quitarle a una sociedad para que no hiciera falta la política? Obviamente, el conflicto, pues, como dijeron Aristóteles en griego y Rousseau en francés, en una sociedad de ángeles no haría falta ejercer el poder -que es la herramienta de la política- ya que cada cual se gobernaría a sí mismo desde el amor hacia los demás.
Esto no deja de ser ingenuo. Todo lo que tiene que ver con las divinidades no dejan de ser cualidades humanas multiplicadas al infinito (como ocurre con la omnisciencia, la omnipotencia y la omnipresencia de Dios). Así que, con humildad, les diría a Aristóteles y a Rousseau que, incluso en una sociedad de ángeles, haría falta la política -esto es, usar el poder para obligar a cumplirse las metas colectivas-, pues no está escrito que, ni siquiera en la nación de los ángeles, estén todos de acuerdo en cómo se tiene que amar angelicalmente.
Cuando la política empezó, allá por el siglo XIX, a gestionarse desde los partidos políticos la cosa se enredó aún más, pues a los conflictos propios de los individuos con los individuos se añadieron los conflictos entre grupos organizados y, con lo que no se contaba, a la interna de los grupos. Siempre que se juntan dos personas, aunque sea en un matrimonio o pareja, hay conflicto, y eso se multiplica cuando te juntas con otros en una organización más amplia, sea un hospital, un colegio, una fábrica, una oficina, un ejército, un sindicato, una federación nacional de fútbol, un equipo de fútbol… o para incidir en la marcha de la sociedad, bien en un movimiento social o presentándote a las elecciones. Es paradójico: el grupo se refuerza y cohesiona confrontando hacia afuera o defendiéndose de los ataque de los adversarios, pero se debilita y fragmenta en el conflicto interno.
Sea en un partido de derechas o en partido de izquierdas, los conflictos a la interna no se rigen por la ideología, sino por el funcionamiento que es propio de las organizaciones. Una de las pocas leyes de las ciencias sociales es la ley de hierro de las oligarquías, enunciada por Robert Michels en Los partidos politicos (1911): "Quien dice organización dice oligarquía".
Por esa regla, Isabel Díaz Ayuso le cortó la cabeza a Pablo Casado y se la quiere cortar a Feijóo (que lo sabe y por eso hace cosas desesperadas, como llamar al transfuguismo a los sectores de la derecha en el PSOE); por esa regla el PSOE defenestró en su día a Pedro Sánchez y por esa regla hoy el PSOE desprecia a su antiguos héroes González y Guerra. Por esa regla Yolanda Díaz se ha enfrentado a la cúpula de Podemos y por esa regla la cúpula de Podemos (a la que se acaba de "sumar" Izquierda Unida) se enfrenta a Yolanda Díaz y a los sectores de ICV catalanes que la ayudan -no sé si "malaconsejan"- en el amenazado proyecto que es Sumar.
Los partidos políticos son organizaciones competitivas a las que, al menos en alguna parte, se podría aplicar la lógica que atribuía Schumpeter a las empresas en el capitalismo: la destrucción creadora. Esto es, la competencia a muerte entre empresas -que nacen y mueren en virtud de sus capacidad- cuando están necesitadas de los mismos clientes, en el caso de los partidos, los votantes. Por eso el enfado en los partidos cuando surgen nuevas organizaciones que se dirigen al mismo espectro: lo que suba el nuevo partido lo bajarán los viejos.
Con un añadido que aquí es relevante: la competencia entre los partidos puede hacer que todos pierdan y los clientes se vayan a otro lado. Como si la competencia negativa entre empresas de, por ejemplo zumos naturales, llevara no a su mejora, sino a que los clientes abandonaran los jugos, ejercieran el exit y se fueran, por ejemplo, a beber Coca-Cola con sus excesos de azúcar y calorías. En nuestro caso, como si la competencia entre Sumar, Podemos e Izquierda Unida llevara a todos los votantes de nuevo al PSOE, quedándose la izquierda de los socialistas en una situación peor que la estuvo en su momento Izquierda Unida. Enhorabuena a todas y todos.
Alberto Garzón, Coordinador General de IU ha pedido a Sumar que se convierta en un "verdadero" Frente Amplio, uniéndose a las críticas que ha venido vertiendo Podemos (la semana pasada Ione Belarra le dijo a Díaz que sus cinco diputados iban por su cuenta), y que, en un editorial reciente de Canal Red, portavoz oficioso de Podemos, ya es una confrontación en toda regla donde se explicita que el liderazgo de Yolanda Díaz ya no valdría:
"Sumar -dice el editorial del medio dirigido por Pablo Iglesias- fue siempre un proyecto de partido con la voluntad de sustituir a Podemos como fuerza hegemónica en lo que fue Unidas Podemos (…) la ausencia absoluta de procedimientos democráticos para intentar lograr esos objetivos han vaciado de legitimidad el proyecto de Díaz y han terminado por obligar a dos de sus principales aliados, IU y el PCE, a salir en público a marcar perfil propio y reclamar un protagonismo que, a pesar de su absoluta subordinación hasta ahora al equipo de Díaz, no ha obtenido recompensa. No hace falta citar las enseñanzas del asesinato de Viriato para entender que rara vez se encuentra lealtad en quien ha demostrado repetidas veces que no la practica. La aspiración de debilitar a Podemos ha sido el pegamento en torno al cual se han articulado una pluralidad de partidos que, cada vez con menos entusiasmo, han seguido a Díaz en un camino que, a pesar de ingentes apoyos mediáticos, no ha logrado ni siquiera —con Más País, Chunta y Compromis dentro— igualar el peor resultado de Unidas Podemos, que compitió en la franja izquierda del electorado con las citadas organizaciones y tuvo más votos y más escaños que Díaz en la repetición electoral del 2019 (…) En este contexto es difícil que una nueva confluencia de partidos de izquierdas y las eternas apelaciones a la unidad sean la solución a los problemas de la izquierda. Es obvio que en buena parte de los procesos electorales del Estado a estos partidos les conviene aliarse electoralmente, pero eso está muy lejos de ser un Frente Amplio que se parezca a lo que tiene la izquierda en Uruguay y una parte de la izquierda en Chile. Para eso sería necesario reconstruir confianzas que son incompatibles con el liderazgo de Yolanda Díaz".
El problema del desencuentro entre Podemos, Sumar e Izquierda Unida es que, salvo para los que están muy metidos en el mundo de la política española, los desacuerdos no se ven como ideológicos. ¿O alguien puede señalar las enormes diferencias entre las diferentes fuerzas a la izquierda del PSOE que justifican que estén organizadas en partidos distintos? Las diferentes "formas" o "estilos" no son elemento sustancial para justificar la separación. Se explica más por las lógicas internas propias de esas organizaciones políticas que llamamos "partidos".
Es indudable que las formas terminan por construir fondo. Si se insiste en "no molestar", detrás hay una posición política que imposibilita grandes transformaciones. Porque no hay cambio en nuestras sociedades sin "molestar" a los poderosos. ¿O es gratuita la entente de los diferentes grupos de poder para intentar acabar con Podemos en estos años?
Pero esas actitudes -que implican debilidad frente a la guerra de Ucrania, contra las grandes inmobiliarias, frente a la patronal, en la defensa de las leyes feministas, en la voluntad de acabar con la ley mordaza y el secuestro del CGPJ, en el enfrentamiento con los medios de comunicación- no articulan un corpus ideológico que diferencia a las izquierdas, a no ser que volvamos al siglo pasado, donde importaban más las diferencias que las coincidencias y, en nombre de ese rigor, mientras que en China solo había un partido comunista chino, en España había cuatro. En nombre de la coherencia.
El tono airado de las relaciones entre Sumar, Podemos e Izquierda Unida (sin contar las más enconadas con Compromís y Más Madrid), todos con sus sólidas razones -o así lo cree cada cual- nos acerca a una situación que vimos en Francia y que, cuando la contemplábamos desde España, nos parecía surrealista. Se presentaban a las elecciones francesas dos partidos trotskistas, el partido socialista, un partido verde progresista y la France Insoumise de Mélenchon. Por supuesto, a la segunda vuelta pasaron la derecha de Macron y la extrema derecha de Le Pen. ¿Vamos hacia lo mismo?
Urge que Movimiento Sumar se articule como partido, y que todos los integrantes de Sumar -donde el partido de Yolanda Díaz será uno más y valdrá en virtud de su apoyo ciudadano- pacten un funcionamiento democrático que entierre el hacha de guerra en el espacio. No es fácil que Díaz ceda, pues un Frente Amplio tiene que funcionar con algún tipo de elección interna democrática, y su falta de base le hará preferir un funcionamiento más cupular. Pero eso llevaría a la ruptura del espacio, con el consiguiente asombro de los votantes y su probable hartazgo. Se irían a su casa o al "voto útil" socialista que había desterrado Podemos.
De la misma manera, si Podemos sigue aumentando el diapasón de su ira, se acercará en la imagen ciudadana, aunque tenga toda la razón, a aquella IU de Cayo Lara, enfadada y desconcertada por su escasa audiencia, dando la imagen de "pitufa gruñona", algo poco atractivo para el electorado, al menos en este momento. Los que hemos sufrido el ataque del sistema o hacemos nuestra propia "justicia transicional" y pasamos página o nos convertimos en gente amargada que solo quiere hablar de "su libro". Y la política, si no es atractiva, no convence.
Sin embargo, todo el ruido que hay es, y soy optimista, la señal de que se reconoce que no hemos hecho bien las cosas. Aunque no hay autocrítica por ningún lado, estos desencuentros son la expresión más clara de que se han hecho mal demasiadas cosas.
¿Se solventarán o cada cual se enrocará en sus posiciones, encastillándose con sus fieles, prietas las filas, dispuesto cada cual a "morir matando"? No será la primera vez que la izquierda se equivoca. Aunque tenemos la experiencia cercana y aún es tiempo de cambiar el rumbo. Cada cual en virtud de su responsabilidad. Si Yolanda Díaz no "mueve ficha" (como hicimos hace diez años), todo el espacio se reacomodará buscando su supervivencia. Y en esa fragmentación, llena de "cabecitas de ratón", el león que fue la izquierda que nació el 15M, sin cola y sin cabeza, le dejará un buen espacio a la extrema derecha.
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