Opinión
Hartas
Periodista y escritora
La expresión que más se repite últimamente entre las mujeres es el hartazgo, cosa que no me extraña. Para que la población masculina —esa que se siente "molesta", "cabreada", "insegura", "señalada", "estigmatizada", "carne de linchamiento"…— asuma su responsabilidad en la violencia machista, nos hemos multiplicado en libros, manifestaciones, huelgas, asambleas, coloquios, jornadas, conferencias y hasta coreografías. Por si aun así no les quedaba claro, llevamos años relatando nuestros más íntimos daños, en general con bastante detalle y a lo largo y ancho de todo el planeta. Oh, pero ellos necesitan decir cómo se sienten ellos. O sea, ponerse otra vez en el centro, que el foco muestre sus sentimientos y sensaciones.
Así que ya estamos hartas. Sí, HARTAS es la palabra.
Hartas de repetir lo mismo desde hace décadas, exactamente lo mismo. Hartas de hacerlo y que no se nos escuche en absoluto.
Hartas de oír cómo se incomoda y se ofende José Luis. Hartas del #NotAllMen.
Hartas de su doble cara, de sus chats basura, de sus boys clubs, de saber —porque lo sabemos todo— cuál es su postura cuando están entre la manada.
Hartas de que cualquier causa "humanitaria" les resulte más fácil de apoyar que la lucha contra la violencia macho.
Hartas de que esos compañeros y camaradas que tantas "herramientas" tienen contra todos los males del capitalismo, la desigualdad y la opresión no encuentren ninguna para utilizar en este caso.
Hartas de que no sean ellos quienes se organizan, se rebelan y salen a la calle contra la violencia de sus semejantes.
Hartas de que se castigue cualquier forma de enriquecimiento de las mujeres, de que toda mujer que tenga éxito o medre en cualquier campo sea sospechosa.
Hartas de que se siga mirando con recelo al feminismo, cuando es el único movimiento que está plantando cara efectivamente al avance neofascista.
Hartas de que crean que tienen que "protegernos" en lugar de —esta vez sí— poner el foco en ellos y dejar de atacarnos.
Hartas de la peregrina idea de que las mujeres no sabemos cómo gestionar la violencia que recibimos. Hartas de que nos den lecciones de lo que tenemos o no tenemos que hacer con ella, y dónde, y cuándo.
Hartas de que el simple relato de la violencia que sufrimos les resulte incómodo, cuando no agresivo o amenazante.
Hartas de que el Estado —particularmente los poderes autonómicos y locales— devuelva el dinero, poquísimo dinero, que no invierte, porque no le sale de la punta, en atención a las mujeres.
Hartas de que nos conviertan en impostoras y encima nos endosen el supuesto "síndrome".
Hartas de llegar con ansiedad al colegio, a la universidad, al trabajo, debido a las violencias recibidas durante el trayecto. Hartas de que eso nos haga más pobres.
Hartas del Poder Judicial y de los interrogatorios en dependencias donde deberían atenderse las denuncias de las agredidas.
Hartas de cómo miran a las muchachas jóvenes, a las niñas, a las adolescentes, incluso a sus propias hijas, nietas, sobrinas, alumnas.
Hartas del "ponte así", de su pornificación universal.
Hartas de que no asuman la cultura de la violación, de que finjan que no va con ellos.
Hartas de seguir cuidando nosotras, y solo nosotras.
Hartas de tener que andar con paños calientes y suavizar la realidad para que Paco no se sienta agredido por lo que Paco hace.
Hartas de ver penes en calles, plazas, transportes públicos, coches, discotecas, parques, dormitorios familiares, gimnasios y consultas médicas.
Hartas de cobrar menos que ellos. Todavía, sí, todavía.
Hartas de no poder denunciar a los padres agresivos sin pena de terminar condenadas o con una retirada de custodia.
Sí señores y señoras, estamos saturadas, hastiadas… llegadas a este punto, definitivamente HARTAS. Lo cual me parece un estado muy interesante. De la hartura hay que salir, es el paso previo a algo. Nada ni nadie permanece en el hartazgo. Así que vamos a ver qué pasa ahora.
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