Opinión
Gracias, Pasapalabra
Por Toni Mejías
Periodista
En casa nunca hemos sido creyentes por muchas comuniones que se hayan celebrado. Pocas iglesias hemos pisado si no ha sido por turismo o por compromisos. Pero si ha habido un ritual al que llevamos asistiendo desde hace años y es casi como una religión es Pasapalabra. Dan igual los cambios de presentador, horarios o cadena. En casa siempre ha habido un rato para ver el rosco del programa.
Algunos, como yo, por intentar adivinar palabras y sentirme más inteligente por un rato. Otras, como mi madre, por ver si se llevan el bote. Siempre me pareció fascinante la alegría que siente cuando ganan otras personas dinero. Supongo que el sueño de ser ella algún día la que levantara los brazos en señal de victoria y poder vivir con menos miseria y tapar los dichosos agujeros que siempre se nombran.
Más allá de la anécdota familiar, el programa tiene otra característica reseñable a mi entender: los y las invitadas. Para algunos puede servir para recordar a aquel actor que hizo una serie hace años que le gustaba o ver a la cantante que participó en algún Operación Triunfo de los inicios. Ver que el tiempo no pasa en balde para nadie a cierta gente le reconforta. Solo hay que ver la cantidad de artículos que salen en prensa bajo el título de “Qué fue de…” y donde se cuenta, a veces con cierto desdén, cómo ha cambiado la vida de una persona lejos del foco mediático. Si además de tener menos popularidad ha engordado o envejecido, el artículo promete muchas visitas y cierta sorna.
En cambio, yo lo veo diferente. Estamos acostumbrados a medir el éxito profesional o personal en éxito mediático. Si no sales en la serie de moda o participas en los festivales de los 40 Principales parece que ya no existes o que la vida te ha tratado mal. Que has fracasado y que tus 15 minutos de fama pasaron de forma fugaz. Como si todas las actrices, cantantes o escritores solo tuvieran la opción de la popularidad o el abandono. No hay grises para el juicio popular. No hay escena undergound. No hay una clase obrera en el mundo del espectáculo. O juegas en la Champions o eres un perdedor. Como si fuera fácil siquiera ser profesional.
En cambio, cuando antes del rosco cuentan qué están haciendo ahora, el gran público (alrededor de 3 millones) puede ver que muchos siguen dedicados al trabajo cultural. Que hacen obras de teatro con las que recorren el Estado, que siguen sacando discos y tienen pequeñas giras, que están preparando una nueva novela… u otros que han cambiado su rama profesional y se dedican a X cosa. No hace falta hablar desde la nostalgia de lo que fuimos, como si solo fuéramos esa persona y solo en ese momento fuéramos felices.
El éxito profesional tiene muchas caras y tantas otras el éxito personal. Está claro que estar en la cresta de la ola mediática y popular te dará mayores ganancias, pero poder vivir (o malvivir) de tu arte ya es todo un logro y un éxito. Y puede sentirte feliz en esa clase trabajadora aunque no tengas los focos encima siempre. No se puede evitar que la carnaza periodística siga buscando juguetes rotos para ganar visitas. Que la industria haga y deshaga estrellas a su antojo e intenta mandarlas al cajón del olvido cuando no les sirven. Pero hoy toca dar las gracias a Pasapalabra por recordarnos que el éxito tiene mil formas y mil caras. Y que cuando se apagan los focos, la vida sigue para todos. Dejemos de buscar héroes porque el mundo cultural se sustenta, mayoritariamente, de currantes. Y el enemigo no es olvido, sino la precariedad y el conformismo.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.