Opinión
Los goles que no viste de Mbappé y Lamine Yamal
Profesor de Ciencia Política en la UCM
¿Podemos explicarnos el mundo con el fútbol? Los científicos sociales medimos los movimientos de los países por cosas profundas que muchas veces parecen mágicas. El pensamiento religioso, el tipo de familia, los conflictos entre grupos económicos, el peso de la historia. Y son verdad. Pero a veces la historia nos brinda señales más claras, que tenemos delante de las narices, y no siempre las vemos.
En este caso, se llama Lamine Yamal, Nico Williams, Dembelé o Mbappé. Porque todas las grandes figuras de las selecciones española y francesa de fútbol son descendientes de inmigrantes. Todos herederos de viajes terribles poblados de infierno, habitantes de las banlieu y las periferias, pobladores de barrios despreciados por la extrema derecha. No es extraño que desde América Latina se les compare con Maradona.
Mbappé ha brillado más en esta copa de Europa de futbol por su coraje para pedir que no se vote por Marine Lepen y su Reagrupamiento Nacional, el partido fascista, que por la tarea en el campo. Su gran gol, el mejor gol de la Eurocopa, han sido esas declaraciones que han dicho a los suyos y, de paso, a tanto energúmeno que ronda el fútbol -jugadores indiferentes, entrenadores abusones, dueños de clubes millonarios y, también, aficionados al fútbol que sostienen ese negocio- que también los mejores jugadores tienen compromiso político y no se olvidan de dónde vienen. El mejor gol de esta Eurocopa lo ha metido Mbapppé, porque se nos ha quedado grabado en la memoria.
El otro gran jugador es Lamine Jamal, que va a cumplir 17 años, hijo de inmigrantes marroquí y guineana. Se crió en un barrio humilde de Cataluña, en Mataró, en el barrio de Rocafonda. Cuando metió el gol, hizo con las manos el gesto de Tres, Cuatro, Cero, que son las últimas cifras del código postal de su barrio, donde creció. En esos descampados es donde aprendió a jugar al futbol y donde le creció la sensibilidad que le hizo gran amigo del otro gran jugador de la selección española, Nico Williams, de 21 años, de padre de Ghana, padres inmigrantes que cruzaron el desierto del Sáhara descalzos, sin comida, sin agua, que saltaron ilegalmente la valla de Melilla, porque en Europa también hay vallas como en EEUU o en Gaza, que fueron arrestados y que gracias a que alguna buena gente les ayudó hoy, su hijo, negro y con rastas, es uno de los mejores futbolistas del mundo. De Rocafonda, el barrio donde creció Lamine Yamal, dijo VOX, el partido de la extrema derecha, el amigo de Milei, de María Corina Machado, de Verastegui y del resto de la extrema derecha latinoamericana, que era un “estercolero multicultural”. Pues alguien que venía de ese estercolero, ha llevado a España a ganar la copa de Europa.
(Pero no nos engañemos: no es oro todo lo que reluce. Dani Carvajal, futbolista de la selección amigo de Abascal y de Alvise, defendió a Rubiales frente a la selección femenina española de fútbol y ha callado cuando han insultado a sus compañeros Yamal o Williams. Cuando los ganadores de la Eurocopa fueron a saludar al presidente de todos los españoles, Carvajal tuvo un gesto desabrido con Pedro Sánchez, convirtiendo en obsceno algo que debía ser una celebración. Recordó cuando su amigo Vito Quiles vomita en el Parlamento sus interrogantes envueltos en eructos que mancillan el protocolo educado de la sede de la soberanía popular).
La decadencia de Europa la ha contado recientemente el historiador Emmanuel Todd en su libro La derrota de Occidente. Todd saltó a la fama porque predijo el hundimiento de la Unión Soviética. Ahora ha afirmado que la pérdida de los valores religiosos en Europa y la consecuente pérdida de valores en general, la financiarización de la economía, las políticas de recortes, en resumen, esa mezcla de cosas que trae lo que llamamos neoliberalismo, lleva a Europa al desastre.
La crisis de la izquierda y la victoria del modelo neoliberal le ha permitido a los ricos europeos vengarse de los estados sociales, esa derrota que sufrieron cuando perdieron la guerra en 1945, y volver a multiplicar las desigualdades. Esa miopía les ha llevado a enfrentarse a una Rusia que ya había despertado. Ya no son los tiempos de Clinton riéndose de un Yeltsin borracho.
El neoliberalismo, esa apertura de fronteras para los capitales, la globalización financiera, las privatizaciones, los recortes, las ventajas fiscales a los ricos, la mercantilización de todos los ámbitos de la vida, la defensa del egoísmo y del individualismo han vuelto a entronizar a los dos monstruos vinculados al colonialismo: la guerra (y hoy hay guerra en Europa, en África, en Asia y, si no se les para los pies, en China y en América Latina) y el auge otra vez de la extrema derecha. El fascismo siempre es el plan B del capitalismo en crisis.
La conclusión de Todd, que comparto, es que las élites occidentales se han vuelto idiotas. Han aplicado, en términos de Naomí Klein, una doctrina de shock a toda la izquierda, pensando que las sanciones, los bloqueos económicos, las amenazas y las advertencias iban a paralizar a esos países. Y una vez más, han confundido sus deseos con la realidad. Wishfull thinking lo llaman los ingleses.
La economía de Rusia ha crecido más que la europea o americana después de las sanciones y a día de hoy hay más ingenieros en Rusia que en los Estados Unidos. Occidente va camino de perder también la guerra en Ucrania, igual que el bloqueo económico a Venezuela, un intento desesperado de los EEUU, que arrastró a Europa, para seguir dominando en el continente, ha fracasado. Venezuela ha recuperado su economía, ha fortalecido como nunca en su historia su aparato productivo e industrial y buena parte de los productos que antes importaba, hoy se producen en el país. Aún queda mucho por recuperar, pero el país está otra vez de pie. Lo que no le pasa, por ejemplo, a Ecuador, tan obediente a los EEUU.
Cómo será el crecimiento que la patronal venezolana apoya al Presidente Nicolás Maduro antes que al candidato de la oposición Edmundo González, el tapado de María Corina Machado, inhabilitada por pedir desde Panamá la intervención militar estadounidense en Venezuela. Una derecha a la que no le apoya la patronal es, a lo sumo, una derecha títere de los mandatos norteamericanos. Y eso ya no sirve.
Las sanciones occidentales han ayudado a los países sancionados a poder empezar a ser quienes quieren ser. Sin las sanciones, Rusia no habría podido aplicar medidas proteccionistas ni Venezuela recuperar su aparato productivo. EEUU y la Unión Europea también están perdiendo la batalla simbólica. Los viejos teóricos de la guerra fría eran más inteligentes que los actuales líderes. Basta ver el debate ya famoso entre Trump y Biden: un corrupto y un anciano senil. ¿Así quieren dirigir el mundo? La verdad es que el poderío norteamericano está en otros lados. El gran teórico de la contención durante la guerra fría, George Kennan, sabía perfectamente ruso y amaba la cultura rusa. ¿Qué saben las élites europeas y norteamericanas ahora mismo de Rusia? ¿Alguien imagina que Trump sepa idiomas? ¿Qué sabían de Venezuela los que reconocieron como Presidente a Guaidó, autoproclamado en una plaza? ¿Estudiaron antes a Bolívar? ¿Saben quién fue Ezequiel Zamora? ¿Entendieron alguna vez a Hugo Chávez?
Hoy, a las selecciones de fútbol de Europa las representan muchachos inmigrantes, de piel oscura, que son franceses, españoles, alemanes, ingleses o italianos, procedentes de África, que no van a ser carne de cañón de ninguna guerra y que no van a dejar que la extrema derecha del racismo, el colonialismo y la violencia les eche de unos países que ya son también suyos, que no quieren formar parte de esa “acumulación primitiva” que llega hasta la posmodernidad. El fútbol, así, vuelve a ser ese espacio popular que reclamaba Eduardo Galeano. Las leyes tardan mucho en convertirse en un valor simbólico. Pero hoy, desde ya mismo, esos muchachos y muchachas negros, árabes, de piel y costumbres diferentes que viven en los barrios obreros, pueden decir: soy español, soy alemán, soy francés, soy italiano, como Yamal, Nico Williams, Mbappé, Dembélé, esos muchachos, como vosotros, que, envueltos en la bandera, os han hecho vibrar en el campo de fútbol.
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