Opinión
Facebook, Instragam, X: Matrix
Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
Los motivos por los que existe una cuarta película de Matrix tras Revolutions tienen más que ver con la avaricia corporativa, pero Lana Watchowsky, directora de la película (esta vez sin la compañía de su hermana Lilly) y los guionistas David Mitchell y Aleksandar Hemon, supieron convertir esa demanda corporativa en una coda perfecta y una actualización al tiempo presente de todas las pulsiones políticas que hay en la trilogía original.
Me acordé de la película esta semana cuando Mark Zuckerberg anunció el giro político de META (La compañía detrás de Facebook e Instagram) hacia la “ElonMusificación” (es un concepto) de los monopolios digitales. Fin de los sistemas de moderación y fatchecking y fin de la supresión de contenidos políticos. Es decir, vía libre a la propaganda de extrema derecha una semana y media antes del inicio de la segunda presidencia de Trump. Para más pistas, ha colocado como responsable de la política de META a Dustin Carmack, uno de los arquitectos del “Project 2025”, el proyecto político del Trumpismo.
Un ejemplo concreto de esto es que tras el cambio en META, está prohibido decir que alguien es un enfermo mental como insulto, salvo si eres una persona LGTBIQ, que entonces ahora sí se puede porque Project 2025 considera a las personas LGTBIQ son enfermas. Es así de grave.
En Matrix Resurrections, Matrix ha conseguido recomponer el orden que perdió en Revolutions integrando la primera trilogía como parte de su propia narrativa. Trinity y Neo no se acuerdan el uno de la otra y Matrix es un videojuego de éxito que le obligan a continuar desarrollando al Señor Anderson que interpreta Keanu Reeves por intereses corporativos. Casi se puede escuchar a Lana Watchowsky gritando “¡DEJADME SALIR DE AQUI!”.
Pero como pasa en la primera trilogía, Anderson despierta y sale de Matrix volviendo a “lo real”. Lo que pasa es que lo real ya no es cómo lo recordaba. Zion (la gran ciudad de la resistencia) ha sido destruida y hay una nueva resistencia. Y aquí viene lo que me interesó más de la película. Esa resistencia no es una resistencia de humanos. Sino humano – máquina. Hay máquinas rebeldes igual que hay humanos que sirven a Matrix.
La primera trilogía establecía una separación entre los humanos y la máquinas (en la primera Matrix se hacía referencia con orgullo a los primeros humanos nacidos en Zion) que se iba complejizando hasta el final, porque al fin y al cabo, para funcionar, Zion necesitaba crear nuevas máquinas. En Resurrections, las máquinas que luchan contra Matrix se llaman “Sintientes”. Máquinas con emociones, máquinas que sienten y producen vínculos. Máquinas con el código fuente de Neo en su organismo. En la película las describen diciendo: “No todos quieren controlar, igual que no todos quieren ser libres”.
Que la primera trilogía de Matrix es, entre otras muchas cosas, una alegoría del proceso de transicion de las hermanas Watchowsky como personas trans hoy es ya una cuestión transparente, pero Ressurrections define la resistencia contra Matrix como aquella que supera toda división binaria de las cosas. Todo es múltiple. Por eso la última parte de Matrix no se llama Matrix revolución, sino revoluciones y por eso esta película no se llama Resurrección, sino Resurrecciones.
La pelea contra Meta, contra X, contra Matrix, no es la pelea contra internet, contra lo digital, tampoco es la pelea de “lo humano” contra “lo maquínico”. No existe tal cosa. Es la pelea por un modelo de relaciones humano-máquina u otro modelo de relaciones humano-máquina. Es una pelea por el código, por la propiedad de los datos, por los protocolos. Es una pelea que implica construir herramientas nuevas, ciudades digitales nuevas, ahora que las ciudadades digitales que habitábamos han sido tomadas a golpe de talonario por el fascismo de la internacional del odio. Es una pelea legislativa, para impedir que esa maquinaria del orden interfiera la soberanía democrática. Por tanto, igual que Matrix tiene gobiernos a su servicio, los nuevos rebeldes de Zion necesitamos también gobiernos que legislen y que desarrollen infraestructuras digitales para la libertad, no para el control.
Esta pelea no tiene nada de abstracto, ni de complejo, ni de confuso, insisto en el ejemplo concreto de las personas LGTBIQ que señalaba antes. Preguntadle a cualquier influencer cómo funciona Instagram y os contará que “lo que vemos” depende básicamente de “lo que pagamos”, es una máquinaria perfecta de “targetear” (una derivación de target, en inglés) comunidades. Sólo hace falta tener dinero y una buena maquinaria de producir noticias falsas que nadie va a comprobar.
Cada gesto que nos permita desplazar la atención a las nuevas herramientas digitales es un paso de democracia.
Por lo menos, hemos recuperado el cyberpunk que los multimillonarios de extrema derecha intentaron apropiarse durante años. Ellos son Matrix, nada más que eso.
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