Opinión
Doscientos dieciocho 'enfermos mentales' con un tiro en la cabeza
Investigador científico, Incipit-CSIC
A veces hay que contar las cosas así para que nos queden claras de verdad: doscientos dieciocho personas con trastornos psiquiátricos ejecutadas de un tiro en la cabeza. Con pistolas, a corta distancia. A una distancia a la que al asesino le salta la sangre y la masa encefálica de su víctima. Los colocaron en fila, delante de una trinchera, y los fueron matando uno a uno. Un disparo, otro disparo, otro disparo. Así hasta doscientos dieciocho. Cuatro capas de cadáveres. Habría enfermos graves y leves, pero todos acabaron igual, con una bala en el cráneo, sepultados y olvidados durante décadas.
Hasta mayo de 2024. El equipo del arqueólogo Dawid Kobialka sacó a la luz la fosa en los alrededores de un lugar conocido como Valle de la Muerte, cerca de Chojnice, en Polonia.
Es probable que ya lo hayan adivinado, pero se trata, naturalmente, de un crimen nazi. Lo cometieron, en el otoño de 1939, un grupo de pulcros funcionarios alemanes convencidos de cumplir con su deber. Que era exterminar seres humanos. Para entonces ya tenían práctica, porque llevaban masacrando polacos desde el mes de septiembre. En el marco de la Intelligentzaktion acabaron con más de 60.000 en medio año: maestros, abogados, funcionarios, sacerdotes, policías, jueces. El equipo de Kobialka ha exhumado ya varias fosas y los restos de cientos de personas.
La de este año en Chojnice, sin embargo, ha sido distinta. Porque en este caso la idea detrás de la masacre no era aniquilar a la elite del país, sino a personas consideradas menos que personas: pacientes de un hospital psiquiátrico. Untermenschen. Gente a la que se puede exterminar sin remordimientos. Es más, con orgullo. Porque su eliminación permitiría la creación de una Polonia germanizada, aria y por tanto, racialmente superior.
Se dice que antes de la masacre se vivieron escenas terribles: los pacientes gritaban, les daban ataques, se abrazaban, se arrancaban el pelo, trataban de huir. Después de matar a niños, asesinar a personas con trastornos psiquiátricos es posiblemente lo peor que se puede hacer en el mundo.
Al contrario que otras fosas del genocidio polaco, estas no acabaron destruidas por los nazis al final de la guerra. Es posible que no dieran con ella o no tuvieran tiempo de exhumarla y cremar los cadáveres. Porque los nazis sabían perfectamente que lo que habían cometido era un crimen horroroso y que pagarían por ello si eran descubiertos.
Se ha tardado 85 años, pero al final ha salido a la luz. Las pruebas son contundentes: los esqueletos, los cráneos perforados de lado a lado, las balas. La munición deja claro quienes fueron los perpetradores, pero por si hubiera alguna duda, entre los restos apareció la insignia de una gorra de la Schutzpolizei der Gendarmerie, con su Reichsadler (el águila nazi) y su esvástica. Sabemos que la Intelligentzaktion la llevaron a cabo SS, milicias de polacos alemanes y policías.
La investigación de Dawid Kobialka es importantísima. Lo es porque se trata de la primera exhumación con métodos científicos modernos de una fosa con pacientes psiquiátricos asesinados a tiros por los nazis. Es el inicio de un genocidio que en seis años acabó con la vida de millones de personas: judíos, gitanos, eslavos, homosexuales, discapacitados. Es importantísima, también, porque llega en el momento más oportuno.
Cuando escribo estas líneas, están a punto de celebrarse unas elecciones europeas donde se prevé un crecimiento preocupante de la extrema derecha. No ya solo el populismo reaccionario al que nos hemos acostumbrado en los últimos tiempos, sino partidos negacionistas y abiertamente neofascistas que van a sentarse por primera vez en el Parlamento Europeo o lo harán en número más nutrido. Partidos que alientan el odio contra minorías y exigen su expulsión o marginación, como lo hicieron sus ancestros políticos hace 90 años. Mientras, en los medios se blanquea a grupos e individuos abiertamente neonazis, que ganan notoriedad en las redes sociales.
Un año antes de que la Schutzpolizei sacara a doscientos dieciocho pacientes del hospital de Chojnice para pegarles un tiro en la cabeza, el gobierno nazi publicó un póster en el que se leía: “60.000 marcos. Eso es lo que le cuesta al pueblo alemán una persona que sufre defectos hereditarios. Ciudadano, ese es tu dinero también”. Vox calcó la propaganda nazi en 2021: “Un mena: 4.700 euros al mes”.
La ventaja de la arqueología es que nos permite relacionar discursos y hechos -la sangre y las balas detrás de las palabras. En cada exhumación unimos la línea de puntos que lleva de las ideas a los cadáveres. Ojalá no tengamos que volver a hacerlo.
* El proyecto “Una arqueología del crimen de Pomerania de 1939”, dirigido por David Kobialka y en el que participa el Instituto de Ciencias del Patrimonio del CSIC, está financiado por el Centro Nacional de Ciencia de Polonia (UMO-2021/43/D/HS3/00033).
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