Opinión
“Si lo dicen las redes, debe de ser cierto”. Por qué es urgente recuperar el concepto de autoridad
Investigador científico, Incipit-CSIC
Hasta hace no mucho se decía de forma irónica “si lo dice la tele, debe de ser verdad”. La tele como fuente de autoridad última. Era un chiste, pero basado en hechos reales. Si se anuncia en la televisión es que es auténtico, serio o de buena calidad.
Ya no es así. Ahora la verdad no está en la tele, sino en las redes sociales. Al contrario que lo que sucedía con la televisión, sin embargo, la verdad de las redes no se basa en que sean fuente de autoridad, sino en todo lo contrario: en ponerla en tela de juicio. Su autoridad, por decirlo de otro modo, proviene de negar la autoridad.
Queda claro en las declaraciones de un político de Vox en el parlamento esta semana: "Gracias a las redes sociales muchos jóvenes están descubriendo que la etapa posterior a la Guerra Civil no fue oscura, como vende el Gobierno, sino una etapa de progreso y reconciliación". Gracias a las redes sociales los jóvenes (y los mayores) descubren que Franco fue bondadoso, la tierra plana y la lejía un remedio contra el coronavirus.
La idea del descubrimiento es complementaria a la de conspiración. Una conjura en la que participan historiadores, científicos, educadores y políticos para hacer creer a la humanidad en un mundo que no existe. Porque en realidad vivimos en Matrix y las redes sociales son la única herramienta para escapar de ella. Ahí está la gente en la que puedes confiar. Tipos comprometidos con la verdad y cien por cien apolíticos, que no te quieren vender ninguna moto, sino contarte las cosas como son: youtubers andorranos, criptobros de TikTok y tuiteros fascioliberales. Todos ellos unidos por una ausencia de cualificación o conocimiento que los convierte en auténticamente fiables: están fuera del sistema.
Como espacio esencialmente populista, las redes sociales son el signo de nuestra época. En ellas no vale criterio de autoridad alguno: todos tenemos derecho a opinar de todo y ninguna palabra vale más que otra. Es más, a cualquier experto que trate de corregir a un usuario a medio alfabetizar lo someterán a acoso y escarnio. No hay defensa posible. Es significativo que Elon Musk eliminara las restricciones a la verificación en cuanto se hizo con Twitter/X. Todos somos autoridad, lo que quiere decir que la autoridad no existe. Pero el problema no se circunscribe únicamente a las redes con algoritmos que favorecen posiciones ultraderechistas. Mientras todas las voces se sitúen al mismo nivel, las redes serán un arma al servicio de la política populista.
El populismo del conocimiento no debe su auge exclusivamente a la derecha. La demolición del concepto de autoridad por parte de la izquierda a lo largo del siglo XX también tiene bastante que ver: acabó con muchas cosas nefastas, pero también se llevó por delante algunas valiosas. La autoridad epistémica fue una de ellas. Todavía hoy defender el conocimiento experto en las redes sociales o la jerarquía del saber no solo concita la censura del populismo reaccionario, sino de parte de la izquierda.
El problema radica en la confusión entre poder y autoridad, que son conceptos bien distintos. Originalmente, de hecho, ambos se contraponían. Poder implica la capacidad de dar órdenes y de ser obedecidos. La autoridad, en cambio, ni ordena ni coacciona ni seduce. Se basa en una competencia reconocida. Como recuerda Hannah Arendt, en Roma quienes se encontraban investidos de autoridad carecían de poder -para el Senado era la autoridad; para el pueblo, el poder. El historiador Theodor Mommsen aclara que quien posee dicha autoridad emite sentencias que son “más que una opinión y menos que una orden, una opinión que no se puede ignorar sin correr un peligro”. Nada ejemplifica mejor esto que la negativa hoy a escuchar a los científicos que alertan del cambio climático. Arendt veía en la crisis de todas las autoridades tradicionales el origen del totalitarismo y el presente parece que vuelve a darle la razón.
La izquierda siempre ha sido crítica con el poder, pero no siempre con la autoridad. Edgar Straehle recuerda la defensa de la autoridad realizada por Bakunin, uno de los padres del anarquismo. Para Mijaíl Bakunin la autoridad, en clave anarquista, no es única, sino múltiple y no funciona mediante el mandato ni la fe, sino que se basa en la razón y la libertad. Pero también en la consciencia de las limitaciones personales: “Me inclino ante la autoridad de los hombres especiales porque me es impuesta por la propia razón. Tengo conciencia de no poder abarcar en todos sus detalles y en sus desenvolvimientos positivos sino una pequeña parte de la ciencia humana”. Así pues, el anarquista no tiene empacho en reconocer la autoridad del zapatero cuando se trata de zapatos o del arquitecto cuando se trata de casas: “Para esta o la otra ciencia especial, me dirijo a tal o cual sabio”. Lo que no equivale a otorgarles un cheque en blanco o aceptar su autoridad más allá del campo estricto en el que se encuentran cualificados.
Se suele decir que necesitamos formar una ciudadanía más crítica, que pueda enfrentarse con la razón a lo que Marina Garcés denomina “credulidad sobreinformada”. Pero también resulta imprescindible rescatar el concepto de autoridad -en clave al mismo tiempo reflexiva, crítica y libertaria. Para ello debemos reconocer su pluralidad y diferenciar entre poder, autoritarismo y autoridad. De lo contrario, corremos el riesgo de seguir regalando la autoridad a Elon Musk y el poder a Donald Trump.
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