Opinión
El depredador que te folla la herida
Periodista y escritora
Actualizado a
Dicen que hay grandes depredadores que pueden oler a sus presas desde kilómetros de distancia. También dicen que el tiburón blanco puede oler una sola gota de sangre en el océano. Si tienes una herida, eres captura fácil. La gacela con la pata quebrada. Cuanto más vulnerable, más al alcance de las fauces. La criatura de cualquier especie, la individua débil, el hambre, el daño, la herida.
Te preguntas por qué. Una y otra vez. Tus amigas te dicen “Es que parece que los eliges, hija”. Te culpabilizas por cada nuevo depredador, con el tobillo aprisionado entre sus mandíbulas. “Es que no aprendes”, oyes una y otra vez mientras te prometes estar alerta, que no volverá a suceder. Pero sucede. El escualo circula entre todas las hembras, va sorteándolas, parece pasear, circula con paciencia, hábil, sabio en su morder, otea, olfatea. No el miedo, no es eso. Olfatea el daño, la herida. Pero ¿qué hacer si sangra? ¿Cómo tapar el daño si el daño está, ha estado siempre, desde que recuerdas?
Ayer un hombre disparó en la localidad de Otero (Toledo) contra su mujer y la hija de ésta, de 17 años. A la menor la mató. En la noticia que firmaban ayer en El País Isabel Valdés y David Expósito, citaban un estudio de la Universidad Autónoma de Madrid en colaboración con el Ministerio de Interior, Perfiles de alto riesgo en violencia de género en Madrid: victimización y revictimización de mujeres y menores a su cargo. Aludían a él porque la madre a la que ayer intentó matar su pareja es lo que llaman una “mujer polivictimizada”, es decir, que ha sido maltratada por varias parejas consecutivamente. Todo tiene su nombre. “Una proporción importante de las mujeres víctimas (en una horquilla de entre el 25% y el 60%) suelen tener historias de victimización previa, sufriendo nuevas agresiones en relaciones posteriores”, cita el artículo en referencia al estudio. Una horquilla entre el 25% y el 60% no es una horquilla, son todas las que caben en el moño de una fallera. ¿Cuántas? ¿Cuántas son las mujeres “polivictimizadas”? ¿Un 25%, o sea una de cada cuatro? ¿O un 60%, o sea la gran mayoría?
Tengo más preguntas, tras el asesinato de la hija de esa mujer que ya había sido maltratada una vez y otra vez, y quién sabe cuántas y por cuántos hombres, uno detrás de otro. Tengo más, muchas más preguntas. ¿De dónde le viene la herida que ha señalado el camino a los depredadores? ¿Qué infancia tuvo esa madre, qué adolescencia? ¿Qué pensaba al darse cuenta de que había caído de nuevo en las fauces de otro macho feroz? ¿Cómo sufría al ver a su hija, víctima con ella? ¿Cuántas veces y cómo trató de escapar? ¿Cómo conseguía guardar silencio en noches sin descanso para proteger a su hija? ¿Qué tuvo que aguantar a cambio de que la cría no se percatara? ¿Qué vida ha llevado la joven ahora asesinada? ¿Cuántos carniceros han pasado por su infancia, por su adolescencia, por el techo bajo el que creció junto a su madre?
El daño que se nos inflige en la infancia, en la adolescencia, deja una herida. Yo sé cómo la huelen, cómo el depredador de turno se acerca taimado, localizada su presa. Yo sé que esos hombres te follan la herida sin descanso hasta volver a abrirla y, al irse, vuelves a quedar a merced del siguiente escualo. También sé que esa herida se deja en herencia y que resulta imprescindible cauterizarla, con tiempo, con palabras y con la atención de otras mujeres. Nosotras sabemos. Se deja en herencia, a no ser que a la que maten sea a tu hija. Entonces solo queda tierra yerma. Nadie sabe hasta cuándo, ningún estudio, ninguna horquilla se ha ocupado del caso de ese desierto
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