Opinión
Nos van dejando sin redes
Periodista y escritora
Hace relativamente poco tiempo tuve una reunión con Aniol Maria y Fernando Cucchietti. Maria fue, junto con Vicenç Ruiz, uno de los dos archivero que lograron extraer todo el paquete de los primeros 15 días de testimonios, relatos y acciones alrededor del hashtag #Cuentalo. Cucchietti, científico del Barcelona Supercomputing Center, se puso al frente del equipo que analizó esos datos y creó la extraordinaria web de proyectocuentalo.org con su fabulosa constelación de testimonios de violencias contra las mujeres narradas por sus propias voces.
En esa reunión, seis años después de todo aquello, los tres habíamos llegado a la misma conclusión: un movimiento como #Cuéntalo es único porque es irrepetible. Es decir, hoy sería absolutamente imposible ponerlo en marcha. El sistema de 'X', entonces Twitter, la manosfera y todo ese conjunto tóxico que forman, harían inservible cualquier intento pasado el primer minuto. La red se llenaría de insultos, relatos falsos, idioteces y violencias que invalidarían el relato común.
Cuando dejé Twitter no lo hice, en contra de lo que se ha dicho alguna vez, a causa de las amenazas, agresiones, etcétera. Lo hice porque resulta sencillamente inservible para el propósito que me interesa: Crear memorias colectivas de las mujeres, llenar de palabras e historias el silencio al que nos han sometido durante toda la Historia. En la red hoy llamada 'X' ya es imposible, desde hace mucho tiempo, construir ninguna memoria colectiva que no sea la de los machos furiosos, los machos orgullosos de su machitud, las extremas derechas o alguna teoría conspiranoica idiota. Así que me pasé a la otra red que podía servir, Instagram. Facebook quedaba descartada por vieja y las que vinieron luego —Twitch, Tik Tok…— son lo que podríamos llamar “redes del yo”, también inútiles para construcciones comunes. Son propaganda, autopromoción, creación de personajes y lucro.
Cuando salieron las redes sociales, los colectivos habitualmente olvidados por los grandes medios de comunicación de masas nos aferramos a ellas como agüita de mayo. Y conste que en este sentido considero a las mujeres, así, a lo bestia, como uno de esos colectivos. Otros son, en España, el movimiento LGTBI+, los de la Memoria Histórica, los republicanos, los antifranquistas, los antimonárquicos (no es lo mismo que los republicanos, tiene sus matices), las víctimas de las violaciones de la Iglesia, las víctimas del robo de bebés, los represaliados y represaliadas del Franquismo y de la Transición… Un nutridísimo grupo de población cuyo relato había sido despreciado por la construcción de unos medios de comunicación, los de la Transición, dedicados a tapar el pasado y silenciarlos. A todos, sí, a todos. Por eso es a partir de 2015, o sea con la popularización de las redes sociales, cuando nos enteramos de que el rey roba, de que Franco está enterrado con honras de Estado, de que España está llena de fosas comunes, de que los curas violan a niños y niñas o de que a las mujeres, oh, nos agreden de forma habitual. Esto ya lo he contado, pero me parece pertinente recordarlo aquí.
Poco a poco, todos esos colectivos fueron creando mensajes comunes en las nuevas redes sociales. Ofrecían una ventaja inédita: son medios de comunicación cuyo uso/acceso no requiere una inversión de capital. O sea, que el movimiento por la República se estructura en torno a varios hashstags, de la misma manera que lo hacen las mujeres que quieren relatarse usando el #MeToo y #Cuéntalo, y para ello no necesitan montar una editorial ni una emisora, pongamos por caso. Lo contamos una a una. Por millones. Lo recuerdo bien porque yo estuve en el lanzamiento de #Cuéntalo y vi cómo por una pequeñísima ranura abierta desde un solo perfil de una sola mujer se colaban de golpe millones y millones de mujeres de una veintena de países distintos dispuestas a participar en el relato común de las violencias sufridas. Con hambre de hacerlo. Con necesidad secular.
Luego, dejé Twitter, por inútil y violento, y me pasé a Instagram. Amoldé aquello que quería hacer a los usos característicos de esta nueva (para mí) red, más familiar, con distintos mecanismos de acumulación. Y cuando saltó el #SeAcabó, tras la agresión de Rubiales a Jenni Hermoso, vi la oportunidad de usar ese nuevo hashtag como eje vertebrador de la misma memoria colectiva de las mujeres, pero en este caso centrado en la violencia sexual. Y así empecé a recibir cientos y cientos de mensajes donde cada mujer me enviaba el relato de una o, en la mayoría de los casos, varias agresiones sufridas a lo largo de su vida. Y volvió a convertirse en un lugar de memoria de las violencias. Pero ese perfil no era un lugar de mera acumulación de testimonios. Los relatos dialogaban entre ellos. Las mujeres aprendíamos unas de otras qué es violencia, cómo se produce. Aprendíamos a narrarnos en el relato de las demás. Aparecían los mecanismos de identificación que nos permiten enfrentarnos como grupo violentado y no como individuos inermes.
El pasado viernes 1 de marzo Meta me cerró mi cuenta de Instagram. Pero no me la cerró a mí, porque hace ya tiempo que no era mía. Nos la cerró a las mujeres que en un momento u otro hemos vivido una agresión sexual, que somos todas. Nos robó los relatos de tantísimas, que son los nuestros propios, los de todas. Silenció miles de voces que son la voz de todas. Puso fin a una herramienta de reconocimiento, relaciones y sanación útil y única en su humildad.
Ahora, mi problema, nuestro problema, no es recuperar la cuenta. Recuperar la cuenta es imprescindible para recuperar todos los mensajes que no he tenido tiempo de descargar, que son muchos (lo cierto es que uno ya sería mucho). El gran problema es que Instagram tampoco nos sirve ya, ha quedado demostrado. No nos sirve Twitter, no nos sirve Instagram... Es una lucha contra la construcción de nuestra memoria colectiva. Poco a poco nos van dejando sin redes. Ningún silenciamiento es inocente ni se queda solo en eso.
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