Opinión
¿Cordón sanitario?
Filósofo, escritor y ensayista
Lo he escrito otras veces: no me gusta, e incluso me inquieta, el concepto de “cordón sanitario”, porque no aspira a dejar fuera a un grupo o a un rival político, sino que, al contrario, lo concibe de entrada como si hubiera estado siempre fuera y viniese desde el exterior a amenazarnos. Ese exterior es ontológicamente inhumano o subhumano: el mal absoluto del que, por eso mismo, estaría justificado defenderse -para mantenerlo fuera- por cualquier medio. La izquierda no debería olvidar que las metáforas sanitarias -como las zoológicas- forman parte de la tradición propagandística de esa ultraderecha que el “cordón sanitario” dice combatir. El nazismo frente a los judíos, el franquismo frente a los comunistas, el sionismo frente a los palestinos ha recurrido siempre a estos tropos deshumanizadores: el virus insidioso, el piojo, la infección, el cáncer que obligaría a recurrir al tajo de la cirujía. Ni siquiera los peores delincuentes, lo sabemos, deben ser tratados en estos términos. El Derecho consiste precisamente en evitar que los asesinos más infames -violadores de niños, terroristas, genocidas- se salgan fuera de la humanidad, donde el Derecho no los alcanzaría y donde podrían así escapar de la justicia o, peor aún, ser linchados. La idea del Derecho es de izquierdas justamente por eso. Si no nos permitimos deshumanizar a un criminal, ¿lo haremos con un contrincante o, incluso, con un enemigo político? Contamos con una amplia panoplia de insultos castizos y sonoros -porque a veces hay que fajarse además de entender- para rechazar a Vox. Pero Vox, no lo olvidemos, no es un virus: es un plan, apoyado por cientos de miles de vecinos nuestros. Dejemos los “cordones sanitarios” para el campo de la clínica y la epidemiología.
Me gusta más, con reservas, la idea de “cordón democrático” que utiliza CTXT en un reciente editorial. Equivocado o no en el caso de Castilla y León, aquí se trata de considerar la opción coyuntural de acuerdos concretos no ideológicos entre partidos a fin de evitar que la ultraderecha gestione las instituciones. No se trata, pues, de hacer campañas demonizadoras o de mantener un permanente estado de alerta “sanitaria”: se trata de impedir políticamente, allí donde se pueda, que la ultraderecha gobierne. Creo que es un planteamiento que merece ser discutido. Se podría aducir con fundamento que el poder va a desgastar a Vox más de lo que lo haría su desempeño rebelde en la oposición; e incluso, en otra dirección, que su gestión institucional -cuanto peor mejor- removilizará a una población dormida o desencantada.
Ahora bien, también se podrían alegar, en sentido contrario, dos argumentos no desdeñables. El primero insiste en recordar lo que cuesta deshacer las medidas que toman los gobiernos; lo hemos visto con la tímida reforma de la reforma laboral y lo estamos viendo con la llamada ley Mordaza. Revertir derechos es más fácil que restablecerlos y más en un contexto de desdemocratización general en el que cada homeopática conquista se obtiene al mismo tiempo contra la acumulación y contra la corriente. Por otro lado, y al contrario que Unidas Podemos en la coalición de gobierno, Vox es una fuerza en crecimiento y tendría mucho poder en Castilla y León, de manera que desde las instituciones podría, además de empeorar las malas condiciones de vida de la población, afianzar su implantación territorial en los próximos años, incluso en detrimento del PP que hoy lo parasita. No estoy seguro de que nadie tenga una buena fórmula frente a esta segunda ola populista -ahora de extrema derecha- que combina neoliberalismo y neofranquismo y que atrae a mucha gente no ideologizada, pero a estas alturas deberíamos ya rechazar al menos una tentación: la de la lógica del “cuanto peor mejor”, que solo sirve para dar la razón a una minoría quejumbrosa e impotente, separada de esa mayoría que solo se moviliza cuando le proponen algo mejor.
He leído -o escuchado- dos alegatos inteligentes contra el “cordón democrático”. Uno es de Elizabeth Duval; el otro es de Pablo Iglesias. Los dos formulan la objeción desde posiciones contrarias pero en los mismos términos: como “un error estratégico” y una “debilidad”.
Cualquiera que me haya leído en los últimos cinco años, sabe que comparto línea por línea el artículo de Duval sobre Unidas Podemos y su catástrofe electoral. La única frase que me ofrece dudas es esa en la que afirma que “el discurso de los cordones democráticos es una tremenda muestra de debilidad e incapacidad estratégica”. Me ofrece dudas -certezas no tengo ninguna- porque, si bien tengo claro que la izquierda no debe hablar y actuar “a la defensiva”, no estoy seguro de que deba renunciar a toda defensa, en todas las circunstancias y en todos los marcos políticos. Una cosa es un “cordón sanitario”, con una campaña basada en la “amenaza fascista” y en la criminalización inflacionista del adversario (del que se pediría la ilegalización, el silencio informativo y la persecución judicial y que sacaría ventaja de la persecución), y otra llegar a acuerdos puntuales, de carácter provisional, en una situación de debilidad objetiva, para trazar una línea democrática allí donde esa línea es cada vez más borrosa y precaria. Soy un pésimo estratega, pero no es fácil serlo en un contexto en el que uno tiene la impresión de que estamos disparando sin cesar a dianas que ya no están ahí: flechas atinadísimas lanzadas con años de retraso. La propuesta de un “cordón democrático”, frente a un “cordón sanitario”, tiene un defecto: no se dan las condiciones para que sea escuchada. Tiene una ventaja: abre un debate que se va a plantear muchas veces a partir de ahora, a la espera de que la izquierda encuentre de nuevo la forma de enganchar con el malestar y la rebeldía de las mayorías sociales.
Pablo Iglesias, por su parte, en una intervención en la Cadena Ser, ha criticado también el “cordón democrático”; lo considera asimismo una “demostración de debilidad”, pero desde una posición diferente, pues la propuesta revelaría, a su juicio, “una debilidad ideológica” que “legitimaría al PP”. Iglesias, por tanto, pide a la izquierda “fortaleza ideológica”, “poner la ideología encima de la mesa”. Es decir, el expresidente del gobierno elige dirigirse de nuevo y en exclusiva al grupo cada vez más encogido de los votantes de Unidas Podemos, y ello en nombre de una batalla ideológica que, frente al ñoño “cordón democrático”, reclamaría una lucha clara y sin cuartel: un “cordón sanitario”, en fin, contra ese peligro “fascista” que empieza, como una frontera absoluta, en la linde derecha del propio PSOE.
Porque no hay ninguna diferencia, asegura Iglesias, entre el PP y Vox. Todos sabemos, es cierto, cómo nace Vox; yo mismo lo he llamado “prolapso” del Partido Popular. Pero concebir como un bloque homogéneo a toda la derecha -y más tras el astillamiento del bipartidismo- implica no solo entregar a sus votantes en cautividad perpetua sino contribuir a volcar todas sus diferencias internas en el marco hoy dominante, que es el señalado desde fuera por Vox. Aunque solo sea a modo de ficción (la democracia es apenas eso), nos conviene creer que hay varias derechas -incluso una derecha liberal- y tratar de explotar sus divisiones en favor de la democracia y en contra de la explosión destropopulista.
¿Cuál es el camino? El “cordón sanitario” no lo es, porque trata a Vox y a sus votantes como si fueran virus, reforzando así su solidaria rebeldía extramuros de los valores democráticos -y contra ellos. ¿Se puede pensar alguna intervención institucional que aleje de Vox a un PP que está desplazando la mitad del espectro político, con sus electorados, hacia el iliberalismo más destructivo? Podemos decir -y quizás con razón- que la diferencia entre el Casado que el 22 de octubre de 2020 rompió con Vox en un encendido discurso en el Parlamento y el Casado de la campaña electoral de Castilla y León en 2022 es la que hay entre la falsedad y la verdad. El Casado real, el PP real, se han mostrado sin ropajes. Puede ser, pero la política también consiste en obligar a otros partidos a adoptar discursos o medidas en las que no creen o en las que solo creen a medias. ¿Cómo se consigue eso? El primer Podemos lo consiguió con el PSOE; Vox, en dirección opuesta, lo está consiguiendo con el PP. Puesto que la ventaja es hoy suya y el peligro grande, la pregunta es si, desde la pequeña política de los partidos y sin restablecer ilusoriamente el bipartidismo, podemos hacer algo para frenar esa subsunción fatal. No estamos en condiciones ya de imponer, como de sentido común, transformaciones estructurales; se trata apenas de saber si existe aún algún camino, y cuál, para esta pequeñez: para obligar a la derecha a seguir fingiendo que cree en la democracia.
Si los debates no revelasen desconciertos, relaciones de fuerza, debilidades del adversario y futuros contextos, podría decirse que este debate es ocioso, pues Vox va a gobernar, nos guste o no, en Castilla y León. Debería servir al menos, como dice Duval, para que la izquierda deje a un lado “el discurso del fracaso sistemático”. Frente a Pablo Iglesias (que prefiere un “cordón sanitario” a un “cordón democrático”), Elizabeth Duval (que confunde un “cordón democrático” con un “cordón sanitario”) tiene razón. Basta de amenazarnos con Vox. Ya está ahí. La izquierda ya sabe cuán peligroso es. Ahora bien, no se trata de que nosotros repitamos -y sepamos- lo peligroso que es Abascal y los suyos sino de frenarlos y derrotarlos; es decir, de convencer a las mayorías sociales de que la ultraderecha no tiene nada que ofrecerles. Eso no se consigue poniendo la “ideología” sobre la mesa ni invocando el “fascismo” y el “antifascismo” ni estableciendo, desde luego, un inquietante “cordón sanitario” o denunciando de manera victimista la complicidad de los medios de comunicación. Esa retórica no moviliza sino que asusta a un buen número de españoles.
¿Qué hacer entonces para revertir y reconducir democráticamente la segunda ola populista? No tengo ni idea. Sí sé que, en una situación de debilidad objetiva, sólo hay batallas pequeñas y las batallas pequeñas también hay que darlas, por poco ilusionantes que sean. El “cordón democrático” revela debilidad, sí, porque la izquierda transformadora es débil; y si se equivoca de estrategia es porque se equivoca de país. La propuesta presupone, en efecto, que la mayoría social identifica positivamente la democracia como fuente material de más derechos laborales, más igualdad, más tiempo libre, más libertades civiles; como algo, en fin, que es vital defender. No es el caso. En España la democracia está muy descascarillada y en Europa en retroceso; y mucha gente -desde la propia clase política- la desprecia. No me parecería mal, en todo caso, que el PSOE se abstuviera en Castilla y León para permitir gobernar a un PP débil y enfrentado a Vox; pero solo si, al mismo tiempo, desde el gobierno central, fuera mucho más lejos de lo que ha ido en sus políticas sociales y económicas. Ninguna de las dos cosas va a ocurrir. Necesitamos un “cordón democrático” en nuestras cabezas, en nuestro deseo, en nuestra rabia, en nuestras relaciones; y ese solo se construye con dignidad material y trabajo colectivo. Para ese cordón democrático nos faltan, en fin, todos los mimbres: las instituciones y el “pueblo”.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.