Opinión
Chicas guerreras, chicos desarmados
Periodista y escritora
Actualizado a
Se aprende a opinar como se aprende a callar, se aprende la protesta como se aprende el silencio. Mirando. Prestando atención a lo que pasa alrededor y a lo que resulta “más conveniente” o “normal” o lo contrario. Por eso me parece tan relevante que un grupo de alumnas se plantaran esta semana en un instituto de Zaragoza contra un profesor condenado por maltrato. Luis Antonio Irzo Bueno, ex concejal del PP en Huesca, fue condenado por maltrato continuado a su mujer y a sus tres hijos. Maltrato psicológico y físico, cuya descripción resulta brutal. Ellas no entienden que un hombre así pueda estar impartiendo clases, para más inri, de valores éticos entre otras materias. Vaya por delante, que también había algún alumno en la protesta y que el centro no tiene capacidad de intervención, sino que corresponde al Gobierno aragonés la decisión de apartarlo. Ah, pero como sus delitos no son sexuales, sino “solo” someter a su mujer e hijos a una vida infernal, ahí sigue.
¿Qué es tan relevante de la plantada de un grupo de alumnas? Para empezar, que no toleran algo que, evidentemente, la sociedad y las leyes sí permiten: que un hombre condenado por maltrato sea docente en un instituto público. Para seguir, que son conscientes de que pueden protestar y lo hacen, o sea, que manejan unas herramientas —en este caso, el plante—, las conocen y las usan. Y, finalmente, que elevan su voz frente a la autoridad, o sea que son valientes. Todo ello no cae del cielo. Como he dicho al principio, eso se aprende. Y ahí voy, porque esto es algo que se repite en los últimos tiempos en nuestra sociedad y que va marcando una diferencia entre las chicas y los chicos jóvenes que debería preocuparnos. O al menos, los jóvenes heterosexuales.
Llevamos un tiempo leyendo sobre la brecha que separa a las jóvenes de sus compañeros varones: ellas, en términos generales, son más progresistas, más conscientes de sus derechos, más activas socialmente y, por descontado, más feministas. Sin embargo, eso no les viene de cuna, de la misma manera que los chavales tampoco nacen con el conservadurismo y el machismo, la frustración y la desafección o su opción por la extrema derecha en los genes. Es más, me enfurece escuchar que los chavales son culpables de tal o cual comportamiento. No es responsabilidad suya sino de sus mayores.
Las mujeres feministas llevamos décadas leyendo, estudiando, interesándonos por el feminismo, o sea, por cómo hacer de esta una sociedad más justa. Más justa para todo el mundo, no solo para nosotras. Llevamos décadas saliendo a las calles, manifestándonos, reuniéndonos en asambleas y acudiendo a conferencias. En definitiva, destinando una parte significativa de nuestro tiempo en comprender de dónde viene la violencia contra nosotras, cómo se articulan las desigualdades, y qué herramientas tenemos para combatirlas. Eso no sucede en el caso de la inmensísima mayoría de los hombres, que no se organizan, no van a asambleas, no estudian ni leen acerca de la violencia macho. O sea, no dedican parte de su tiempo a ello. No olvidemos aquí que, efectivamente, el tiempo es dinero, ay. Así pues, no resulta extraño que las chavalas salgan mucho más preparadas que los chavales para enfrentar una sociedad que ya es otra, en la que las mujeres llevamos años de denuncia, avances y lucha.
Me parece imperdonable la dejación de sus responsabilidades por parte de los hombres de las generaciones que preceden a los chavales de hoy, sus mayores. Cuando se señala a los críos jóvenes, pienso “no, la responsabilidad no es suya, sino de aquellos que no les han legado las herramientas para manejarse en esta sociedad”. ¿En qué espejo se miran unas y otros? Desde luego, ellos, los adolescentes y jóvenes varones, en uno que no les devuelve una imagen útil, y en muchos casos, ni siquiera les devuelve una imagen. La nada, cuando no unas formas violentas de responder al desamparo en el que les han dejado.
En el caso del instituto zaragozano, además de las alumnas se ha organizado un grupo de madres. No de padres y madres. De madres. A eso me refiero exactamente. Quizás si los padres del alumnado también se estuvieran movilizando, sus hijos se unirían a sus compañeras, además de interiorizar que es responsabilidad de ellos también plantar cara a la violencia machista de forma contundente, entre otras cosas. Y, de paso, no se sentirían perplejos, frustrados, desorientados, cabreados…. En el caso de Zaragoza, algunos alumnos varones, no muchos, también han protestado. Podría ser, por qué no, un dato para la esperanza, la idea de que el espejo en el que se miran ya no tiene que ser, necesariamente, el del varón.
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