Opinión
'Celeste': hacer las cosas bien para salvar a la humanidad
Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
-Actualizado a
Supongo que lo razonable es que igual que los criptobros se ponen en el perfil X a Leonardo Di Caprio haciendo de “Lobo de Wall Street”, yo termine poniéndome en Blueksy a Carmen Machi haciendo de Sara, la inspectora de hacienda que encarna en Celeste como la representante de los restos de la única civilización que merece la pena defender.
Celeste es la nueva serie creada por Diego San Jose y una parte importante del equipo que creo nuestro Veep particular, esa maravilla llamada Vota Juan. Le acompaña como directora del conjunto de los capítulos, Elena Trape, que consigue un tono de emoción pura desde la comedia. Una cosa muy difícil de hacer y que les sale muy bien siempre.
Celeste es una cantante mexicana de éxito internacional que podría estar viviendo en España pero que desde luego no paga impuestos en España. Sara es una inspectora de hacienda a punto de jubilarse que tiene que demostrar que Celeste ha pasado una cantidad determinada de días en nuestro país para conseguir recaudar 20 millones de euros que Celeste está estafando. Así se desarrolla una estructura policial que sirve para desplegar una tonelada de temas sobre nuestro presente. Este “Zodiac del IRPF” habla, ante todo, de gente que está sola y se engaña mientras intenta encontrar otra gente (o un perro) con la que estar menos sola. Y también habla de impuestos, de responsabilidad individual y colectiva y de hacer las cosas bien caiga quién caiga como la única forma de salvaguardar los mimbres de nuestra sociedad (y la única forma de salvarse uno mismo).
La serie nos enseña dos formas distintas de lazo social, el de los ciudadanos y el de los siervos. Y nos dice también que la forma más perversa de producir servidumbre se genera a través de diversas formas de representación, pero muy especialmente a través de la fama. O dicho de otra forma, es un producto cultural que señala con inteligencia y complejidad que en el mundo Celeste estamos perdidos.
El mundo Celeste no es, ni siquiera, el mundo de la cantante Celeste, que sólo habita como puede en el interior de un personaje que proyecta fuera cosas que no hay dentro. El mundo Celeste es ese que nos dice que un país se salva porque un grupo de famosos y millonarios hacen donaciones, partidos solidarios y rifas. Tampoco Sara es un personaje perfecto, sin defectos, una heroína sin dobleces. Es un personaje complejo y lleno de contradicciones (y de deseo, por cierto; no es nada habitual que una serie represente el deseo femenino en los términos en los que lo hace Celeste)
La relación social de la servidumbre siempre coloca el bien en quien está arriba de la pirámide social, porque en su inmensa capacidad despótica decide no matarte, sino darte unas migajas. Es una relación social cruel, pero además contraria a cuaquier idea razonable de estado moderno y complejo. Por eso cuando llegan los Mileis y las Ayusos al poder del Estado y empiezan a “simplificar” regalándole a esos mismos millonarios de la donaciones la posibilidad de no cumplir como ciudadanos, el Estado empieza a no funcionar y la desigualdad se dispara.
Sara representa lo contrario, la relación social de la ciudadanía. Una relación social en la que el Estado se sostiene gracias a una maquinaria de responsabilidad compartida mucho más refinada que cualquier donación y que, sin embargo, parece gris y desprovista de épica. Su compromiso, aunque atravesado por otras pasiones (celos, por ejemplo) es singular. Hay un momento en el que explica perfectamente cómo la dinámica del donativo sólo funciona para separar de sus responsabilidades a los ricos y que si se generalizara nos llevaría a la ruina.
Porque lo que nos salva cada día no son donativos. Es un tejido invisible e invisibilizado de millones de personas anónimas que hacen las cosas bien y sostienen… bueno, todo. Y que exista una serie dedicada a la parte de esa gente que se dedica a vigilar que esas normas se cumplan es un pequeño lujo que debería generalizarse.
Quizás pronto tengamos una serie en la que inspectores de trabajo se dedican a vigilar el cumplimiento de los derechos de los trabajadores. Hoy ya nadie nos podrá decir que “esas cosas no funcionan”, que “no hay público para eso”, o que “a nadie le interesa”. Queremos historias sobre las personas que hacen nuestro país lo que es. Ni más ni menos. Los héroes y los villanos.
Queremos a Sara, cómo una detective del siglo XXI, buscando la verdad entre albaranes y facturas y, por el camino, encontrándose a sí misma.
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