Opinión
Ave, Donald, morituri te salutant
Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
Por lo que parece, el segundo mandato de Donald Trump empieza mucho más fuerte que el primero, un período caracterizado por un repliegue de fronteras en el que el multimillonario del castor craneal se dedicó básicamente a joder a su propio país en lugar de joder a los de fuera, como es habitual en la política exterior estadounidense. Este principio de combustión interna lo llevó al punto de promocionar un golpe de Estado en las postrimerías de sus vacaciones en la Casa Blanca, indignado porque las votaciones presidenciales no salieron como a él le daba la gana. Jaleada por Trump y sus mariachis, una turba de fachas y paletos -algunos de ellos disfrazados de bisonte, para no dejar dudas del nivel intelectual- tomó el Capitolio por la fuerza y, durante cuatro años, la justicia estadounidense no tuvo medio, tiempo o ganas de castigar al responsable. A lo mejor, por si a un magistrado imaginativo le daba por hacer comparaciones con lo que sucedió en su día en Chile, en Grecia, en Indonesia, en Brasil, en El Salvador, en Níger, en Guatemala, en Bolivia y casi donde se les ocurra.
Teniendo en cuenta que Trump todavía no ha tomado posesión del cargo, es posible que sus declaraciones de anexionarse Groenlandia, Canadá y el canal de Panamá no sean más que un órdago a la chica, una manera de acojonar al personal y luego recular un poco, refunfuñando que bueno, que se conforma únicamente con Vancouver, Toronto, Terranova, media docena de glaciares y el canal. Claro que también es posible que estas declaraciones sean el preludio de la Tercera Guerra Mundial o de la Cuarta o la Quinta, que tal y como anda la geopolítica es difícil echar cuentas. Al fin y al cabo, el lema de Trump es hacer América grande otra vez, y vete a saber las dimensiones que adquiere el adjetivo en la cabeza de un tiparraco que se peina con ventilador. Aunque lo más probable es que se piense que es prácticamente inmortal, las señales del evidente deterioro físico asoman ya por debajo del castor: quizá Trump sospeche que es su última oportunidad de despedirse del mundo por todo lo alto, con una buena ristra de hongos atómicos que dejen al planeta peinado a su imagen y semejanza.
En un relato en el que se encontraba consigo mismo pero medio siglo más joven, Borges -que estaba medio ciego y que era ciego del todo en cuestiones políticas- dejó dicho que por desgracia Estados Unidos no se decidía a ser un imperio con todas las de la ley. Las veleidades imperiales de la democracia estadounidense llegaron al extremo de que el hijo de un presidente, Bush, tomó las riendas del país ocho años después de su padre, mientras que la esposa de otro, Clinton, estuvo a punto de lograrlo de no ser porque Obama, primero, y Trump, después, se cruzaron en su camino a la Casa Blanca. Entre los Kennedy, los Bush y los Clinton hay sitio de sobra para otra dinastía más de pijos descerebrados y de momento Trump ha enviado a su hijo a Groenlandia aprovechando que llevaba algo de calderilla en el bolsillo. No cabe duda de que el mundo desde la Segunda Guerra Mundial se rige bajo el yugo de las barras y estrellas y que, desde la descomposición de la URSS, no hay un verdadero enemigo que le haga frente, excepto China que, como siempre, no se sabe si juega a los chinos o al mus.
En el caso de que Trump no vaya de farol y haga realidad sus alardes, la esperanza borgiana se cumplirá bien a sangre y fuego, bien a base de desinformación y trolas, la especialidad de su Pepito Grillado, Elon Musk, quien pretende que la ultraderecha reine en Europa de un modo similar al que ha irrumpido en Argentina y en Estados Unidos: con un payaso vociferante que se finge incluso más loco de lo que está. Decía Dalí con ironía abisal: “la única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco”. En el caso de Trump el diagnóstico se complica ante la posibilidad de una demencia senil, ya que, como se pregunta Lawrence O´Donnell: “Si Trump está demente, ¿cómo lo sabremos?” A estas alturas resulta bastante complicado calcular su edad mental, que lo mismo puede ser de 4 años que de 284. Su último berrinche infantil es que quiere cambiarle el nombre al Golfo de México, algo que le puede salir tan bien como cuando intentaron rebautizar las patatas fritas por “patatas de la libertad” sólo por joder a Francia.
Por sus ansias expansionistas, Trump se perfila como un Calígula de Todo a Cien en un imperio en franca decadencia, fanfarroneando de misiles y dólares, y nombrando lugarteniente a Elon Musk en lugar de a un caballo. Hace poco, el jefazo del vertedero virtual de Twitter se bautizó como Keikus Maximus (algo que podría traducirse como “Caca de la Vaca”) y se puso de foto una rana. También le gusta tunearse de gladiador romano, como si fuese Russell Crowe en Gladiator, aunque a quien en realidad se parece Musk es a Joaquin Phoenix en Joker. La tontería aquella de que los hombres estamos obsesionados con el Imperio Romano al final nos ha pasado factura y en cualquier momento regresamos a las catacumbas. Es curioso pensar que a los romanos no les quedaba otra que aguantarse cuando les tocaba de emperador un Calígula, aunque otras veces tenían suerte y les tocaba un Trajano. Ahora elegimos Calígulas a dedo mientras los Trajanos brillan por su ausencia. Ave, Donald.
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