Opinión
¿De qué se alimentan Aznar y Ayuso?
Periodista y escritora
Existe un tipo de persona que, ante la catástrofe, opta por lucrarse. Son personas que siempre me han despertado un interés morboso, como las bestias carroñeras, como las garrapatas y las hienas. ¿Cómo funcionan sus cabezas? ¿Qué ven cuando se miran al espejo? ¿Cómo miran a sus hijos o hijas, a su madre, a su padre? ¿Son capaces de amar, o al menos simularlo? Porque no son animales, son seres humanos, seres humanos que se alimentan con la muerte y el dolor de otros seres humanos. Son el paso siguiente a quienes se lucran con el hambre y el techo. Son los que crecen sobre los cadáveres y la sangre, flor de parca.
Surge una pandemia, millones de personas en el mundo entero enferman y empiezan a morir, se sabe que morirán solas y aterradas. En la mente de la inmensa mayoría crecen dos sentimientos humanos, comprensibles, básicos: el miedo y la compasión. Ah, pero existe un puñado de miserables que, ante el dolor y la muerte de sus congéneres lo primero que piensan es en el dinero. En ganar dinero con eso, precisamente con eso. Lo primero que piensan es en cómo convertir el miedo, la enfermedad, el dolor y la muerte del resto en riqueza propia. Sus cabezas me resultan absolutamente incomprensibles, pero sobre todo me producen una repugnancia sin límites. Gritaría de rabia contra ellas, contra ellos. A veces lo hago.
Un ejemplo es el de aquellos que, como presuntamente hizo el novio de Isabel Díaz Ayuso, se lucraron con la venta de mascarillas. Aquellos que lo primero que pensaron ante el terror de la pandemia es “¿Cómo puedo ganar pasta con esto?”. ¿Qué les pasa? ¿Qué leche mamaron? ¿De dónde sale, dónde exactamente nace esa cualidad de miserable?
Otro ejemplo: estallan las bombas. La muerte siembra de cadáveres las vías de Madrid y el ánimo de un país entero. Más de 190 muertos y muertas, cerca de 2.000 personas heridas. De nuevo, el miedo, la compasión en la inmensa mayoría. Y en medio de todo el horror, un hombre y su equipo piensan en cómo sacar provecho. Mienten: “Ha sido ETA”.
¿Qué late en el interior de José María Aznar en ese momento? ¿Qué bestia le late a ese hombre en el pecho, donde el resto tenemos un corazón? ¿Qué siente Ayuso en el instante en el que decide que dejará sin asistencia médica a tantos, tantísimos ancianos y ancianas en las residencias? ¿De qué se alimenta esa mujer? Y en el caso de ser cierto lo de su novio, ¿cómo logran echar de las paredes de esa casa las presencias del dolor? “Se iban a morir igual” es el retrato de la crueldad que nos echa a tiritar.
Sabemos de los novios y de los Koldos que crecen en empresas e instituciones. Cada grupo humano tiene su novio y su Koldo. El gran problema llega cuando esos personajes alcanzan el poder y nos gobiernan, gobiernan un país, una comunidad autónoma. Me pregunto, ahora, por Aznar y por Ayuso, ambos del Partido Popular, y no es casual. Me pregunto si esas dos personas sin piedad, esos dos seres humanos alimentados con el dolor ajeno y con la muerte, dejan rastro en lo que somos, en las ciudadanía que gobiernan y han gobernado. ¿Qué queda a su paso? ¿Qué cabe hacer ante su pervivencia en el poder? ¿De qué manera contagian su crueldad feroz? ¿Qué medidas tomar? Me lo pregunto muy en serio, entre otras cosas porque tengo un hijo y una hija a quienes explicar lo que ha sucedido y cuál ha sido nuestro papel aquí.
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