Opinión
Albert, que te van a hacer trabajar
Por David Torres
Escritor
Desde el Génesis, desde el momento en que Dios se hartó y decidió poner a Adán y Eva de patitas en la calle, el ser humano ha tenido que cargar a cuestas con la célebre maldición bíblica: ganarás el pan con el sudor de tu frente. El trabajo no es bueno, aunque muchos han sido los predicadores, poetas, filósofos y cantamañanas que han intentando convencernos de lo contrario, desde Horacio a Shakespeare y desde Baudelaire a Marx, el cual se pasó varios pueblos al respecto. Frente a quienes aseguran que el trabajo es salud, está el hecho comprobado de que se trata de una actividad muy dañina y perjudicial: de otro modo no nos pagarían por hacerla.
Lo del Génesis lo llevaba pregonado Albert Rivera desde aquel cartel electoral de Ciudadanos en que salía como Dios lo trajo al mundo: nadie podía decir que no estuviera advertido, especialmente votantes y bufetes de abogados. El disfraz de Adán en el edén le venía que ni pintado, aunque la maniobra política de Albert era un estriptis al revés, un ir poniéndose parsimoniosamente camisa y pantalones, zapatos y chaqueta, mientras los millonarios del Ibex, cada vez más excitados, lo iban inflando a billetes. De fondo, a juego con una corbata rojigualda agitada como una media de seda, sonaba el himno español y también Paquito el Chocolatero.
De vacuna españolista contra el nacionalismo catalán, Ciudadanos pasó a ser una especie de hogar de jubilados que iba recogiendo cómicos pasados de fecha, como Felicuso y Toni Cantó, y tránsfugas profesionales como Girauta. Era una lección de caridad, sí, pero también de travestismo político que intentaba seguir el ritmo de su jefe, quien cambiaba de ideología como de calzoncillos y se juntaba con el primero que le tirase los tejos: el PSOE, el PP, la fiesta de los toros o la ultraderecha irlandesa. A Albert no le importaba disfrazarse de liberal, de feminista transversal e incluso de operario de carreteras que hacía horas extras llevándose un trozo de adoquín a un debate parlamentario.
Por eso resultan terriblemente injustas las acusaciones de holgazanería que le han lanzado desde el despacho Martínez-Echevarría, cuando a la hora de trabajar, Albert lo da todo, empezando por las ganas. “Su aportación fue ninguna y su implicación nula”, dicen desde el bufete de abogados, cuyos responsables anuncian que en el futuro reclutarán gente de mayor categoría jurídica y huirán de “políticos vacíos, desinteresados y sin capacidad de trabajo”. A lo mejor se pensaban que Albert iba a seguir el mismo ritmo enloquecido de fichajes mediáticos y que les iba a llevar al bufete a Bigote Arrocet y a Paco Porras.
La mayoría de líderes que abandonan el colchón de la política terminan reciclados en el sillón de una hidroeléctrica o de un consejo bancario, dos de las más lucrativas maneras que se conocen de no hacer nada. Albert, de momento, está en el paro, aunque llevaba mucho tiempo allí, técnicamente hablando. En aquella foto famosa de Colón que juntó a las tres derechas se veía a un estudiante que no había abierto a un libro, a un coleccionista de chiringuitos que no ha cotizado ni en el bingo y a Albert Rivera compitiendo por ver quién alzaba más la barbilla y quién hinchaba más el pecho. La nada nadea, que decía Heidegger, jugando al corro de la patata con la España que madruga.
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