Opinión
Agotamiento social y "vida viejuna"
Periodista y escritora
Actualizado a
Leo últimamente mucho acerca del cansancio. Se publican artículos sobre el hecho de que la gente “se siente cansada”. Parece que, junto con la ansiedad, es uno de los males que marca la post pandemia, pero me temo que viene de antes. Un artículo llegaba a llamarlo recientemente en El País “La España cansada”. Pienso que si una se siente cansada, probablemente es porque lo esté, depresiones aparte. Y también parece lógico que la gente esté cansada porque no descansa. Cabría preguntarles cuándo fue la última vez que estuvieron sin hacer nada. Por hacer algo entiendo, por ejemplo, mirar la pantalla del móvil deslizando el dedo por la red social de turno. Eso no es descansar, le digan lo que digan. Eso es algo que la inmensa mayoría de la población que conocemos hace constantemente, además de su vida laboral, los desplazamientos, el trabajo doméstico y los cuidados. Mirar las redes sociales, publicar o estar pendiente, no es trabajar (en general), pero tampoco lo contrario. No creo que se pueda considerar ni siquiera ocio. Ah, pero esas horas pantalleando producen pingües beneficios económicos de los que una no ve ni un céntimo.
Es el cansancio de una época que nace fatigada, sobreestimulada, hiperconectada, ligeramente boba y a piñón. Cada vez que leo sobre esta especie de cansancio social me sobreviene a mí también el agotamiento y, con él, la posibilidad de remediarlo, la posibilidad de bajarme del carro, una opción que podríamos denominar “vida viejuna”. No se trata de ninguna animadversión contra las tecnologías, el enésimo neoludismo de los últimos tiempos. Es solo que yo, como me temo que mucha gente de mi generación, empezamos a no verle la gracia a la vida que llevamos. Tenemos la inmensa ventaja de que conocemos otra.
Cuando les cuento a mis colegas que yo estudié periodismo no ya sin internet, que por supuesto, sino sin ordenadores, no dan crédito. A eso me refiero: revelado de fotos, paseos sin rumbo ni teléfonos, guías de viaje subrayadas, cabinas a monedas, sobres y sellos, magníficos tiempos de espera. No añoro especialmente todo aquello, y sin embargo lo conozco. Y en ese conocerlo, cabe la posibilidad de volver. La posibilidad real, y la contemplo, eso es lo más alucinante, que la contemplo.
La forma en la que todo se acelera irremediablemente produce, no es de extrañar, un cansancio vital incómodo y, en cierto modo, agresivo. Al mirarlo, me pregunto si una parte de la población acabará —acabaremos— bajándose de ese carro. Por el momento, la simple posibilidad de detenerme y optar por una “vida viejuna” me reconforta y me hace sentir, de algún modo, privilegiada.
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