Opinión
De Ada Colau con Yolanda Díaz
Directora corporativa y de Relaciones institucionales.
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La militancia de Barcelona en Comú ha dado a la alcadesa de Barcelona, Ada Colau, vía libre para que se presente por tercera vez a las elecciones municipales, previstas para la primavera de 2023. BComú solo contempla dos mandatos por candidato o candidata, pero si la militancia quiere que se alargue este plazo una legislatura más, como en este caso Colau, pueden pronunciarse en un plenario convocado para ello. La respuesta del mismo, reunido el sábado 14 de mayo, ha sido contundente: 211 votos a favor y una abstención.
Soy reticente a marcar límites a los mandatos de los gobernantes, en el ámbito que sean: la gestión de cada administración es un mundo y hay compromisos que pueden ejecutarse en dos años para ver los resultados y otros que necesitan una década. También soy consciente de la necesidad de la alternancia en el poder democrático (sic) para impedir la creación de redes clientelares que la hagan cada vez más difícil. Acertar, por tanto, con cuál debe ser la duración de un liderazgo político es complejo y, como casi todo, admite una amplísima gama de grises entre el blanco, la limitación, y el negro, in aeternum.
La otrora alcaldesa del cambio es de las pocas que han sobrevivido al tsunami que trajo y hundió a estas opciones transversales de izquierdas nacidas al calor del 15-M y, particularmente, para batallar contra la corrupción institucional, el desmantelamiento de los servicios públicos o el derecho constitucional a la vivienda. Ahora tiene en su debe la consolidación de su proyecto municipalista en un tiempo en el que estas opciones políticas se revelan con más contundencia que nunca como las más útiles para la ciudadanía.
De Colau se ha dicho de todo, menos que estaba bien donde estaba mientras las bases de BComú la respaldaran, que es precisamente, lo que ella se esforzaba en transmitir. Cuando aún no llevaba dos años en la alcaldía de Barcelona, se informó de que sería candidata a la Presidencia de la Generalitat, de que aspiraba a suceder a Pablo Iglesias al frente de Podemos o, incluso, leí por ahí, de que sería tarde o temprano, "la nueva líder del independentismo catalán" por su defensa cerrada de un referéndum en Catalunya y su crítica a la judicialización del procés, condenas incluidas. Divide y vencerás, machacaban los muchos medios hostiles a UP, en general, y a ella en particular.
Colau se cansó de intentar convencer al que lo está pero lo oculta y optó por ignorar estas polémicas y, desde el liderazgo de la Plataforma de Afectacos por la Hipoteca (PAH) y su activismo puro, fue consolidando un perfil institucional poco convencional, pero que tiene más eco fuera de España que en este país nuestro ávido todavía del gatopardismo del 78. La alcadesa de Barcelona ha centrado sus políticas en la justicia social, como no podía ser de otra forma, y apostado por una ciudad para los y las ciudadanas, particularmente, para aquellos y aquellas que lo tienen más difícil. Las primeras encuestas, de momento, parece que avalan su proyecto, después de ganar en 2015 contra todo pronóstico y perder por un puñado de votos (empataron en escaños) en 2019 frente a Ernest Maragall (ERC), consiguiendo gobernar gracias a la abstención de la formación del exprimer ministro francés, Manuel Valls, lo que supuso un duro trago para Colau al tratarse de un voto furibundamente anti-independentista. Un año, no obstante, es mucho tiempo; y al ritmo que va el mundo, más.
En Barcelona, advierten desde BComú, a Colau le queda mucho por hacer en la ciudad y de cara al mundo, pues la alcaldesa trabaja en el tejido de una red municipalista global potente que trascienda al resto de poderes como conjunto de administraciones con el contacto más directo con las necesidades ciudadanas. Hace muchos años, décadas ya, que el PSOE habla de una descentralización favorable a que los municipios acojan competencias que hoy tienen las comunidades autónomas y que, en ocasiones de crisis, como la financiera o la provocada por la pandemia, acaban asumiento los consistorios sin recursos específicos. Pero seguimos esperando.
El proyecto de Yolanda Díaz no podría entenderse sin todo este potencial municipalista feminista de Colau, que ella misma ha ido forjando, con aciertos y errores, en estos siete años y que le permite ahora mirar con distancia a los partidos tradicionales, incluido Podemos, al que el poder ha llevado a un desgaste muy significativo pese a ser el remolcador de arrastre del PSOE para las políticas de izquierda.
La alcaldesa de Barcelona supone un aval -de carácter municipal, pero por ahí se empieza el edificio: por los cimientos- para los planes de la vicepresidenta. Si algo faltó a Podemos para competir con el PP, PSOE y el Estado profundo -la oposición más dura-, fue una presencia territorial potente y experimentada que trascendiera el entusiasmo del 15-M. Eso, exactamente eso, son Colau y BComú ahora en Barcelona, que, por cierto, tampoco es cualquier ciudad. El reto de la alcaldesa es inmenso, de carácter externo e interno, pero si no tripite al frente de Barcelona en Comú, nunca sabremos cómo acaba esta historia; cómo se resuelve este reto inédito, que se prevé duro y largo. Tampoco vamos a engañarnos.
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