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Cohen y el populismo

            POR VIRGINIA PÉREZ ALONSO

*Virginia Pérez Alonso es adjunta a la dirección de Público

Amanecí con sensación de “viernes, al fin”; hasta que me vibró el teléfono para ponerme en modo lunes brumoso y frío con el anuncio de la muerte de Leonard Cohen.

Marianne fue lo primero que me vino a la mente: la carta de despedida que Cohen le escribió este verano y que me tocó toda, hasta el punto de que anoté muy escuetamente “verano 2016, Cohen-Marianne” en mi libreta de mismedades, supongo que sólo para recordarme que lo importante no es tanto el amor en sí como la capacidad de amar.

Inmediatamente después pensé en Omega, ese disco que atraviesa el alma de manera selectiva; la poesía es lo que tiene: te alcanza sólo si te pones a tiro. Lorca puro, Morente y su quejío, auténtico Cohen, profundo, y esa batería –ay–, esa batería a golpe rotundo y seco de sístole, diástole, cual banda sonora del Cristo del Silencio granaíno.

Lorca, Cohen, Manhattan, caretas… Pero es viernes, 11/11, y no hay tiempo para valses: Trump es la palabra más mencionada en los periódicos que repaso. Trump es el único tema del que se habla en la radio.

Trump (silencio), Trump (silencio)… Trump-Trump-Trump… La cadencia perfecta de la baqueta de Poema para los muertos.

Trump... y el populismo.

Y entonces ato todos los cabos que pueden atarse a las ocho de la mañana de un viernes 11/11.

Cohen cantó a Lorca, lo reivindicó, lo mimó, lo sintió, lo paseó por el mundo entero. Al poeta, al autor de Comedia sin título, de Yerma y del Romancero gitano, al hombre asesinado en 1936 aún no se sabe bien dónde, aunque sí cuándo (19 de agosto, apenas un mes después del golpe franquista), por qué (por socialista y por sus "prácticas de homosexualismo") y por quiénes (el régimen franquista). Cohen lo hizo suyo, tuyo y más nuestro.

Y no puedo evitar preguntarme qué habría sido de Leonard Cohen si le hubiera tocado encenderse durante estos últimos dos años en lugar de apagarse. Un cantautor reivindicando a un poeta gay, que vivió y actuó como republicano y antifascista, que fue pasado por las armas en el 36 (¡qué manía de remover el pasado y las cunetas, oigan!) y que se declaraba a sí mismo "revolucionario".

¿Habría sido Cohen etiquetado hoy a fuego como la voz profunda del populismo (o de los populismos)? ¿Se le habría tildado de trasnochado, oportunista, al servicio de los peores intereses? ¿Sería despreciado, denostado y metido en ese cajón negro y sin fondo, del que todo lo que rompe con lo preestablecido sale bañado en espeso chapapote?

Por fortuna, no hay forma de saberlo. El juego es perverso, nos dirán, orientado de antemano a que arroje una respuesta determinada. En efecto, casi tan perverso como el ya manido etiquetado populista en cadena.

Por eso, y a falta de sentido común, que no nos falten nunca las preguntas, porque sólo en su mera formulación en encontraremos casi todas las respuestas.

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