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Al maestro de maestros

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Daniel Albarracín
Economista y Dr. en Sociología.

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Es bien sabido que lo que nos mueve a indagar son nuestras condiciones de existencia. Los conflictos de la época en que nos ha tocado vivir originan la trama principal de nuestros interrogantes. En esa lucha cotidiana caminamos, tropezamos, nos atrapan, nos zafamos, a veces caemos, hasta en fosos. Probamos la tierra que nos golpea el rostro, y otras rectificamos y nos levantamos, e incluso hasta podemos mirar más lejos.

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En ese camino, afortunadamente, no estamos solos. Hay muchos que comparten nuestra experiencia, nuestros problemas, sin saber que son comunes, y las padecen con soledad y con miedo. Con otros, nos reconocemos en los mismos dramas, nos regodeamos ocasionalmente en las afinidades, y se nos revela un mundo más amplio. Ahora, ante tragedias similares, ni todos formulan las mismas preguntas ni siempre se dan las mismas respuestas, y muchos seguimos tropezando. Es duro, muy duro, aunque la luz y las pistas a veces toman presencian.

Esos hitos de lucidez, forman parte de una elaboración colectiva. Cuando pensamos y aprendemos juntos avanzamos. "La vida es una navegación difícil sin una buena brújula" nos decía el maestro. Y en ese recorrido de obstáculos, hay quien nos ofrece, sino siempre certeras respuestas, preguntas claves que nos orientan. Para varias generaciones, esa figura magistral fue José Luís Sampedro.

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Los economistas que nos acercamos a esta disciplina, con vocación de "médicos sociales", que quisimos "hacer menos pobres a los pobres", encontramos en Sampedro a alguien a quien admirar. No porque de sus palabras surgiesen afirmaciones mágicas, sino por su forma de mirar, preguntarse, por un método que manejó en la búsqueda de respuestas. La economía es sumamente importante, nos decía. Y nosotros decimos que la izquierda abandonó duramente mucho tiempo e irresponsablemente demasiadas veces las problemáticas que aborda la economía (qué, cómo y para qué hacer con los recursos). Lo que pone en el centro a ésta en la cuestión política de los grandes asuntos públicos, y se dejó a la economía en manos de los tiburones que ansían depredar la naturaleza y el trabajo como mero propósito y beneficio privado, como si eso no fuera con nosotros, cuando realmente va contra todos nosotros. La vida está por encima del oro y la rentabilidad, la humanidad también. El que quiere conocer la importancia de cualquier asunto, de lo primero que se trata es de poner en estructura, con la misma inquietud social y sociológica, todo aquello que estamos valorando. Mirar al bosque y no al árbol.

Sampedro, en sus seminarios de doctorado, titulados con el modestísimo título de Introducción a la economía, si bien con una perspectiva en el mejor sentido muy ambiciosa (el conocimiento universal, tratar los problemas sociales más relevantes), formó a insignes economistas, de uno y otro signo. Se nos dice que fue el profesor de Miguel Boyer, Carlos Solchaga y muchos otros. También lo fue de otros, que fueron maestros de una nueva generación de economistas que ahora está poniendo al día el pensamiento crítico contra la injusticia del capitalismo global.

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Como anécdota personal, debo recordar como, mi abuela, conservadora y fuertemente católica, a la que yo amaba y recuerdo con enorme cariño, como odiaba a José Luis Sampedro. Sampedro fue maestro de mi tío, Jesús Albarracín, un militante comunista, sindicalista y sensacional economista desobediente del Banco de España que, en la versión de mi abuela, dejó de santiguarse al salir de casa, para empezar a organizar la revolución, porque fue a las clases de este señor. Sampedro fue maestro de maestros. Y quedan cada vez menos. Con la marcha del maravilloso sociólogo Angel de Lucas, nos queda todavía la inmensa sabiduría e intuición de Alfonso Ortí, entre otros grandes maestros. Personas que han luchado contra los privilegios de una minoría, contra la dictadura, y por objetivos de liberación, democracia y redistribución, con una generosidad infinita, con la máxima ambición del ser humano: construir un mundo mejor, poner en común la reflexión colectiva, y cultivar la inquietud y el pensamiento crítico y transformador entre las nuevas generaciones. Y, ese es nuestro consuelo, desde que comenzó esta crisis fatídica, numerosos investigadores de lo social se han reunido y han empezado a elaborar un fecundo trabajo al servicio de la gente, y no del capital.

Sampedro, además de maestro de Estructura económica, supo que también había que darle sabor y cuerpo al saber. La economía a la que nos acostumbraron desde las vetustas facultades de economía, estaba repleta de abstracciones y principios infundados, escondiendo oscuros fines, arrinconándose en la academia a los que pensaban de otra manera. La realidad y sus problemas sociales, por el contrario, han de ser nuestra fuente de inspiración; lo que advierten los movimientos sociales, nuestro eje de atención; la cuestión del poder, nuestro objetivo e instrumento como palanca y compromiso de transformación. Sampedro así, hizo una literatura maravillosa, que mostraba a las personas en sus contextos concretos, con su forma de vivir, bajo realidades estructuradas por el poder y un modo de producción, pero en la que las personas formaban un factor en modo alguno inmóvil. Nos quitó el velo, y a los individuos los borró para dar rostro, memoria, identidad y sentido a las personas en sus relaciones sociales, en las grandes transformaciones del siglo XX. Con esos relatos nos acercó con esmero y cuidado a lo que realmente importa.

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Desde aquí, terminar diciendo que yo quería, y deseo, ser como Sampedro cuando sea mayor, no porque deba esperar a la senectud para ser como él, sino como un magnífico modelo ejemplar al que seguir desde hoy mismo. Y me gustaría a invitar a este desafío a tantos otros, porque es la gente, no como individuos, sino como colectivo como podemos darle la vuelta a esto. Sencillamente, muchas gracias, por la serena sabiduría inquieta que nos brindaste. Seguimos en la lucha.

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